Todas mis nociones acerca del teatro

Loc Dang

Si bien es cierto aquello de que la sima es teatro, también es cierto que sobre las montañas más altas han crecido meandros de nieve caliente y que de todas las palabras, incluidas las que desconocemos, o las que nunca hemos probado, la menos importante es la técnica:

Palabras que nunca hemos probado: en el mundo de los hombres herbívoros, los que no golpearon nada ni a nadie. Y tan solo beben sándalo o prometen haber cruzado una estepa. En el moribundo de los gibones rosados y los edificios caducifolios: que pierden sus hojas cada año: que hierven sus hojas en cada caño: que quieren sus hormas rara y daño, y que sobre todo jamás pronunciaron la palabra pervertido

la alhama lumbral: de limbrar: limen o liminis

de limes, limitis

«yo no tengo límite»

de lumbre: materia encendida

porque yo soy un gas ardiendo

porque lux soy unas arcillosas piedritas

imberbes —incluso añadiría— porque lux se vincula a una raíz indoeuropea

a las raíces de ruda y porque encima

«yo no tengo lumbre»

ni soy exactamente dramático: exactamente indoeuropeo.

Tengo famen y tal y como iba diciendo yo, por ejemplo, soy relativo. Y además de relativo nací sin técnica. Todas mis nociones acerca de algo son insuficientes porque no tengo una técnica concreta. Porque no pertenezco a una partícula concreta y no conozco las corrientes. Y aun con todo, este pelo que ves es un río. Porque se percibe el aroma de las formas y, lo más importante, soy tan dulce como concreto. Como azaroso. Como los escenarios tan solo sirven para celebrar aquello de la raíz de ruda y el sabor de la cima. Es cierto aquello de que la sima es una parte del copo: su cuerpo está caliente y es mágico porque

no contiene método

no contiene hodos: famen de camino

ni tiene fondo: limen o liminis

ni siquiera es exclusivamente indoeuropeo

no conoce las trampas para glotones y nunca fue otra mujer,

u otro hombre, ni imitó un hombro luxado, ni estudió desde fuera

el oficio de un relojero, porque no contiene caminos,

porque jamás quiso ser relojero porque sus labios

son sus labios porque es sencillamente su camino es

estrictamente su camino es efusivamente su camino

y sobre todo porque no existe intención de virtuosismo.

En el centro de la fiesta está el hastío y en el epicentro del hastío está el solsticio. Su noción sobre el teatro es una palabra que nunca hemos probado: un conjuro. Su poción es una fruta. Se equivocan los virtuosos porque yo he conocido un método y se equivocan todas las frutas porque en mi boca crece el polen.

«Yo he conocido un método»: los dedos cortados, sangrantes, los callos, los padrastros, las uñas, partidas las cutículas, los ventrículos, los áticos porque yo he conocido un método y, pese a que repito, porque repito las notas musicales y la palabra «agógica», existe algo en mi noción acerca de la sima bastante azarosa. Existen las hadas y todos los cuentos que nos han llegado son ciertos. De hecho, existen los muertos cada vez que mueren y existe el hodos cada vez que nos adentramos en el claroscuro de un bosque o alguien levanta un telón, o simplemente debajo de las sábanas aprovechas y lloras. Porque en ocasiones tú también lloras. Yo que no tengo agógica, pero sí esta piedra entre las manos.

Cómo es que su polla que es enorme quepa

y que mi dedo que es diminuto sea una fruta sea un

melocotón sea una metonimia y que la tierra gire

y que sobre las frutas de mis pies: gire y que gire

yo que he conocido un método, pero que ahora tengo polen

porque soy relativo y, sobre todo, porque nací sin técnica:

nací sin cultura nací sin nociones, blandí

mi pecho amenazante como un urogallo

porque yo no tengo limen, porque lux no siento el himen porque

no siempre toda repetición es tekhne no todo lo que gira es un tejido

ni siquiera cuidadosamente fabricado

aquel chico cuidadoso con la polla enorme con la noción de fruta

y todos los conjuros: somos «lo relativo a lo natural» y mi piel huele a hurones

porque, consecuentemente, además de método aquel chico cuidadoso es ternura

y tiento, tienta la tarara, tarareas, tartamudeo tardo casi trescientos años en pronunciar la palabra: oscuro. La palabra: rito. Las palabras: te quiero. Las palabras: no eres mi hijo. Porque yo no nunca he creado nada, ni a nadie. Y aun así te pido, por favor, que me escuches.


….

Estaba cansado de los actores. Especialmente de sus problemas con la imagen y la comida. Su extraña pose ante cualquier cosa. La insinuación de las comisuras sugiriendo que ahí también podría haber trabajo. Entiéndeme, tan solo estábamos comprando algo de fruta en el supermercado y, sin embargo, le miré a los ojos y pensé: estoy cansado de los actores. Y también de los directores de escena, los coreógrafos, el personal de utilería, el equipo técnico. Estoy cansado de los dramaturgos que dicen estar cansados de los actores y que actúan. De repente, un día desperté absolutamente cansado. Y retiré mi bono joven de amigo del teatro. Porque ya no quería ver más teatro. Ya no quería tener ningún amigo.

