La batalla del trovador

Alfredo Romero (Caracas, 1969) es el presidente del Foro Penal, una organización no gubernamental que lucha por la defensa de los derechos humanos en Venezuela. Activista polifacético, abogado, compositor y cantante. En esta VueltaEnU ofrecemos un recorrido desde sus años de guitarrista punk en las aulas del colegio Don Bosco hasta su consolidación como una de las figuras más representativas del humanismo en Venezuela.

«Sí, podrás dedicarte a la música, pero me gustaría que primero terminaras una carrera universitaria», sugirió el padre. Alfredo aceptó el consejo, pero los primeros días en la Universidad Católica Andrés Bello fueron desalentadores y aburridos. No le gustaba la Facultad de Derecho. La pasión por la música era más abrasiva e imponente que el espíritu de las leyes.

El fervor adolescente era el punk rock. Las aulas de clase fueron las mejores salas de ensayo. Los conciertos ocurrían en verbenas escolares y solares de casas abandonadas. The Mess, el grupo de Alfredo, compartía cartel con los Dead Feelings de Carlos Eduardo Troconis y el 4to Reich de Ángel Pineda, compañeros de estudios en el colegio Don Bosco. Los vaivenes del bachillerato lo llevaron del punk a las gaitas, con la creación del grupo Gaita Pack.

Muchos años después, desde la mirada adulta, Alfredo reconoce que su plataforma ética despertó durante la experiencia rockera. «Porque aquel movimiento tenía un genuino espíritu de protesta», afirma convencido. La música estimuló la rebelión. «A través de las canciones encontré una vocación, me atreví a esbozar mis primeros versos y mi primera noción de libertad». Todas las tentativas de futuro tenían que ver con la música. La previsión del padre, sin embargo, le sugirió la garantía del ejercicio del Derecho.

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«Mi papá era corredor de seguros. Había trabajado toda su vida. Fue un hombre muy disciplinado y estricto, por lo que comprendo su reticencia hacia mis inquietudes juveniles. Pero no podía escapar de la música». La madre de Alfredo es licenciada en Artes. La casa Romero Mendoza estaba repleta de instrumentos en desuso. Pianos desafinados, guitarras de tres cuerdas, acordeones rotos. Durante los primeros años en la UCAB, Alfredo asistió a clases de formación musical en la prestigiosa escuela de jazz Arsnova. En paralelo, recibió clases particulares de Roberto Fuentes de Alpargata Cantorum y de la soprano Aura Colina. Al principio, el plan era invariable, la universidad sería solo un lugar de tránsito, un requisito familiar que más adelante le permitiría dedicarse a lo que más amaba. La vocación artística se mostraba firme e inquebrantable. Pero, poco a poco, el corazón del Derecho lo sedujo. La rebelión musical logró domesticarse y encontró un complemento ideal en las cátedras universitarias. Los docentes y muchos de sus compañeros hicieron valiosos aportes. Las actividades de los centros de estudiantes estimularon su liderazgo nato. La revista Jaque le permitió expresar sus ideas por escrito, de otra manera, sin el acompañamiento natural de la guitarra.

Alfredo conoció de cerca a los fundadores de lo que más tarde sería Primero Justicia, en un momento en el que el bipartidismo, a pesar de sus evidentes fisuras, no tenía firmes adversarios. Cuando se graduó de abogado estaba satisfecho con su profesión. Sus perspectivas profesionales eran diferentes a las que había contemplando en su juventud tremendista. El cancionero popular acompañó su peripecia, pero las circunstancias lo llevaron a afrontar nuevos desafíos al otro lado de la frontera.

Los turbulentos años noventa encontraron a Alfredo fuera de Venezuela. Los estudios de postgrado en Washington y Londres le permitieron obtener maestrías en Estudios Latinoamericanos y Derecho Público Financiero. Desde Estados Unidos e Inglaterra contempló los episodios que transformaron la historia contemporánea del país. «En aquel momento, tuve la impresión de que la rebelión social que había comenzado el año 89 era un proceso natural e inevitable. Incluso la aparición de Hugo Chávez, dadas las circunstancias sociopolíticas de entonces, parecía tener cierta coherencia». El agotamiento del bipartidismo era un argumento imbatible y el deterioro de liderazgos tradicionales no inspiraba confianza a las nuevas generaciones. La música acompañó sus estudios de especialización. En Londres, Alfredo formó parte de un grupo de salsa.

