Terrores descomunales

Metraje encontrado

Luego de cuarenta y tres años de un sereno matrimonio, mi esposo aún no puede comprender mi cariño por el terror. Yo le he explicado que crecí en los ochenta fascinada por los pósteres de chiquillas heridas y que me besé por primera vez y sangré, usando frenillos, cuando Michael Myers partía con su hacha el linóleo de la pantalla. Pasé la juventud insomne esperando entre las piernas las cuchillas de Freddy Krueger y leyendo en la prensa de los asesinatos de Garabito, evitando asomarme a la ventana. Lo que estaba fuera era tentador y terrible. Luego apareció él con sus tatuajes en el cuello, siendo a todas vistas poco recomendable. Cuando mis padres no miraban, le pedía a mi novio marcado que sujetara mi cuello entre sus manos. Él apretaba lo justo, lleno de amor. Han sido años plácidos. Mis amantes llegaban una noche sí y una noche no mientras él dormía. Aparecían en la pantalla payasos, reanimados y bichos con cara de mono que arañaban y mordían. Me entretenía con ellos, con sus gritos sin escuchar los berridos de los niños en la otra habitación. El miedo era mi verdadera vida. Ahora en la vejez escuchamos disparos y chillidos en los alrededores ciertas noches, se ha vuelto un mundo violento, por eso hemos colocado cámaras exteriores y hasta en el dormitorio. Me hace ilusión que algún día capten el vestigio de un fantasma o tal vez, nuestro asesinato. Pero nada de eso pasa todavía. No sé en qué momento tomé la ruta florida, la equivocada, mientras en la televisión frente a la cama, una muchacha se desangra y grita. Al amanecer, cuando se acaba la película, me abrazo a la amplia espalda de titán que tiene mi esposo y subo mis manos, ya tan débiles, a su garganta mientras comprimo y aprieto, delicadamente, asfixiándolo. Eres inofensiva, me dice medio dormido, una hormiga lo haría mejor que tú. Yo sonrío mientras la mañana me hala hacia la corriente sangrante de los sueños. Como si yo no supiera de la pistola con el tambor lleno que oculta en el último cajón del velador. Como si él no supiera de mi cuchillo.

Solange Rodríguez Pappe

Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, Ecuador, 1976). Es una escritora interesada en el género de lo extraño y lo fantástico. Con Balas perdidas ganó en Ecuador el Premio nacional de relatos Joaquín Gallegos Lara al mejor libro del año 2010. Catedrática universitaria desde hace varias décadas y coordinadora de talleres de escritura creativa, ha realizado investigaciones sobre el fin del mundo en Latinoamérica para su tesis de maestría en Estudios de la Cultura. Como narradora ha publicado los libros Tinta sangre (2000), Dracofilia (2005), El lugar de las apariciones (2007), Balas perdidas (2010), Caja de magia (2015), Episodio aberrante (2016), La bondad de los extraños (2016) y Levitaciones (2017). Sus relatos han sido traducidos al inglés, al francés y al mandarín.

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