Amoramor

Mi madre y yo. Tan crueles, ambos, tan sutiles, sin rostro. Es el noamor como una acción definitiva, única (la única posible en su mundo) y verdadera (siempre real, siempre, siempre ahí, siempre, exhalación venenosa). El noamor es nuestro gran creador. Empezó así: barro sin esencia. Soplo de leche cortada. Boca ácida que no sabe agrietarse para sanar. Sin aire, ella; yo sin soplo. La ternura se deshace, mana hielo seco y quema. Y el cariño inexistente como la palabra, nuestra palabra. Letra que llena de capas sucias una llamada telefónica, sin video, para desconocernos, para olvidar el rostro de quien está del otro lado del continente, para preguntar cómo estás, cómo te va en estos meses que no nos hemos dirigido la palabra (¿para qué?), qué comiste hoy, cuánto cuesta la comida, mira lo que compré. El valor es la plata en esa llamada, la conversación que gira en torno a las cuentas de banco. ¿Cuánto estás ganando? ¿Tan poco?, me pregunta. La conozco como a nadie he conocido; sus maneras desarticuladas, la luna sin luz que son esos ojos. Nunca podrá conocerme. Ella es la mano que no toca, yo el cuerpo que no se deja tocar. Si una caricia es necesaria para repararnos, soy todo hueso. La piel correrá en su desvarío y caerá largamente para que la tierra se la trague. Es así. Para que los ojos de la piel cieguen definitivamente es necesario desnudarse de todo lo que duele. Mi madre desconoce cómo es la forma de mi corazón. O de mis arterias o sus ramificaciones. Mi fémur más necesario es todo desconocimiento en ella, silencio sin forma. Mi madre no me ama porque no podría identificar mis pulmones si estuvieran en un frasco. Es grave, esto, esta situación que nació hace treinta y dos años. Jan: la situación que necesita ser reparada; Jan, el irreparable, el solo, el irresponsable, el homosexual, el marico, el inútil, el pobre, el que no se fue a Estados Unidos, donde está el progreso, el que no estudió en Harvard, el que no es presidente de una empresa trasnacional, como ella quiere que sea. Su mano es áspera y me quemaría porque allí viven esas palabras, entre sus dedos comidos por el talco de sus guantes de médico. Nunca intentó acariciarme y por eso desconozco cómo ser acariciado. Es grave. 

También es grave que mi madre tenga cáncer. Que durante una de esas llamadas de barro me haya dicho: «Tengo cáncer de esófago, me hizo metástasis hasta el hígado». Es grave que, hasta ahora, no sepa qué decirle, qué contestarle. La llamada lleva dos meses en curso, y yo sigo en silencio. Peleamos en ese momento. Me reclamó la desaparición de unas valijas que, hace algunos años, durante la emigración a Uruguay, había dejado tiradas porque no tenía espacio para tenerlas. Jan, el maldito, me dijo; Jan, el que no valora nada; Jan, el que odia a su familia porque tiró las valijas a la basura. Qué poco valor tiene el cáncer cuando nunca hemos podido abrazarnos. 

¿Estás ahí? Este es el número siete de Casapaís, lo único que tengo, por lo que vivo. La he mantenido con amoramor (la contraposición de noamor, el enemigo de noamor), ¿sabías? Este es el segundo año de la revista, ¿sabías, acaso? He hecho amigos. He trabajado con autores excelentes, he leído. ¿Te enteraste que para lograrlo, tuvimos que hacer un esfuerzo titánico, no dormir, comer poco, amar profundamente (amoramor) para no desistir? ¿Sabías que no hay nada más difícil de sostener que la belleza? No estás ahí. No lo estás, es cierto, miro y no caminas hacia mí para mostrarte única, irrepetible, absoluta, amable, te alejas y estás sola. Caminas sola hacia la muerte. Es grave. Madre, la irresponsable, podría decir; Madre, la sola; Madre, Madre. No seré el Jan que vos querés que sea, el empresario, el millonario, el lujoso, el portentoso, el heterosexual, seré uno que ameame la literatura. Uno que se ame a sí mismo y a los demás, que bese profundamente y desde sus manos transmita, por lo menos, una suavidad apasionada. Quiero amar a quien yo quiera amar. Quiero intentarlo, por lo menos. Porque ahí está todo lo que inunda los ojos, en el amoramor profundo, sólido, amable, terso, resonante ¿sabías? 

¿Sabías que existo, madre, que estoy aquí y no me iré hasta lograrlo? 

¿Te das cuenta de que tienes cáncer? 

Jan Queretz

Jan Queretz (Caracas, Venezuela, 1991). Escritor venezolano. Cursó estudios de filosofía en Caracas. De 2012 a 2017 trabajó como profesor de literatura. Escribe la columna Literatura Viva en The Wynwood Times. Ha escrito una novela, Nuestra Tierra tan Pobre, inédita. Fue seleccionado para formar parte de la antología poética “Artesanía de la piel”, de la revista española “Altavoz Cultural”. Quedó finalista en el tercer premio de crónica literaria “Lo mejor de Nos” en Venezuela.  Ha publicado en distintas revistas en México y España. Dirige la revista Casapaís. 



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