Durante sus caminatas por Hyde Park el joven Alfredo modeló un sueño impreciso: ser agente de un cambio social en su país. No sabía cómo hacerlo, no lo tenía claro. Desconocía cuáles podían ser los caminos ideales para poder hacer aportes significativos en materia de bienestar y calidad de vida, pero tenía la pulsión, el instinto, la curiosidad y la urgencia.

El regreso a Venezuela coincidió con los primeros años de la presidencia de Hugo Chávez. Las instituciones, entonces, tenían cierto margen de maniobra. Existía la disidencia, la discrepancia y la idea peregrina de la gobernabilidad alternativa, sin que eso supusiera un acto de traición a la patria. Alfredo trabajó como relator externo en el Tribunal Supremo de Justicia. Pero todo cambió en el año 2002. Los sucesos del 11 de abril fueron un punto de inflexión en la vida de Alfredo. Aquellos días trazaron el borrador de lo que, años más tarde, sería la piedra angular del Foro Penal.

Veinte años han transcurrido desde entonces. En ese tiempo, la Revolución radicalizó su proyecto. La alternabilidad política se convirtió en una quimera y, en gran medida, el ejercicio de la oposición fue criminalizado. Ocurrió la implosión de PDVSA, comenzó la guerra a muerte contra los medios de comunicación; las interpelaciones en la Asamblea Nacional iniciaron una feroz e interminable cacería de brujas que llenó las cárceles del país de hombres y mujeres disidentes.

El 11 de abril de 2002 Alfredo cruzó una línea. Aturdido por la flagrante y persistente violación de los derechos humanos renunció a su cargo en el Tribunal Supremo. Los primeros pasos como activista fueron erráticos e intuitivos. Los principios estaban claros, pero la puesta en práctica de la teoría moral encontró múltiples escollos. «Yo pensé que solo iba a representar a una persona, a una víctima. En ese momento, no fui consciente de que la representación legal de la familia del joven Jesús Mohamad Espinoza Capote cambiaría el resto de mi vida y se convertiría en un símbolo de lucha para muchas batallas por venir».

La cruzada de Alfredo encontró compañeros valiosos. La consolidación del grupo VIVE y, más adelante del Foro Penal, fue posible gracias al cúmulo de voluntades que coincidieron en la urgencia de confrontar los atropellos del poder. La coyuntura de abril les permitió acercarse, conocerse y darle forma legal al sentimiento de resistencia. El acompañamiento a las víctimas fue el punto de partida, la conversación con los familiares, el seguimiento a las historias afectivas. «Porque cada persona tiene una historia. En el Foro Penal, nosotros hemos aprendido a convivir con el dolor de las madres, los hermanos, los seres amados. Nosotros convivimos con el sufrimiento y eso, por supuesto, muchas veces le pasa factura a nuestra estabilidad emocional». En lo personal, el acompañamiento de mi esposa Luisa ha sido un apoyo continuo e invaluable.

La asociación VIVE (Víctimas Venezolanas de Violaciones de Derechos humanos), creada por Alfredo en 2002, amplió su repertorio. Al caso Espinoza Capote se sumaron las voces de otras familias agraviadas. En ese tiempo, Alfredo tuvo noticia del trabajo que Mónica Fernández hacía con un grupo llamado Foro Penal, una asociación civil que ofrecía herramientas teóricas y académicas para activistas en formación. La labor humanitaria de VIVE encontró varios obstáculos legales. El estricto control en los registros de las ONG no permitió la modificación de los estatutos, lo que limitaba la representación de las víctimas. Cuando Mónica se retiró de la dirección del Foro Penal, Alfredo asumió el liderazgo del nuevo grupo junto a su compañero Gonzalo Himiob. A partir de ese momento, los objetivos del Foro cambiaron y se creó una estructura de voluntariado que, en nuestros días, está conformada por más de cinco mil abogados activistas. Durante la gestión de Alfredo, el Foro Penal logró su internacionalización y se convirtió en un organismo humanitario registrado y reconocido en Europa y en Estados Unidos.

