Un canto legendario de Reyes (o un Saturno vomitando a su hijo)
No soy Eneas, padre. No te llevaré en mi hombro cuando la casa se incendie como en una leyenda troyana. No cubriré mi cuello con el pellejo de un león rojo ni de otro color, porque tu cuerpo maltrecho, de manos necias, dedicadas a cargar objetos sagrados para no sentirse viejas e inservibles, morirá hundido en las sombras profundas de una memoria calcinada, sin funeral, sin sepelio, sin doliente, como mueren los que no existen en ningún suelo, con la osamenta solitaria pidiendo salvación en una carta rota. No me busques. No habré de contestar ningún lamento, ni por decoro, ni por decencia, ni por humanidad. Yo estaré siempre en el fuego de un final épico, donde el ruego del hijo ya no sea el mismo que el del agraviado. No soy Eneas, padre. La casa ardiendo a mi espalda, por fin, abrigará tu frente.
Ese día
mi existencia será heroica.