Hopper y el fin del mundo: el final de todo contado por Fedosy Santaella

Nighthawks por Edward Hopper

Dicen que al final de todo solo quedará una única vela, y que cuando su fuego se apague, no habrá más luz para ver. El fuego habrá desaparecido de la faz de la tierra, la luz será un gran mito y no habrá ojo que vea ni que pueda llorar. Fedosy Santaella ha publicado recientemente Hopper y el fin del mundo (Editorial Milenio, 2021), una novela sobre el final de las cosas. Y como toda novela, nunca termina. Es un inicio, una indagación, un ojo abierto que no se atreve a cerrarse porque lo que está al frente -precisamente el fin del mundo- es más perfecto que la oscuridad de la que se han escrito las leyendas. Presentamos para los lectores de Casapaís esta entrevista exclusiva a su autor:

Cortesía El Estímulo


La novela inicia con dos epígrafes, uno de Lord Byron, del que destaca el verso «and all hearts were chill'd into selfish prayer for light» y otro de Adam Zagajewski, que dice «después del fin del mundo, hay que vivir como si no hubiera pasado nada».  Estos dos epígrafes parecen indicar una visión contrapuesta del fin del mundo. ¿Por qué escoger esta contraposición o juego dispar entre las imágenes de los epígrafes?

No sé si sea una visión contrapuesta, pero quizás sí se encuentre allí la búsqueda de una cierta complejidad humana. Hablo de la belleza y el horror contrapuestos; el anhelo de paz y calma en nosotros enfrentado a lo que quizás sea una batalla inútil o si se prefiere titánica en un mundo oscuro, dominado por poderes devastadores. Sin embargo, se intenta, como sus personajes lo intentan.


El capítulo «Aves nocturnas», el primero de la novela, establece el tono- oscuro, filosófico- al que se dirigirá el resto de la narración. «La realidad es posible cuando es habitada, y allá afuera nada se habita», establece el narrador. ¿En qué tipo de realidad viven los personajes? ¿La habitan o son habitados por ella?

Viven un mundo en apariencia vacío donde la naturaleza humana no ha muerto. Ahora, ¿cuál es esa naturaleza humana? Pues allí justamente la exploración (o una de las exploraciones) de la novela. ¿Somos criaturas indefensas y buenas, espirituales y buscadoras de paz y luz, o somos criaturas, igualmente indefensas, que nos agrupamos para defendernos y atacar y satisfacer oscuras ansias de poder y muerte? ¿Qué tanto hacemos el mal con el fin de sobrevivir? ¿O simplemente hacemos el mal porque el mal nos fascina? ¿Qué tan buenos podemos ser en un mundo violento? Perdonen la falta de profundidad erudita, pero hace poco vi Kingsman´s: el origen, y allí el duque de Oxford, conversando con su hijo, observa que en el presente ambos son caballeros sofisticados y pacíficos, pero que para llegar allí sus antepasados tuvieron que ser hombres crueles y violentos que mataron a cientos de personas para llegar a una posición de poder privilegiada. En esa simple observación hay una verdad muy clara que nos pone a pensar.



La novela está formada por un contrapunto de voces específicas y diferenciadas. ¿Por qué esta manera de narrar? ¿Representa esta fragmentariedad el fin del mundo al que nos asomamos en la novela?

Tal cual, la novela obedece a la fragmentación de su mundo, y al mismo tiempo esa fragmentación permite un juego más atractivo con las formas literarias. Esa fragmentación es un rompecabezas que permite al lector ir armando la historia, le pide que participe más de este mundo, que se sienta fragmentado por igual. Esa fragmentación es también hija de la ironía romántica, y permite quebrar la forma narrativa tradicional para jugar en distintos niveles, con los tiempos, las subtramas, con intervenciones ensayísticas o reflexiones. Como pretende la ironía romántica, da un espacio de libertad que no se consigue con las formas irrestrictas de la narrativa tradicional, que pueden llegar a ser esclavizantes o incluso cansonas.



«Aquella tarde, apenas traspusimos la colina. Alfredo y yo vimos el barco encallado en medio de la explanada, sembrado sobre la tierra, una cosa surrealista como toda cosa en el fin del mundo». ¿Qué importancia tiene la esencia onírica o surrealista dentro de la novela? 

Mucho. El surrealismo me ha interesado desde joven. Me parece que no es bien comprendido o aprovechado en la literatura contemporánea. Poco en Latinoamérica, creo. En ese sentido estoy agradecido con autores como Eduardo Liendo o Ednodio Quintero. Hoy en día, la búsqueda que se está dando de la literatura de terror en autoras latinoamericanas actuales -Mónica Ojeda, Mariana Enríquez, Michelle Roche, entre otras— está trayendo de vuelta mucho de ese espacio onírico, oscuro y fascinante de la mente humana. Me parece maravilloso que eso esté pasando. Pero lo onírico no sólo es terror, también es belleza, poesía. Quizás esa es su importancia en la novela: allí, en ese espacio de lo onírico, hay belleza, hay poesía, hay otro mundo, otras historias.

