Poesía de Juan Gallego Benot
I
Tengo treinta y dos años y he visitado todos los cafés del mundo,
pero mi amor solo existe en los puertos; no imaginen la blandura violenta de la pesca,
ni la algarada de un milagro de brazos tensos;
no hay aquí ese fervor tostado de los chicos que, quizá por tradición,
quizá por desgana, quizá
simplemente menos duchos en el arte del estraperlo
tiráronse al muelle una noche y cosieron sus propias trampas
y en ellas enhebraron sus quejas y tal vez en sus azulísimos ojos
quizá eleváronse y ahora aman como solo pueden amar; es decir,
con bravura y con prisa, con la experiencia que da el silencio de las olas
y las ansias de la juventud.
Mi amor es sin embargo de otros puertos; imaginen ahora
ciudades, metrópolis en rojo y azul,
bloques de metal cuadrado que subyugan a las naciones y que aguardan su
convocatoria;
aprendan a llamar a estos otros amantes por sus nombres, que como en doctas
religiones se repiten
MAERSK
BOLUDA
HAPAG-LLOYD
y recorran entonces conmigo esta medina, estas larvas efímeras de la cotidianidad
invisible,
olviden las cañas, los paseos, el sol que cae y se posa sobre el mar con blandura,
amen con mi católica profundidad
—que no es el rechazo a la belleza, sino la voluntad violenta de encontrarla
en los rincones transitables de los muelles, donde se guardan
vellocinos de plástico y suaves y aleteantes caravaggios escondidos—.
Dulcemente
puede el hombre caer vencido en esta épica
y al arrebol dirimirse con paciencia de vástago secreto.
Aquí los amores
son eternos: los jóvenes se tienden en el suelo
y reptan. ¿Han amado alguna vez sobre el óxido?
Los hombres del puerto adoran con la fe del converso;
nadie sabe qué llevan ni en qué boca acabarán las bananas que solo hace tres días
salían de Ecuador. Las manos recias que tomaban el grano de café pasean ahora por este
espacio donde las riquezas se acumulan.
¡Paraíso de los ciegos! Reconozco a mis amores con las manos.
II (Jaume)
Amores sublunares de bibliotecas y museos:
os quiero enseñar el vértigo y la calma.
El sol, al que conocemos solo de oídas,
empieza a amenazar con encontrarnos
y —han dicho en algún sitio—
que por el sur bullen ambiguas las mareas
sembrando las playas de veleros que encallan. Marineritos
terráqueos, hospitalarios hombres que asistís
al comienzo del verano: dejad que os presente
a los amantes del otoño, blanquitos aún,
reverdecidos. Se parecen a mí, medio enfermos
y sin gracia,
aunque son más puros y dispuestos…