Cuatro poemas - Giles Castel

Dominik Kiss

Antes que nada

El primer respiro

luego del llanto de nacer desnudo

avanza el reloj que tarde y temprano

amarras a tu muñeca cerca del pulso

de tu sangre circular.

Estás en el presente bien encamisado y dispuesto a ceder 

el rompecabezas que es estar con zapatos 

No encuentras las piezas suficientes

para acostarte tranquilo diciendo:

Este soy yo mismo y aquí tengo este único préstamo correspondiente.

Equinoccio

Yo que comprendo poco lo que es evidente

Me siento a mirar las cosas como por fuera

A urdir con las manos lo que toman los ojos

Y termino de sostener que algo hay cierto

En las fisuras de las hojas que han caído.

Publicidad

Quema en el pastizal

Despiertas.

Abres los ojos tendido como toalla.

Te surgen dudas de si eres cierto

De si todas las cosas pasadas te han sucedido realmente.

Miras por la ventana y compruebas que vives entre otros que ocupan lugares que jamás ocuparás. 

—Un quitasol en medio de una playa turística—

Te das cuenta que los círculos de poesía son escasos, 

los perros atropellados aumentan cada año 

y que los ingenieros han hecho puentes al revés.

Te miras la mano derecha desconfiando de sus dedos,

Para la certeza no encuentras mejor excusa que abrir la palta con un tenedor.

Habrás hecho de bufón en las fiestas por desprecio a la sobriedad

Y te descargaste de vergüenza frente al inodoro al día siguiente.

Atravesaste la juventud con elocuencia

Que luego, tras los intentos fallidos,

Descubres ignorante y lejos.

Cada noche antes de dormir

Discutes con la cama problemas que son de la almohada, los resuelves medianamente y para mañana te cubres de promesas que rara vez cumples.

Te gusta hacer de máquina irónica, conversador de incertidumbres, coqueto conocedor de flora y fauna, pero no eres estrictamente más que un saltamontes en medio del incendio de un pastizal en expansión.


La Moneda incendiada

 A Eduardo Miño, a sus amigos, ex colegas y familiares.

Tomaste la palabra con un lápiz

Y escribiste a puño cada letra

Hasta llegar a «Alma». Allí

Recordaste el sueño difícil que te mantuvo despierto la noche anterior.

Pensaste en tus tres hijos, pero desaparecieron cuando escribiste «Desborda». 

Seguiste el pulso de tu impotencia

Diferente al de tu corazón furioso.

No podías entender.

Te mordías los labios, te sudaba la frente y chirriaban tus molares.

Pensaste en tu niñez de hombre pobre,

En los principios familiares.

Querían que fueras una persona de bien, que trabajaras para conocer el sacrificio de poner, junto a los platos, el pan sobre la mesa.

Allí viste el pesado cuerpo de Dios

Y deletreaste «Humanidad».

La abrazaste como quien conoce la desgracia propia.

El veneno se multiplicó

Volvió propio lo ajeno y encontraste a tus colegas en la tristeza. 

Se congregaron

Armaron grupos

Se manifestaron

Hicieron las de la ley

Siguieron paso a paso los protocolos

Expresaron sus peticiones

Sus descontentos de todas las formas posibles y ridículas.

La respuesta abierta fue una puerta cerrada en la cara.

No podían entender, gritaron, golpearon, rieron de absurdo, lloraste, lloraron, se nombraron uno a uno los cancerosos, los envenenados por vender el tiempo de su vida 

Pagando la muerte.

Escribiste «Ya no soporta»

Ya no soporto

Ya no soporta

Ya no soporto

Ya no soporta.

Preparaste una carta

Después del plan

Te detuviste esa noche

Miraste al cielo que estaba despejado

Usaste los mismos ojos para ver una estrella

Con los que amaste la juventud

Con los que hiciste amigos y el amor

Con los que viste crecer a tus hijos

Jugar como hacías para ser una persona de bien.

Tomaste el combustible la mañana siguiente

Ataste tus cordones fuertemente

Imprimiste tus palabras y las repartiste.

La concentración era en La Moneda.

Te juntaste con tus colegas: el conjunto del descontento

Habían muchos y los represores

Estaban los tuyos y los otros

Estaba tu decisión y las palabras

La desesperación y los culpables

Tu alma y las armas

Mientras todos miraban

El fuego acercarse por voluntad propia

El combustible y la pesca

Hacia el incendio de sí mismo

Hacia el incendio de Chile

Hacia el acto de amor infinito

Deshaciéndose en el aire como ceniza de cielo

Todos vieron lo ocurrido

Estaban los tuyos y las caras de horror

Estaban los gritos y los alaridos

Estaban las fuerzas armadas de rodillas

Estaba tu amor repartido en el aire

Oxigenando la multitud llorada

Las autoridades rechazando la mirada

Evadiendo con los ojos la culpa en sus cabezas.

Estaba tu amor repartido en el aire

Escribiendo «Tanta injusticia»

             Tanta injusticia

      Tanta injusticia

Tanta injusticia.

También puedes compartir este texto

Giles Castel Esparza

Giles Castel Esparza (Los Ángeles, Chile, 1995). Actualmente reside en la comuna de Curarrehue, región de la Araucanía. Ha participado en diversos talleres literarios y lecturas poéticas. Ha sido antologado en Procesión, presión y prisa: Poesía y prosa (Editorial Negráfica, 2015); Jueves será… (LAR ediciones, 2016); Palabras escritas en tiempos de cólera (Taller del libro ediciones, 2019). En el año 2020 publicó su primer libro, Consumo Cuidado, en la editorial Al Aire Libro.

https://www.instagram.com/g.castel.e/
Anterior
Anterior

Cinco poemas - Sara Martín

Siguiente
Siguiente

Tres poemas - Elizabeth Reinosa