Pueblo descompuesto

Robin Canfield

En un pueblo, algo lejano a estos horizontes, vive Doña Presil. Es una partera muy conocida, buena yerbatera. Su marido, Don Elviro, es campesino. Ellos son una familia muy buena dentro del pueblo. La señora sale todas las mañanas al pueblo en búsqueda de alguna mujer que necesite un buen masaje o sobadita, para ganar algunos centavos, porque en el pueblo no todos los días hay nacimientos. Doña Presil es una señora no muy grande, es posible que solo tenga cuarenta años; sin embargo, como en la pobreza es donde vive todos los días, se mira deprimida, nerviosa, pues eso la hace parecer mucho más madura que su hermana mayor. Es gordita, con la cabeza llena de canas, demasiado enfermiza, y para terminar de desprestigiarla, hace poco tiempo sufrió una caída, en un agujero hecho en el camino a la cocina donde ella llevaba su nixtamal a moler. En esa caída se fracturó el pie, lo que ocasionó que una de sus piernas se volviera más corta, a consecuencia de la mala unión de sus huesos. Por ello, al caminar, pareciera que anda toda torcida. Se encuentra peor entonces. 

Don Elviro es un campesino demasiado flaco. Es posible que sea por el efecto de los tantos cigarros que se fuma al día. Sus ojos son muy claros, muy bonitos por su color, azul, azul. No es muy alto de estatura. Lo bueno que posee su persona es que es un ser humano muy noble, muy trabajador. Elviro se lleva bien con todas las personas del pueblo. 

La población donde ellos viven es muy bonita. Está cubierta de árboles de guayaba, de anonas, mameyes, zapotes, naranjas y k’anaste’. Todos los árboles fueron plantados por el pueblo: al momento de dejar caer su excremento en la plaza, dentro de la sustancia fueron dejando todas las semillas; hoy, ya los árboles son grandes, dan buenos frutos. Cuando los niños salen de la escuela pasan por allí, suben a las ramas de esos frondosos árboles de frutas exóticas, bajan muchos frutos, tanto para comer como para llevar a sus casas, para sus familiares. 

Todos los días, por la mañana, se escuchan diferentes cantos de aves, allá, perros callejeros deambulando con destino desconocido, así como todos los animales; hasta caballos. En esa población no conocen la luz eléctrica. Tampoco se conocen las tiendas de abarrotes. La gente solo come lo que cosecha de sus milpas: para endulzar sus alimentos, les echan un chorrito de miel; para elaborar sus velas, utilizan la cera del panal de abejas. En caso de necesitar algunas cosas que no tienen, un día por mes llega un señor desconocido de origen, pues no saben de dónde viene, para venderles lo que les hace falta; así, es posible comprar cajitas de cerillos; incluso existen ocasiones que, como a muchas mujeres se les antoja comprar un pedazo de tela nueva, hasta eso vende el señor. 

 

Doña Presil se muere de la risa al momento de recordar su plática del día anterior con su comadre: «Es muy bonita la manera en que vivimos aquí. Mis animales andan libres, nadie los roba, tampoco se les maltrata. Me platica mi esposo que existen lugares donde las partes de suelo donde viven las personas están delimitadas por albarradas. Quién sabe qué significa eso. Aquí, a pesar de que contamos con muchísima piedra, sabemos respetar todo lo nuestro y lo de los otros. De esto le platico a mi comadre Doña Jesús. Es un poco extraño lo que me dice Elviro porque ello puede generar conflictos entre los habitantes de la población. ¿Cómo voy a aceptar que alguien tome para sí un guajolote, que es mío, para que se lo coma, y yo no pueda decir nada, si yo soy pobre? Con dificultad los obtengo para alimentarlos y que puedan crecer. Si tiendo mi ropa no puedo dejarla en la soga de lavado porque se robarían mis calzones». 

Los días caminan con alegría todas las mañanas. Los hombres de campo se levantan temprano para tomar su rica jícara de atole o pozol, para luego tomar camino a su monte; las mujeres, si ese día no acompañan a su marido al campo, se quedan en la casa para lavar ropa, bordar hilo contado o limpiar todo en la casa. 

En una ocasión se escuchó un chisme generalizado, que una muchacha había llegado con el hijo adolescente de Doña Jesús para vivir en el pueblo:

Un día, de pronto, el hijo adolescente de Doña Jesús le avisó a sus padres que se iría con el comerciante que llega al pueblo a vender cosas, con el argumento de que necesitaba mucho dinero; así lo hizo, se fue. No demoró ni un mes, y regresó con su esposa que trajo al pueblo.

 

De ese modo fueron transcurriendo los días en la población; la muchacha, Lorena, comenzó a llevarse bien con toda la gente del pueblo. Se expresaba en español con las personas. Entiende un poco el idioma maya, pero es muy coqueta y prefiere no hablarlo. 

