Poesía de Verónica Aranda
Ofrenda
Por todo aquello que nos fue negado:
el néctar que bebían los amantes
de miniaturas persas
y fondo azul añil,
el cítrico esplendor
que precedía al rechazo;
recreo las ajorcas, su sonido
en los tobillos de la bailarina,
el sosiego rural
de los bueyes de agua
y la perplejidad de los viajeros
cegados por la luz magenta y cobre.
Café Hafa
Veo morir los mitos, mientras pienso
en la literatura:
Paul Bowles, viajeros nómadas,
las fiebres amarillas en hoteles de época.
Esa enajenación del extranjero
que envejece tendido en un jergón,
dando lentas caladas a la pipa de kif.
Mohamed Choukri, hambriento por los muelles,
buscando un pan desnudo.
Kerouac, Tennessee Williams, Allen Ginsberg
en la terraza del hotel Muniria.
Ángel Vázquez, huraño y endeudado,
ebrio en alcobas de pensiones lúgubres,
y Juanita Narboni
que hablaba sola por los viejos cines
y apuraba el anís de sobremesa
en un sopor austero de sirenas de barco.
Jane Bowles, dos damas serias,
amantes vendedoras de centeno,
y la lenta inmersión en la locura
y en el papel en blanco.
Veo morir los mitos, pienso en Tánger
en el verano del 49:
pérgolas, grandes fiestas hasta el alba,
un paisaje de acantos
y los caballos por el Monte Viejo.
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