Este es tu nombre

Dom J

Este es tu nombre, dice ella. Sopla aliento en la ventana y escribe con el dedo.  

Este es tu nombre, no lo olvides. 

Su aliento se va. Detrás de la ventana está el limonero. 

¿Qué voy a hacer con vos?, dice el primo.

Abuela tiene tubos en la nariz. El primo está en la silla. 

¿Qué voy a hacer con vos?

Ya sabés lo que tenés que hacer, dice Alicia.

Dejá de llorar, dice el primo. Alicia, no sé si te hace bien estar acá en tu estado.

No es un gato. Tranquilizate.

La mujer está sentada en el sillón. Tiene un pañuelo en las manos. 

Así desde que era una nena. Muy rebelde, contestona. A los catorce ya tuve que salir a buscarla, una noche. Tiene el bicho, decíamos en casa. Y un día no volvió. Tenía diecisiete. Se inició una investigación por parte de la policía. De esto ya hace casi un año. La buscaron por todas partes, pusieron su foto en los diarios, incluso salió en la televisión. Y desde ese momento no sé nada. Oí rumores, pistas falsas, pero yo creo que. No puedo ni decirlo.

Afuera la luz se va. Se oye un trueno y después llueve en el limonero. 

Está acá. Su cabeza metida en una bolsa de tela negra. Alguien lloró y transpiró y vomitó adentro de la bolsa. Tiene olor.

Se prende la luz del techo y es abuela. Los brazos salen de su camisón. 

Ya está. Ahora a dormir, vamos. 

Su pelo es plateado y azul. 

A dormir. 

Apaga la luz del techo y se va y lo que estaba acá ya no está. Se fue. Pero nada se va. Nunca nada se va.

Cierro los ojos y el día da vueltas y sé que estoy dormido y abro los ojos y sé que estoy despierto y la luz es una franja dorada en el techo. 

Abuela pregunta qué pasa. Retira las sábanas y me aúpa y me deja en la silla. La silla se mueve hasta el inodoro. Abuela me alza de las axilas, hace mmm y me sostiene con sus brazos duros. 

Estás gigante, dice. Ya no puedo más con vos. Dejá de llorar. 

Abuela tiene tubos en la nariz. Me agarra la mano. 

Mi chiquito especial, dice. ¿Vas a ayudarme a subir? 

Me había ido a un vuelo de trabajo esa mañana, dice el hombre. 

Está sentado en el sillón.

Cuando llegué al aeropuerto y activé el celular me di cuenta de que tenía como quince llamadas perdidas. En ese momento me llaman. La policía. Me dijeron que mi mujer había sido atropellada por un auto una hora antes. Me dijeron que murió en el acto. Yo me tomé un avión de vuelta y me pasé todo el viaje, que era casi de dos horas, con la cabeza metida entre las manos. Tuvimos una discusión antes de que me fuera. Una de esas discusiones que se salen de control, donde se dicen cosas... Lo último que le dije fue que estaba feliz de no haber tenido un hijo con ella. Hacía más de treinta años que nos conocíamos, pero ella se llevó eso, dice el hombre. 

Se tapa la cara. 

Ahora está de rodillas, frente al sillón. 

Entiendo, dice abuela. 

Lo que era sigue siendo. Ella está en el cuarto con una bolsa negra en la cabeza…

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Adquiere La primera noción del exilio ahora

Luciano Lamberti

Luciano Lamberti (Córdoba, Argentina, en 1978) Es licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba. Ahora vive en Buenos Aires y dicta talleres de escritura creativa y colabora con notas, reseñas y entrevistas para diversos medios. Participó en numerosas antologías con sus cuentos y relatos. Entre sus publicaciones encontramos los poemarios San Francisco Córdoba (2008) y San Francisco (2014); y los libros El asesino de chanchos (Nudista, 2010), El loro que podía adivinar el futuro (Nudista, 2012), La maestra rural (Literatura Random House, 2016), La casa de los eucaliptos (Literatura Random House, 2017), La masacre de Kruguer (Literatura Random House, 2019) y Los abetos (China editora, 2020).

https://twitter.com/_Lamberti
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