La niña a la que se llevó el viento

Sandra Seitamaa

Sofi y yo subimos por la avenida empinada. Ambas lucimos faldas y el viento deja a la vista la parte no bronceada de nuestras piernas. El verano en La Paz siempre alberga un poco de otoño en sus entrañas. Cuando salimos, el sol era una pepa gigante que rodaba encima de los cerros. Ropa ligera. Gafas de sol. Gorras. Sofi y yo vestíamos como si el verano fuera confiable, como si algo en esta ciudad fuera digno de confianza. A esta hora de la tarde, el cielo luce gris y el viento sopla tan fuerte que una calamina de la casa de un vecino amenaza con desprenderse.

Sofi dice que siente frío. 

Es el viento, digo. Ya vamos a llegar a casa. 

Para que Sofi se olvide del frío, jugamos a que somos de papel y que la corriente nos empuja sin clemencia. Sofi se adelanta unos pasos, extiende los brazos y pide ayuda. La imito. El viento es cómplice de nuestro juego y sopla con más fuerza. Los cuatro años de Sofi me ayudan a convencerla de que el viento es el soplido de un hombre muy gordo que vive en el cielo.   

Caen las primeras gotas de lluvia. 

Tomo a Sofi en mis brazos. Corro hacia su casa. 

Emanuel con las pesas. Hola, amores. Abraza a su hija, la frente mojada de sudor, y la niña que pregunta si también llueve dentro de la casa. Emanuel le da un beso en la mejilla. ¿Y mi beso?, me pregunto. La interrogante se convierte en rabia, la rabia en melancolía. Emanuel retoma las pesas. Uno, dos, dieciséis. Suelto una lágrima. Diecinueve, veinte. Son lágrimas largas, delgadas, arroyitos en medio de mi cara pecosa que Emanuel nunca ve. 

La lluvia cae rabiosa al otro lado de la ventana. Si nos hubiésemos detenido a comprar esa chaqueta que vi en la calle, no hay duda de que el aguacero nos habría pillado. Descubro una gotera en el techo. 

Es verdad, Sofi: también llueve aquí adentro.    

Llega el lunes, día en la tienda. Nunca fue mi sueño trabajar aquí. Tampoco diría que es totalmente lo opuesto a mi sueño. Jamás fui alguien con grandes planes para la vida. Estudié administración solo porque mi papá decía que con eso se ganaba buena plata. A mis dieciséis años era tan hiperactiva que mi mamá debía darme unas pastillas misteriosas para que me calmara. Luego de terminar la carrera, caí en una empresa de seguros. La silla me expulsaba, me incomodaba. Era feliz cuando debía ir a sacar una fotocopia, cuando debía ayudar a alguien con la computadora, cuando había reunión y yo me escabullía por el corredor y vagaba por el edificio. 

Renuncié al cabo de dos años. Mis papás me odiaron. Cinco años de mensualidades en universidad privada para decir: 

También tenemos en tallas más grandes. 

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La mujer se prueba unos zapatos caros. Horribles. Pero hermosos cuando me toca hablar de ellos. Los compra. Conocí a Emanuel en una situación similar. Él buscaba unos zapatos para una boda. Que no se vieran muy ordinarios. Que fueran baratos. Que fueran, sobre todo, de su talla. Algo difícil, dado que calza cuarenta y tres. Cuarenta y cuatro si usa medias gruesas. 

Este me gusta, dijo.

Dejame ver si hay una talla más grande. 

No importa. Solo voy a hacer acto de presencia. No voy a bailar. Solo voy a estar para las fotos. 

En realidad, ese fue el día en que lo conocí yo. Él ya me había visto semanas atrás. Me había filmado, de hecho. Yo ordenaba unos tenis mientras él me grababa sin que me diera cuenta. Me lo confesó cuando cumplimos un año de relación. Dijo que se guardó el secreto porque, según él, dos mierdas al mismo tiempo eran mucho para procesar. La verdad había que digerirla de a poco. 

¿A qué te refieres con mierdas?, pregunté. 

Papá soltero más la filmación…, dijo. No sé. Nunca me ibas a dar bola. 

Recojo a Emanuel del gimnasio y caminamos hacia su casa. Todos los beneficios que nos ha traído el vivir cerca se ven opacados por las habladurías de la gente. No hay semana en la que doña Rosa, la carnicera, no me recuerde que la mamá de Sofi tiene el cabello castaño y que hizo un doctorado en la UNAM. Mis tíos se burlan o se compadecen de mí; aún no me decido. Mis antiguos compañeros del colegio –esos que, como yo, pese a haberse graduado hace siete años, todavía viven en el barrio– creen que Sofi es mi hija. Y entonces, el fardo de teorías: que la Cristina se ha embarazado al salir del colegio, que un tipo de casi cuarenta ha abusado de ella, que ha querido abortar pero no ha podido. Que es una puta.   

Que. Que. Que. 

Esa niña es un sol, dice Emanuel mientras subimos a su casa. 

Lo interrumpo: 

Esa niña es transparencia. 

Si no va a ser un sol, dice, al menos que no sea transparente. Que sea mi espejo, mejor. Un espejo en el que veo las pocas cosas buenas que hay en mí. 

La sala de su casa. Su hermana lo regaña apenas cruzamos la puerta. La Sofía te ha esperado para jugar, dice. Te has tardado mucho. Es la última vez que la cuido pasadas las nueve. 

Y Emanuel, el cinismo hecho carne: 

Es la última vez que mi hija te perjudica cuando chateas con esos otakus asquerosos.

Sofi corre hacia a mí apenas me ve. Me toma de la mano y me dirige al cuarto. La habitación es grande. La cama de Sofi al lado de la ventana y la cama de Emanuel al frente, al lado del desagüe que desciende del piso de arriba. Según Sofi, el ruido de la mierda bajando por la cañería es el de un río que atraviesa el edificio. Nadie le dice la verdad. ¿Cómo explicarle a una niña de cuatro años que ese rumor de agua que la arrulló desde bebé es en realidad una corriente de caca que desciende detrás de esa pared adornada con stickers de Paw Patrol?

Sofi nos pide que guardemos silencio. 

El río está pasando…

Gabriel Mamani Magne

Gabriel Mamani Magne (La Paz, Bolivia, 1987). Es escritor, traductor y profesor universitario. Publicó las novelas El rehén (Dum Dum Editora, 2021) y Seúl, São Paulo (Editorial 3600, 2019), además de la novela para niños Tan cerca de la luna (Alfaguara Infantil, 2012). Ha ganado varios premios literarios, entre los que destacan el Premio Nacional de Novela de Bolivia, el Premio Franz Tamayo de Cuento, el Premio Eduardo Abaroa en la categoría de periodismo cultural y el Premio Nacional de Literatura Infantil. Reside en Brasil. 

https://twitter.com/MamaniMagne
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