Rosaura al amanecer
Para Marbrisa Ter-Veen
La enorme valla, coronada de alambre de púas, serpentea entre los arbustos, asciende las colinas polvorientas, traza un zigzag caprichoso y, más allá de donde alcanza la vista, se interna en el océano varios metros. Pero las olas que rompen a un lado y otro son las mismas, y las nubes cruzan la línea todo el tiempo, en ambas direcciones, sin pasaportes ni visas.
Me vine a Tijuana hace cuatro años, después del accidente. Cuando llegué, me acuerdo, me acababan de quitar los puntos en la cicatriz de la pierna, que se parecía un poco a esa línea fronteriza que se ve desde aquí arriba. Durante un tiempo, en la Ciudad de México, intenté seguir con mi vida. Iba al trabajo, daba las gracias cuando me daban el pésame. Sonreía cuando me miraban con lástima, fingiendo que no sabía lo que decían a mis espaldas: «Esa es la chava que mató a su mamá, imagínate qué espanto». Pero yo no maté a mi mamá, fue un accidente, y no tengo por qué sonreír si no se me da la pinche gana.
Por las noches, mi marido prendía la tele en la sala y se quedaba dormido viéndola. En el cuarto, yo fingía dormir y a veces me quedaba dormida sin darme cuenta, media hora, veinte minutos, antes de volver a despertar como si me hubieran sacudido. De madrugada, mi esposo regresaba a la cama y me daba un beso en la frente, pero en realidad ya no estábamos juntos, solo compartíamos un refrigerador y un silencio cada vez más hondo.
Escuché muchos consejos las primeras semanas: medita, ve a terapia, busca un amante, deja el azúcar. El único consejo que seguí fue el que me tomó por sorpresa: «Vete a Tijuana». Me lo dijo una compañera del trabajo que era viuda, y por el modo en que le brillaban los ojitos supe de inmediato que sabía de lo que hablaba. Al día siguiente hice una maleta y, antes de irme a la terminal de autobuses, le dije a mi marido que me iba al norte, que no me esperara. Me dio un abrazo (creo que era la primera vez que me abrazaba sin que hubiéramos cogido) y cinco mil pesos que sacó de una caja de galletas. Se veía aliviado de no tener que seguir viviendo conmigo…