Seis poemas de Zully Ordoñez

Alexander Grey

I

Soñé con las mujeres de mi familia, 

con las que hablo

y con las que no, 

con las que aún creen en Dios. 

Nos reuníamos en profundo apego 

y deshilachábamos el tiempo en nuestro círculo

de ruinas del mundo; 

en nuestras frentes nos marcábamos 

con la sangre de Vida, 

unión acrónica desde el día en que respiramos

en la tierra.

Y así, sumergidas en el afecto de los siglos, 

destruíamos a los dioses eternos, 

ancestros con máscaras de Ley.

En medio de nuestro amor  

de entrañas y sangre umbilical, 

compactas transmutábamos

en rocas de agua, 

guardianas de la palabra minúscula

que brota en los confines secretos, 

en las comisuras sagradas

de las mujeres que hemos sido

y que seremos.

II

A la media noche nos convertimos en espectros que buscan respuestas en los techos y en las sombras de los árboles para recolectar restos de deseos ajenos en el pecho y las almohadas vacías. Vivimos años desgastados en los ojos y en las manos, absolutamente engañados por necesidades que trascienden la estatura y la sonrisa. Elegimos la muerte antes que el campo de las hojas y nos sumergimos en la necedad de las moscas hasta enmohecer el futuro. Así inician mis sueños, con puertas de treinta centímetros y yo reptando por paredes de cartón, que también son las paredes de mi existencia. Soy la niña del rostro de viento, agitada por la huella de las cosas, de los vicios y los recuerdos: ancestros persiguiéndome en los sueños como pupilas que acechan desde el silencio de las voces vacías. 

III

A veces creo estar sola en el mundo de las piedras que desgarran, pero viene la mañana y encuentro en la muchedumbre un viaje cómplice: hombres, mujeres, niños, todos condenados a creer. Resisto pensando en el tiempo desdoblado de las cosas, mientras duermen las gentes destilando el cansancio por los poros. Un espectáculo de caras y voces hastiadas se mezclan hasta formar un solo rostro silenciado. No tienen palabras en la boca porque saben que es en vano hablar.

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IV

Soy esfera 

germinando sueños líquidos

en piel cubierta por el vaho de la tierra. 

Allá, donde las hojas no respiran, 

cada segundo de este sueño

se expande.

Descubro estrellas muertas 

que trituro y esparzo en mis pupilas, 

en mi cuerpo dilatado de volcán. 

De mi sangre brotan los segundos 

como alfileres sin cabeza; despierto y compito 

contra las horas. Ante la explosión del silencio, 

el cuerpo envejece.

V

Surcos nuevos, escamas repentinas, el cuerpo en silencio se transforma mediante un acto impulsivo, natural, dolorosamente orgánico como el acto mismo que motiva a las polillas a contemplar de cerca a la luz. El acto de crecer dura segundos o siglos y se repite sometiendo al cuerpo al escrutinio del ojo propio. Al ojo que mira escépticamente los surcos que lo acogen. 

VI

Sensaciones:

Manías, dedos remordidos, 

cabellos arrancados sin piedad, 

nudillos explotados hasta enrojecer.

Aquello no tiene nombre

ni forma, se siente como picaduras de insectos

en las mejillas, en los pulmones, en la lengua. 

El cuerpo se torna cárcel. No tiene palabras, 

es imagen. Nada se entiende, 

la realidad se transforma. El nombre propio

no existe, ni el amor ni la familia. 

Todo es silencio, experiencia

 y cuerpo agonizante.  Es resumir la vida 

en una profunda exhalación.

Zully Ordoñez

Zully Ordoñez (Guayaquil, Ecuador, 1986). Licenciada en Literatura por la Universidad de las Artes del Ecuador. Ha participado en recitales de poesía como la Feria del Libro de Guayaquil (2021), Casal Catalá de Guayaquil y Casa de la Cultura de Guayaquil. Ha sido merecedora de dos menciones de honor: en el concurso de poesía Libre Libro (2019) y en la III Edición Josep Carner i Puig-Oriol. Ha publicado en Pixeletras, Editorial Crímenes en Venus, Revista Innombrable y Revista Temporales. Su poema «La Nueva Jerusalén es un país para migrar» consta en la antología Caballos Nacidos del Polvo (Uartes Ediciones, 2019).

https://www.instagram.com/beccaglco/
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