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Venezuela - la situación venezolana, la catástrofe- repta en la narración, se funde con los personajes ¿Es Venezuela, dentro de la composición de la novela, un símbolo del fin del mundo? 


No sé si del fin del mundo, pero sí tiene la propiedad de la repetición infernal. El fin del mundo es un estallido que acaba con todo, el infierno es una máquina cíclica de torturas. ¿A qué se nos parece más Venezuela?



¿Consideras Hopper y el fin del mundo como una premonición?

Sería demasiado pretencioso responder esta pregunta. Sí creo que hay que tener cuidado con hacer turismo de la tragedia. Querer “vender” el presente o un pasado demasiado inmediato como único tema, sin unir estos elementos a preguntas, cuestionamientos o reflexiones es arriesgado y creo que superficial. Sobre todo las preguntas son importantes. 



En la novela conviven referencias literarias y culturales. ¿De qué fuentes se nutrió Hopper y el fin del mundo para existir? 

Durante un buen tiempo he estado leyendo a Georg Ch. Lichtenberg. De sus aforismos me han interesado mucho sus ideas sobre el sueño y la realidad. También hay allí mucho de mis lecturas sobre El cuaderno de Blas Coll de Montejo. El estilo «narrativo» de Mark Strand es fundamental. También sus ensayos sobre Hopper. Adam Zagajewski  en poesía y ensayo. Por igual el imaginario postapocalíptico cinematográfico que nos aportaron autores como Terry Gilliam, y, por qué no, películas como Mad Max, Soy Leyenda, Escape de Nueva York de Carpenter, entre otras. Algo de Tarkovsky y Lars von Trier. David Lynch, que siempre es apocalíptico. La oscuridad exterior y La carretera de Cormac McCarthy, La danza de la muerte de Stephen King. De la literatura de ciencia ficción hay muy poco, aunque Bradbury inspira un momento importante de una de las vertientes narrativas. Y Edward Hopper, la obra de Edward Hopper.


Los pasajes líricos de la novela son abundantes. El lenguaje es metafórico, juega con los símbolos. ¿Es posible la poesía en el fin del mundo? 

Creo que la novela termina concluyendo que sí. Sobre todo, la poesía es posible cuando el horror nos sobrepasa. Claro que es posible la poesía después de los holocaustos, de los distintos fines del mundo. La poesía no es cosita de flores y corazones flechados. La poesía es una fuerza que resiste. Es un poder sigiloso que mueve el mundo.


¿Cómo surgió el título Hopper y el fin del mundo? ¿Cuál fue la imagen que disparó la decisión del título?

La obra de Edward Hopper, y por supuesto, en específico, la pintura Nighthawks. Para mí, sus cuadros está llenos de una profunda paz. No hay miedo a la soledad en sus cuadros, o eso me parece. Mucha gente en nuestros tiempos le tiene miedo a la soledad, a mirarse en silencio. Eso es peligroso para ellos, para la humanidad entera. Somos animales sociales, sí, pero exagerar esa noción puede llegar a las peores tragedias. A la destrucción, a la locura colectiva. El amor colectivo es bueno, pero también hay que amarse a sí mismo, y allí está lo interior, la intimidad, el apartamiento, la sospecha hacia lo colectivo, la soledad, la libertad de adentro. Si te pones a ver, este libro está escrito por un venezolano profundamente herido por la revolución bolivariana.

La novela termina, paradójicamente, en tiempo futuro: «Se abrazarán, en la penumbra, sintiéndose salvados». ¿Es posible el futuro en el fin del mundo? 

No lo sé. En este caso, hablar en futuro es un forma de desear lo mejor del futuro. De convocarlo, como palabras mágicas, que no sabemos si funcionarán.

 

Fedosy Santaella (Puerto Cabello, 1970). Narrador y poeta venezolano. Ha publicado en editoriales como Alfaguara, Ediciones B, Pre-Textos y Oscar Todtmann. Fue becario del programa de escritura de la Universidad de Iowa en 2009. En 2010 quedó entre los diez finalistas del Premio Cosecha Eñe (España). En 2013 ganó el concurso de cuentos de El Nacional (Venezuela) y estuvo en la lista corta del premio de novela Herralde. En 2016 se hizo merecedor del premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro por Los nombres.

 

Hopper y el fin del mundo está disponible en la web de Editorial Milenio. Toca la imagen para acceder

Jan Queretz

Jan Queretz (Caracas, Venezuela, 1991). Escritor venezolano. Cursó estudios de filosofía en Caracas. De 2012 a 2017 trabajó como profesor de literatura. Escribe la columna Literatura Viva en The Wynwood Times. Ha escrito una novela, Nuestra Tierra tan Pobre, inédita. Fue seleccionado para formar parte de la antología poética “Artesanía de la piel”, de la revista española “Altavoz Cultural”. Quedó finalista en el tercer premio de crónica literaria “Lo mejor de Nos” en Venezuela.  Ha publicado en distintas revistas en México y España. Dirige la revista Casapaís. 



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