VI

El conflicto

 

El conflicto. El pinche conflicto. El puñetero conflicto. El conflicto cansado. Y la memoria del conflicto: aquí es donde entra la escritura: la palabra, el relato de los acontecimientos, la descripción del desasosiego frente al probable, y a veces impuesto, olvido del conflicto. Y afrontar el conflicto que supone y supondrá escribir sobre el conflicto. El conflicto termina por ser un deber para la extranjera y el extranjero. Vivir en el conflicto, habitar el conflicto, explicarte a ti mismo en el conflicto, ser y estar en el conflicto.

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Primero días de septiembre de 2022. Punto de partida: como siempre, una historia, una anécdota, un momento, un correo electrónico que recibes —y que reciben al mismo tiempo todas y todos las extranjeras y los extranjeros que están en tu misma situación, incluida Weselina— un domingo por la tarde mientras bebes varias latas de Tecate en la calle Pilares de la colonia Letrán Valle, una sorpresa, una noticia que te altera la realidad, que te cambia las perspectivas, que te oscurece el futuro, que te revuelve lo poco que crees saber de ti como español en México. Te escriben de una institución pública mexicana, donde has solicitado una beca posdoctoral para trabajar por un año en una universidad del sureste de la ciudad y escribir un libro sobre la novela policiaca en México y España, y te señalan que el permiso de residencia que adjuntaste a tu solicitud es erróneo, que tu permiso de Residente Temporal no sirve, que necesitas un permiso de Residente Permanente, con lo difícil que esto supone y con los años de residencia temporal que para esto se necesitan. No te lo crees, aunque ya habías barajado esta posibilidad, no te lo crees. No te lo puedes creer. Weselina y tú habíais depositado mucha esperanza en estas ayudas: no solo habíais sufrido mucho planeando y realizando la solicitud, esperando meses a que saliera ya que el gobierno había decidido reestructurar la institución que las otorgaba; habíais confiado en ellas para sobrevivir durante vuestro primer año en el mercado mexicano como profesores de materia; habíais imaginado los ahorros que conseguiríais para continuar viviendo en Ciudad de México dentro de dos años; incluso habíais fantaseado con la posibilidad de cambiar de departamento, de afrontar el gasto de comprar vuestros propios muebles y de poder traer parte de vuestra biblioteca desde Madrid. Por no hablar de que habíais soñado con poder salir un poco más de la ciudad, por recorrer un poco más la geografía de la república, así como de la ilusión, personal y profesional, que os generaba trabajar en dos universidades concretas, el crecimiento para vosotros dos que eso supondría. Vuestra condición migratoria, y te lo sigues sin creer, os limita. ¿Cómo se ha quedado entonces el horizonte? Al día siguiente, te ves obligado a pedirle a tus alumnas y alumnos de Novela Española Actual que paréis la clase para que te dé un poco el aire y fumar un cigarro, porque no has dormido nada y ni siquiera eres capaz de armar un discurso coherente o de acordarte que Rafael Sánchez Ferlosio escribió El Jarama.

