XVII

Sobre la inevitable angustia del reencuentro

Cuando a mediados de junio de 2024, después de dos años y medio sin ir a mi país, aterrice en el aeropuerto de Barajas, ¿el cielo de Madrid seguirá siendo de ese azul un poco más oscuro y marcado que el de México? ¿Seguirá siendo de ese color sacado de un cuadro de Velázquez? ¿Seguirá la pintura del XIX en la planta baja del Prado? ¿Seguirán los dobles de cerveza de Mahou sabiendo a dobles de cerveza de Mahou? ¿Acaso lo que ahora son imágenes evidentes pasarán a ser recuerdos?

¿Qué supone volver a aquel espacio que siempre fue tu casa pero que ya no lo es? ¿Cómo mirar Madrid, pasear por Madrid, dormir en Madrid, respirar el aire y los olores de Madrid sabiendo que Madrid es el espacio de una visita?

 

¿He aceptado entonces que, de momento, Madrid es un periplo?

 

¿Se me acostumbrarán los ojos al sube y baja de las calles madrileñas? ¿Veré, en el caso de que llueva, el agua bajando por ellas sin sortear los adoquines o las ruedas de los coches? ¿Sabré que no hubo un lago debajo de mí? ¿Me inquietará que el metro vaya al revés?

 

¿Cómo va a ser eso de que te llamen «mexicano» estando en Madrid? ¿Cómo va a ser eso de que el «no mames» sea un «no jodas»? ¿Cómo va a ser eso de que, de un modo imprevisto, escuche «¡Sergio!» a gritos? ¿Cómo va a ser eso del grito, si aquí el que más grita soy yo? ¿Cómo mi lengua va a digerir que repentinamente palabras que me contengo aquí («guisante», «acera», «boniato», «chulería», «gilipollas», «castellano», «remolacha», «coche», «suelo», etc.) allí sean cotidianas, no sean otras...?

 

¿Acaso un espacio, cualquier espacio, puede poblarse solo con pasado, sin presente ni futuro? ¿Acaso el regreso al país de uno se reduce solo a un ejercicio de arqueología?

 

¿Volveré a ver a mis amistades del barrio en algún bar de las avenidas periféricas Marqués de la Valdavia o Camilo José Cela? ¿Volveré a sentarme en la terraza de la casa de mi abuelo con una cerveza y, al lado, un platito de patatas fritas de bolsa o de queso en aceite de oliva? ¿Y Periferia, con todo su imaginario, se mantendrá tal y como la conozco en la propia Periferia?

 

¿Llegaré a comprender verdaderamente lo que es el desapego?

 ¿Nos preguntarán esta vez mis familiares por la boda, por aquel 23 de octubre de 2021, o se volverán a olvidar de hacerlo como cuando nos vieron en diciembre de aquel mismo 2021? ¿Serán mis repentinos e inconscientes seseos motivo de burla? ¿Me hablarán de las indudables virtudes de la comida española frente a la mexicana? ¿Me dejarán contarles sobre aquello que pudo haber sido y no fue? ¿Me toparé con nuevos parentescos? ¿Me escucharán ahora?

 

¿Se seguirán tomando los cafés con leche en vaso en la rampa de hormigón de la cafetería de Juanjo, allá en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAM? ¿Se seguirá viendo el atardecer madrileño con el Guadarrama al fondo desde Las Tetas, en Vallecas? ¿Tendrá mi padre la barba más canosa? ¿Me encontraré con algunas de mis amigas embarazadas? ¿Seguiré pensando en Madrid como ese espacio que se agotó? ¿Se habrá convertido, tal y como me cuentan, en una ciudad invivible? ¿Extrañaré con ardor Ciudad de México, donde está mi casa? ¿Me enfadaré por la diferencia de precios? ¿Llegaré a ver en las librerías libros plastificados? ¿Seguirá gobernando la derecha en Madrid? ¿Descansaré allí? ¿Me acordaré de repente de todos esos nombres de calles y de plazas que desde aquí cada día me cuesta más recordar? ¿Me reiré de los precios de las cartas de los restaurantes mexicanos de allí? ¿Veré en algún sitio el nombre de sor Juana? ¿Me parecerá demasiado largo el tamaño de los folios? ¿Habrá smog en el cielo? ¿Habrá problemas con el agua? ¿Me toparé con gente que no recordaba que existía? ¿Me explicarán mis compatriotas cómo es México? ¿De qué modo pensaré en aquel Sesi a quien sin duda reconoceré transitando por muchos de los lugres reencontrados? ¿Cómo será eso de que en las librerías la literatura mexicana esté colocada en las estanterías de literatura hispanoamericana? ¿Sabré cómo recargar el abono de transporte?

 

¿Seguirá la librería Burma en el número 18 de la calle Ave María? ¿Seguirá mi amigo Sergio Fernández Moreno al otro lado de su número de teléfono, esperando para darnos un abrazo?

 

¿Cuántos cambios me sorprenderán? ¿Y cuántos no? ¿Viviré en estas semanas una vida entera que sosiegue la nostalgia? ¿Desearé no vivir en México cuando pase tiempo con las amigas y los amigos?

 

¿Podré comprar todos los libros que no he comprado en las librerías españolas durante estos años fuera? ¿Me cabrán todos, absolutamente todos, en la maleta? ¿Sentiré un enorme dolor de corazón al abrir las cajas en las que está guardada mi biblioteca?

 

¿Pensaré en Richi cada vez que vea un bolardo, una esquina, un pipicán, un zócalo de granito —Richi nunca meó uno— o un perro en el metro? ¿Pensaré en él cada vez que vea cualquier manifestación de cariño o de ternura?

¿Llegaré a vivir todo lo que no he vivido por no vivir aquí? ¿Será Madrid la geografía de una desaparición?

 
 

Sesi García

Sesi García (San Sebastián de los Reyes, Madrid, España, 1992). Es doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid y autor de los poemarios Tabaco de liar (Canalla Ediciones, 2012), Otro perfume de hablar (Eirene Editorial, 2014), ¿Quién me compra este misterio? (La Isla de Siltolá, 2017), El octavo día de la semana (Baile del Sol, 2018), Rubayat del DYC (Ojos de Sol, 2020), Geometría y compasión (Premio Álvaro de Tarfe de Poesía, Ápeiron Ediciones, 2020) y Breve antología de la poesía periférica contemporánea (Eirene Editorial, 2021). En la actualidad, reside en Ciudad de México dedicado a la investigación literaria.