Y desde entonces el Foro Penal ha representado a más de doce mil personas en situación vulnerabilidad o persecución política en Venezuela. «Es un trabajo de veinticuatro horas, agotador pero necesario. Las personas afectadas, sus seres queridos, valoran mucho lo que hacemos porque nuestro trabajo es una manera de luchar contra el olvido».

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El Foro Penal es un organismo independiente. No trabaja como oposición, lo que, a pesar de las adversidades, le da una diminuta pero eficiente libertad de movimientos. «Ante la defensa de los derechos humanos hemos sido imparciales, incluso hemos representado a personas que se han alejado del partido de gobierno y que luego han sido perseguidas».

Alfredo acumula valiosos reconocimientos. El Foro Económico mundial le otorgó el rango de Joven Líder Mundial. El colegio de abogados de Venezuela lo condecoró con la orden Bicentenaria y, en 2017, ganó el prestigioso premio Robert F. Kennedy Human Rights. Además, ha sido investigador invitado en instituciones de prestigio como el Wilson Center y la universidad de Harvard.

Hace tiempo que el foro trascendió las fronteras de Venezuela y se convirtió en un ejemplo para organizaciones internacionales. Obras como el El reloj de la represión: una estrategia detrás de los regímenes autocráticos o el Manual de Litigio Estratégico, construidos con rigor durante las experiencias extremas de los últimos años, son textos de referencia para el activismo humanitario internacional.

El sueño de Alfredo en Hyde Park persiste. Poco a poco, ha tomado forma, su ejecución es artesanal y paciente. El ejercicio matinal es el momento ideal para reflexionar y hacer balance sobre lo vivido. Mientras trota, Alfredo repasa su peripecia y evalúa los desafíos por venir. La remembranza tiene un hilo musical. La rebelión de The mess está intacta, aunque ha incorporado nuevos arreglos e instrumentos. El estilo es ecléctico, trovador y rockero, tradicional y electrónico, latino y anglo. Las canciones, luego de un sinuoso recorrido, vuelven a tomar la palabra.

El espectáculo Trovadores por Venezuela cuenta y canta experiencias ominosas, relata la historia de los oprimidos. El Foro Penal lleva la tragedia a las salas de concierto del país y del mundo. Las historias de los perseguidos y olvidados son las protagonistas de esta innovadora propuesta. Gonzalo Himiob en el bajo, Alfredo en la guitarra. Actrices invitadas ejecutan estremecedores performance.  Y como el Cantaclaro de Gallegos las versos originales de Alfredo describen una lúcida y aciaga crónica del dolor, un acto de fe contra la impunidad y la  indolencia.

Día tras día, Alfredo y su equipo siguen representando a muchas personas que dieron un paso en falso, que se encontraron en lugares desafortunados, en momentos desafortunados y que han sido tratados como criminales de guerra, parias y apátridas. El canto del trovador no cesa, persiste, permanece en pie, en una batalla incesante contra gigantes disfrazados de molinos inofensivos.

 

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Eduardo Sánchez Rugeles

Eduardo Sánchez Rugeles (Caracas, 1977) | Escritor venezolano residenciado en Madrid, autor de las novelas Blue Label/ Etiqueta Azul (2010), Transilvania, unplugged (2011), Liubliana (2012), Jezabel (2013), Julián (2014) y El síndrome de Lisboa (2020). Coguionista de los filmes Dirección opuesta (Bellame, 2020), Jezabel (Jabes, 2020), Las consecuencias (Pinto Emperador,2020), Liubliana (Palma, en preproducción) y Nos preocupas, Ousmane (David Muñoz, en preproducción). Ganador del premio Iberoamericano de Novela Arturo Uslar Pietri, del certamen Internacional de Literatura, Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz y premio de la Crítica de Venezuela.