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Entonces, sin quererlo ni beberlo, se aviva el conflicto. ¿México? ¿Qué haces en México? ¿Qué es para ti México? ¿Qué eres tú para México? A los pocos días, vas a trabajar a la UNAM. Aún te queda un poco de la beca que te trajo a México y decides aprovechar el cubículo de tu asesora en Filológicas, disfrutar del aislamiento que te proporciona. No quieres estar en casa rumiando la sorpresa. Pero en la UNAM... ¿qué haces realmente en la UNAM? ¿Perteneces tú, aunque seas investigador posdoctoral del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas, a la UNAM? ¿Acaso has estudiado allí, has lucido una playera de los Pumas, has cantado alguna vez eso de «¡Goya! ¡Goya!...», te conoces las reglas no escritas de los trámites y las oportunidades? ¿Acaso eres mexicano y te has formado en la máxima casa de estudios...? No pienses en estas cosas. Lo que sucede es que vienes de una universidad iconoclasta, como decía el profesor José Luis Mora de la Universidad Autónoma de Madrid, donde incluso tus colegas y tú os burlabais de su lema institucional (Quid ultra faciam?) cuando lo traducíais como «¿Y ahora qué hacemos?». No obstante, sales del cubículo a pasear por Ciudad Universitaria pues no te concentras en el estudio que estás preparando sobre el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro, no ayuda tampoco en esos momentos pensar en España —y menos en la Guardia Civil—, o saber que escribes este tipo de cosas desde México. Paseas y aun así te sientes más extranjero que nunca, un visitante, un turista, un español en tierras mexicanas. Siempre vas a ser un español en tierras mexicanas. Hasta la vieja nopalera te es ajena de repente. ¿Y acaso te salva ser español? ¿Te consuela la lejana España? ¿España ahora, en serio? Vuelves del paseo, comes con tu amigo Pedro en Posgrado, fuerzas un poco más el trabajo y decides regresar a casa. En el metrobús, para tu sorpresa, todo te molesta. La vida cotidiana defeña te empieza a herir, porque te sigues sintiendo triste y extraño, decepcionado y excluido. Empiezas, y no sabes cómo has llegado hasta allí, a sentir una necesidad imperiosa de volver a España, de pisar Barajas y abrir la boca, una boca que hasta el momento has sentido reprimida, abrirla y hablar, hablar en tu variedad de español propia de Madrid, sin ninguno de los mexicanismos que has incorporado, recuperando aquellas palabras propias del español de España que has olvidado; experimentar una liberación absoluta al hacerlo, que entre el aire por la garganta y salga y te cure, te sostenga, te ampare, porque crees que lo único que tienes en ese momento, tu única pertenencia, tu única explicación, tu única identidad, tu única matria es tu lengua. Pero te asustan estos deseos, te entristece tener estos pensamientos porque no son reales, porque no es así la cosa, porque sabes que esa matria que es para ti el español —como tantas veces os señalaba en sus clases el profesor José Teruel, tu querido maestro— ha cambiado en estos dos últimos años; ahora tu lengua es extranjera, ni de allí ni de aquí, y eso la hace ante todo rica, afortunada, personal. Pero si tu español no se relaciona directamente con ningún contexto lingüístico, ¿de dónde eres entonces? ¿Quién eres, Sesi García, Sergio García García, que tienes DNI y pasaporte español, pero también CURP, RFC y número de registro de matrícula consular?

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Pasan los días y sigues igual, o incluso peor; no sabes por dónde salir de este nuevo conflicto. ¿Qué te ha pasado? ¿Qué te han hecho? ¿Qué has hecho mal? Y te ves a ti mismo solo por la tarde en el departamento, sentado en tu escritorio —el perro al lado, mirándote desde el sofá—, encendiendo un cigarrillo tras otro y escuchando copla. «La bien pagá», «Tatuaje», «Soy una feria», «Fumando espero», «Ojos verdes», «Carmen de España», «Los piconeros», «A la lima y al limón», «Coplillas de las divisas», «Dime», «Cocinero, cocinero», «Las cosas del querer», «Soy minero», «Campanera», «Suspiros de España», «En tierra extraña», «El emigrante». Estas tres últimas te duelen; no sabes por qué, pero te duelen.