Somos lo que comemos, por eso yo soy de aire y también estoy hecho de ti.

De tu semen y tus pelos, de las caspas que bailotean sobre tus hombros, de los hombres que previamente se acostaron contigo y nunca conoceré. Estoy hecho de tus pesadillas cuando en mitad de la madrugada gritas, yo despierto y acaricio tu lomo: el lomo de un animal herido. Mientras sollozas en sueños y yo trato de descifrar el braille de aquello que gimes: porque gimes y también en ocasiones respiras profundo: estamos hechos del mismo aire viciado de esta diminuta habitación.

Y estoy también hecho de tu salario cuando utilizo la luz de tu casa y cuando como de tu plato y bebo de tu copa, de la droga que consumes: soy porcentualmente colágeno y cocaína. Soy de apatita porque visto con tus camisetas y utilizo tus pijamas porque estoy hecho de algunos miedos que tienen relación con tu salud y desde hace tiempo también huelo a tu perfume. A veces pienso que morirás antes y que, para entonces, algo de mí morirá contigo porque estoy hecho del amor que le profieres a tu gato y de tus manías y tus gustos literarios y ya no concibo un mundo en el que viva rematadamente solo. Porque estoy hecho del día en que acontezca la muerte de tu gato: cuando decidamos meterlo dentro de una bolsa de basura. Porque estoy hecho de tu sudor y de tu relación con el trabajo y de todas las bolsas de basura que hemos llenado a la vez. Tu relación con las anémonas, con aquellas cuestiones que te cansan. Porque he lamido tus lágrimas estoy hecho de tu tristeza porque disputamos la colcha todas las noches debe ser que nuestras temperaturas en algún momento de la vida han coincidido. Como estrellas y cometas coinciden cada no sé cuántos años: es la devoción casi tan milagrosa como un eclipse. Y yo eclipso: yo colapso cuando pienso que en unos días conoceremos juntos el mar y por eso somos la misma estatua salina.

Somos lo que comemos y siempre comemos lo mismo. Y somos lo que advertimos y por aquello por lo que cedemos, entonces algún día serás de calabaza dulce y yo seré una persona que entienda tus gritos. Olvidarás los ansiolíticos robados de la farmacia. Porque somos lo que abandonamos a veces temo que arrojes mutiladas mis extremidades en el arcén de una autovía. A veces deseo que arrojes mutilados mis genitales a un contenedor de basura. Somos todos los litros de vino que hemos bebido juntos. Y en algún momento llegaremos a ser el mismo compost o la misma ceniza que ningún hijo podrá arrojar porque somos la misma prole estéril que vierte su deseo sobre una tinaja de cardos. Porque portamos los mismos órganos reproductivos: las mismas referencias bibliográficas. Claro, claro nos gustan mucho las uñas repugnantes de Deleuze.

Eres las palabras que utilizo para hacerte reír: cuando te digo que «nos apareamos», o también nuestros besos con nombres secretos: «los besos aplastones», «los besos de paloma» que necesitabas conocer y que llevaba tanto tiempo guardando en el marsupio. Soy buena parte de las cosas que te duelen, por eso si quisiera podría hacerte retorcer de dolor: como una isquemia intestinal cuya sintomatología es desorbitada frente a sus hallazgos clínicos. Nunca deberíamos ser cínicos. Años después sigo tocando tu cara para encontrarme con lo fortuito porque todo lo fortuito es nuevo y a tu lado yo soy un hombre nuevo. Porque somos lo que comemos, mío es el nombre de las flores y tuyas son mis mejillas. Porque comería tierra para decirte que soy lo prohibido. Para que te atragantaras con lo prohibido. Y siguieras corrigiendo mis manuscritos. Y siguieras apareciendo entre mis manuscritos. Nosotros que hemos devorado siglos de técnica y metodología y que ahora tan solo celebramos. Porque celebramos que el teatro sea tan solo celebración. Y creo que nos queremos un poquito. Nomás. 


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Rodrigo García Marina

Rodrigo García Marina (Madrid, España, 1996) Estudió el Conservatorio Profesional de Viola, el Grado en Medicina y en Filosofía. Acaba de realizar el Máster en Teoría y Crítica de la Cultura. Ha publicado La caricia de las amapolas Premio de Poesía Saulo Torón 2017; Aureus, I Premio de Poesía Irreconciliables; Edad, I Premio de Poesía Tino Barriuso y El libro de los arquitectos, II Premio de Poesía de la Facultad de Filología. También Desear la casa en Editorial Cántico. Además investiga, edita y enseña.

https://twitter.com/rodrigogmarina
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