Nicasio, el esposo, estaba concentrado, puesto solo en el trabajo. Soñaba con construirle a su esposa una casa de concreto, porque a ella no le gusta para nada vivir en una casa de paja. Es por eso que todos los días, muy en la madrugada, sale para ir a trabajar al monte. Al entrar la noche, viene de regreso. Al llegar, solamente se sienta a comer, luego se dirige a su hamaca para acostarse, porque es demasiado su cansancio. Así fue sucediendo durante dos largos meses en los que no dormía con su esposa. Estaba apunto de alcanzar el dinero para construir la casa que deseaba. 

—¿Cómo estás, muchacha? —le pregunta Doña Presil a Lorena, al verla coquetear con otro hombre que no es su marido. 

—Jam, ¿qué?... ammm, bien, ¿y usted, Doña Presil, cómo está? —responde de manera nerviosa. 

—Aquí no más. Estoy camino a casa a darle una sobadita en la espalda a la madre de tu esposo —responde la anciana. 

—Pues qué bueno. Yo estoy regresando de buscar agua del pozo ―responde la muchacha, con una evidente molestia porque la anciana no se retira del lugar.

 

El hombre tampoco se mueve. Al parecer, también espera que Doña Presil se marche del lugar para poder continuar su plática con la muchacha. El nombre del varón es Anastasio y es primo de Nicasio. 

—Muy bien, pues te acompaño, porque el camino que tú llevas, es el mismo que llevaré también —le dice Doña Presil. 

La muchacha parece no querer mover los pies para avanzar y le responde así: 

—Pues vamos —dice, con una evidente molestia ante lo que sucede. 

—Ustedes, así, ¿no piensan tener ni un solo hijo? —le cuestiona Doña Presil a la muchacha. 

—Pues yo no lo sé. Yo estoy casada, tengo a mi marido, pero el día no ha llegado  —responde Lorena. Va recordando que nunca duerme con su marido. 

Así fueron pasando los días hasta que salió el chisme de que Lorena andaba haciendo sus cosas con todos los hombres del pueblo. Se sabe que la llevan al monte, que la meten detrás de las casas. Hoy día ya hasta se pinta los labios. Al pobre de Nicasio le dieron caldo de calzones para beber, porque aunque le hacen burla sus vecinos, no dice nada al respecto. Solo un día, cuando lo vieron, ya estaba construyendo su casa nueva, su casa de concreto. 

De pronto, comenzó a saberse de varias cosas extrañas que iban sucediendo en el pueblo. Hubo quienes decían que los habían espantado varias veces; por las noches les cargaban sus hamacas con un cochino, también veían cosas extrañas en los huanos del techo de sus casas. Con todas estas cosas que iban aconteciendo, hubo un gran número de trabajos para Doña Presil. Pensaban en ella como la indicada para aliviarlos, ya que cura con plantas medicinales, razón por la que piensan en su capacidad para entender lo que está sucediendo en la población. 

Lo primero que escuchó fue que, al llegar la noche, una pequeña niña comenzó a llorar con desesperación: al mirar por la ventana de su casa vio que el diablo se encontraba sentado frente a ella y le hacía muecas de desagrado y terror mientras disfrutaba mirarla tratando de dormir. En otra casa se escuchaba claramente cómo las albarradas se derrumbaban al paso del mal. Mientras ingresa por la parte trasera de la vivienda, el esposo toma su escopeta para salir y tratar de acabar con el diablo. Al llegar al lugar donde se escuchaba su paradero, este se trasladaba inmediatamente a otro lugar. Así es como sucede todos los días. Al amanecer es como si no hubiera sucedido nada durante la noche, porque las albarradas están en su lugar. Lo único malo es que, al despertarse, los niños están muy asustados. 

La casa de Doña Presil se encuentra llena. Toda la gente está pidiéndole que aleje todo el mal de sus casas…

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Adquiere La primera noción del exilio ahora

Sol Ceh Moo

Conferencista, escritora, novelista, poeta, ensayista, compositora y periodista. Es Integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte; posee el grado de  Maestra en Derechos Humanos por la Universidad Marista, Campus Mérida, tiene los títulos universitarios de  Licenciada en Educación por la Universidad Autónoma de Yucatán y Licenciada en Derecho por la Universidad Aliat, es diplomada en Derechos Humanos de poblaciones y comunidades indígenas por la CNDH y la Universidad Intercultural del Estado de Puebla; diplomada en educación intercultural bilingüe por la SEP; diplomada en formación de traductores e intérpretes Mayas por UNAM-ICY y diplomada en elaboración de materiales curriculares a nivel medio y superior por la Universidad Autónoma de Yucatán.

Ha obtenido el Premio Alfredo Barrera Vázquez en 2007, 2008 y 2010; el Premio Jesús Amaro Gamboa de cuento en español en 2010; el Premio de la Bienal de Literatura 2011; el Premio Nezahualcóyotl de literatura en 2014; el Premio FICMAYA de novela en 2016 y el Premio de Literatura en Lenguas Indígenas de América en el género de cuento o relato en 2019. Sus obras han sido traducidas al griego, inglés, alemán, catalán, hebreo, y japonés.

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El señor de La Palma