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«Y qué decir de nuestra madre España, / este país de todos los demonios». Piensas en esa respuesta, en ese impulso natural de regresar a tu país ante las dificultades laborales que se te presentan en México a corto plazo. Os han enseñado, os han construido, habéis asumido que siempre tenéis un lugar al que volver. Que vuestra patria, que una bandera, que una paella los domingos, que un pasado van a estar ahí para recogeros, para esperaros en el andén del tren y deciros «Ya pasó. Tranquilo. Ya estás en casa». El maldito anuncio de turrones de todas las Navidades. Pero no. No es así el cuento. No puedes regresar a España porque hoy en día no tienes nada allí que te pueda mantener; ni tus padres o tu familia tienen la solvencia económica para hacerlo. No puedes regresar a España y trabajar en cualquier cosa que se aleje por completo de tu formación; ya sabes lo que es buscar trabajo en otro sector que no sea el académico o el educativo y que no salga nada porque estás sobrecualificado, porque tienes un doctorado —un buen amigo te dijo en 2020 que eliminaras ese título de tu currículum (y por ende, los cuatro años trabajando en la Universidad Autónoma de Madrid) para poder tener alguna posibilidad, por ejemplo, en Decathlon, donde ya trabajaste un verano hace doce años—. No puedes regresar a España y trabajar en un colegio privado o concertado porque no tienes un máster en educación; ni siquiera puedes planteártelo en estos momentos porque no cuentas con el dinero suficiente para afrontar la matrícula, por no hablar de afrontar, económica y emocionalmente, una oposición a instituto. No puedes regresar a España —y seguimos en lo mismo— y tomar la decisión de preparar una oposición a ordenanza, a auxiliar administrativo, ¡incluso a policía!, porque no cuentas con el panorama económico necesario para ello. No puedes regresar a España como profesor universitario porque no salen plazas, por no hablar de la competencia académica que tienes delante de ti —¿es el momento de hablar sobre la mercantilización de la universidad pública española...?—. No puedes regresar a España con una beca posdoctoral española o europea porque, según los informes de aquellas que solicitaste y no te concedieron, aún eres muy joven —«que treinta años nos es nada»— y, a pesar de tu estancia posdoctoral en México —y tus cuarenta intervenciones en foros académicos en España, México, Polonia, Reino Unido, Francia y Serbia (y tus quince artículos publicados en revistas indizadas, tus once capítulos de libro, tu monografía en Pre-Textos, etc., así como el centenar de horas de clases impartidas en universidad)—, te falta internacionalización; eso te decían en los informes en los que evaluaban tus candidaturas, y no te sigue ayudando en absoluto que el Vicerrectorado de Investigación de la Universidad Autónoma de Madrid te rechazara dos estancias predoctorales por el simple hecho de dedicarte a la literatura española, a la literatura de España, así como que la internacionalización en España —«cuyo origen se pierde en las historias / que dicen que no es culpa del gobierno / sino terrible maldición de España»— se siga midiendo por dichas estancias —¿y es el momento, queridas y queridos colegas, de hablar de cómo son el 80 % de las estancias predoctorales de las españolas y los españoles, de cómo con el erario se financian periplos turísticos...?—. No puedes regresar a España porque no tienes los suficientes ahorros para afrontar dos vuelos —¿y qué hacéis con Richi?—, una mudanza transatlántica, la fianza y la primera renta de un piso y lo que te pueda costar mantenerte al llegar. ¿Qué te ofrece entonces la España que te ha formado y que te ha hecho ser el profesional que eres? No puedes regresar a España porque, además, no quieres. No quieres regresar a España y toparte con el Madrid de Isabel Díaz Ayuso, con ese discurso paleto de la libertad neoliberal —frente al ¡socialismo!— que tanto asco te dio y te tocó tanto los cojones cuando lo descubriste en tu último viaje. No quieres regresar a España porque Weselina siempre ha deseado ser profesora de universidad, al igual que tú, y aquí, mal que bien, trabajáis de ello, realidad que allí se le haría imposible. No quieres regresar a España porque no quieres volver a empezar de nuevo. No quieres regresar a España y descubrir que ya no formas parte de aquello o que la distancia que se ha creado con muchas de tus amistades se ha vuelto irreversible. No quieres regresar a España para no vivir el conflicto de echar tanto de menos México, pues regresar a España ya es para ti en esencia un conflicto enorme.

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Y es que todo conflicto deviene de otro conflicto: el anhelo o el deseo que siempre has tenido por formar parte de una tradición, qué tradición no importa. Las recientes fiestas patrias que has vivido en México han avivado sin duda este largo y viejo conflicto tuyo. Naciste y te criaste en un municipio madrileño —lo que niega directamente cualquier tipo de regionalismo; véase si no el himno de la Comunidad de Madrid escrito por Agustín García Calvo— que, a pesar de haber sido fundado por los Reyes Católicos, solo posee como tradiciones palpables la tauromaquia, los encierros, los pañuelos rojos y las fiestas patronales en agosto. Tu genealogía es fruto de la migración del campo a la ciudad, y nunca has tenido una casa en el pueblo a la que acudir los puentes y los veranos. Y la tradición que te ha dejado una buena parte de tu familia, además de un racimo de momentos dichosos, es la de la ruptura de las relaciones, la inquina, los reproches, el odio, la inventiva, los insultos hacia tu madre, la falsedad, el interés, el egoísmo, la vergüenza. Para escribir una novela costumbrista, pero de las malas. Y tú has estado ahí en medio todo el rato, sin que alguna o alguno de tus familiares te haya preguntado alguna vez qué piensas, qué opinas, qué sientes. El gusto por el estudio, el amor hacia la cultura y la salida de Periferia —y ahora de España— te salvaron, pero te dejaron solo en la necesidad innata de una pertenencia colectiva. El Sergio, la oveja negra, el raro. Pero ninguna familia es normal, te dice siempre Weselina. Y la nostalgia de una identidad telúrica, ligada a un conjunto de elementos culturales, ha estado ahí desde siempre, quizá por mera construcción social, quizá por cómo ha sido y sigue siendo tu familia, quizá por el hecho de que nunca has tenido una tradición a la que aferrarte, quizá desde el momento que renunciaste a San Sebastián de los Reyes y Alcobendas y los unificaste y los llamaste Periferia, quizá desde que la poeta María Salgado en primero de carrera te hizo leer a Aníbal Núñez y leíste aquellos versos finales de su poema «Con objeto de dotar nuestros museos» de Estampas de ultramar: «Sólo echamos de menos en Siberia / canciones populares / y cerveza». La tradición vinculada y definida desde la literatura. Tradición oral y escrita. Literatura: la verdadera identidad. Para no atorarte en este conflicto, escribiste esa Breve antología de la poesía periférica contemporánea durante cinco años; hiciste un ejercicio de filología-ficción, sí, y te divertiste mucho, por supuesto, pero ante todo buscabas esa tradición que siempre has anhelado y, al no encontrarla, la inventaste. El conflicto de reconocer que tu identidad tradicional se fundamenta en un juego literario y en el deseo. Y ahora, ¿te deconstruyes en este aspecto o comienzas a escribir la Breve antología de la poesía periférica hispanomexicana? El conflicto, en definitiva, de alcanzar una respuesta.

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Os ha pillado grandes la emigración. Este es un hecho que no debes olvidar, y que sin duda condiciona, dirige y acrecienta el conflicto. Habéis tenido que dejar una vida de manera abrupta para empezar otra completamente distinta. Y esa otra vida pesa, sobre todo os pesan los libros ocultos en cajas de cartón, allá en Periferia, o decorando, dispersos y callados, las estanterías de las respectivas casas de tu madre y de tu padre: ahora os toca lidiar —aunque ya os viene molestando casi dos años— con el conflicto de que vuestras bibliotecas estén tan lejos. Los libros te duelen aún más, muchísimo más que las voces de Estrellita Castro, doña Concha Piquer o Juanito Valderrama, porque sabes que en el fondo, si realmente tienes una patria, está dentro de esas cajas. Tan importantes son los libros para ti que, cuando te casaste, Weselina y tú pedisteis a las invitadas e invitados que os regalaran libros.

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En definitiva, el conflicto de escribir sobre el conflicto. El conflicto de describir los momentos bajos y difíciles. El conflicto de decidir que debes tener memoria del conflicto. El conflicto de decir «¿Y qué hago yo aquí?», aunque no quieras, en el fondo, salir de aquí. El conflicto de situar tu extranjería, de mirarla, de incorporarla, de comprenderla, de aprender de ella. El conflicto, de nuevo, de escribir sobre el conflicto, y el conflicto de publicarlo. La única conclusión, la única desembocadura entonces: el conflicto. Y llegar al punto, como una aspiración deseosa, de que el conflicto, una vez asumido y aceptado, traiga paz.

 

Sesi García

Sesi García (San Sebastián de los Reyes, Madrid, España, 1992). Es doctor en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Madrid y autor de los poemarios Tabaco de liar (Canalla Ediciones, 2012), Otro perfume de hablar (Eirene Editorial, 2014), ¿Quién me compra este misterio? (La Isla de Siltolá, 2017), El octavo día de la semana (Baile del Sol, 2018), Rubayat del DYC (Ojos de Sol, 2020), Geometría y compasión (Premio Álvaro de Tarfe de Poesía, Ápeiron Ediciones, 2020) y Breve antología de la poesía periférica contemporánea (Eirene Editorial, 2021). En la actualidad, reside en Ciudad de México dedicado a la investigación literaria.