La intensidad del recuerdo: Presencias extrañas en la memoria de Héctor Torres

Del archivo del autor

Un libro funciona como la materia gris del cerebro: adentro chocan imágenes, sensaciones, momentos de caos que se ordenan para después desordenarse inmediatamente, palabras dichas, otras no pronunciadas, rostros hallados, anhelados y perdidos. Héctor Torres, autor venezolano, ha publicado Presencias extrañas (Ediciones Puntocero, 2021), un libro de crónicas íntimas, recuerdos sin casillas ni moldes, memorias sutiles que se tejen para formar una cadena vital, qué más se puede decir, una vida con todas sus discordias, amores, accidentes, vida que se revuelve y se calma recuerdo tras recuerdo. Celebremos el trabajo de la memoria y la creación con esta entrevista exclusiva que le hicimos a su autor, solo en Casapaís en línea:

Fernando Bracho Bracho

Hasta ahora tu carrera literaria ha tocado la novela, los cuentos, la crónica, como Caracas muerde, por ejemplo, trabajos que se inclinan hacia afuera de ti, hacia otros. ¿Por qué decidiste mirar hacia adentro en Presencias extrañas? ¿Por qué este giro radical? ¿Fue un giro radical?

Atajaré la pregunta en su último tramo. Y es que, de hecho, no lo siento como un giro radical. Es, en todo caso, un ejercicio de espejos. De indagar sobre las posibilidades de la creación en la dirección contraria. Todo texto requiere de eso que llamamos realidad, necesita de la imaginación. Ya yo venía reflexionando desde hace un tiempo cómo usamos la memoria como materia de la creación literaria. No hay más realidad aquí que imaginación en, por ejemplo, La huella del bisonte. La memoria del pasado está, potencialmente, a la misma distancia de nosotros que las especulaciones acerca de cosas que imaginamos que pudieron haber sucedido. El ejercicio que me planteé en Presencias extrañas fue el de tomar un «recuerdo» y hacer de él un ejercicio retórico que descansara más en su efecto que en la fidelidad de unos hechos que, de cualquier manera, no puedo atestiguar. Recordar, después de todo, es deformar. En ese sentido, no es muy distinto a cómo se construyó Caracas muerde. Una es la ilusión de la memoria propia y la otra es la ilusión de la realidad circundante.

¿Cuál fue el detonador del libro? ¿Una lectura, una experiencia, una necesidad, quizás, de mirar hacia adentro?

Toda escritura es un intento de tratar de entender algo. Y no voy a negar que llegar a los 50 años me hizo pensar en ese periplo que es la propia vida. El detonante del que haces mención es la idea, que asiento en el libro, de encontrarme ante la «mitad más corta» de mi vida. Entonces decidí escribir historias que me ayudaran a pensar en ella partiendo de anécdotas sobre la vida que fue o que pudo ser. Pero mirar hacia adentro es fundamental (al menos para mí) para escribir. Cada vez que escribo algo, por impersonal que parezca, lo hago desde mi mirada personal. Y mi mirada personal se desarrolla desde mi propia visión del mundo. Escribir de cualquier cosa es escribir sobre uno. Mirar hacia afuera es mirar hacia adentro, de alguna manera. De ahí que digo que es un ejercicio de espejos.

El libro comienza con una frase que resume y anuncia todo el libro: «Si los recuerdos viven dentro de nosotros, y si todo lo que está vivo se mueve, ¿por qué no lo iban a hacer aquellos cada vez que los convocamos?» ¿Qué movió en ti esta selección de recuerdos? 

La posibilidad de sacarle carne que sostuviera la anécdota. Hay anécdotas que te dicen algo y hay otras que no te dicen nada. Hice un paseo por mi vida tratando de buscar anécdotas en cada etapa de ella para tratar de construir un personaje que se desarrollara a lo largo del gran relato del libro. Fue un intento de construir un personaje, darle sentido. Tratar de especular cómo llegó hasta aquí. Entonces, como sucede con toda anécdota, algunos recuerdos no me decían nada mientras que otros se llenaban de asociaciones que me resultaban útiles para desarrollar un «discurso». Y, por ello mismo, no podía ser fiel ni siquiera a la falaz memoria, que ya se había encargado, a lo largo de tantas evocaciones, de falsificar los hechos. Porque, de hecho, si esos recuerdos son más persistentes que otros es porque están más contaminados de culpas, vergüenzas, anhelos, traumas… En otra vuelta de esa tuerca usé esas historias como excusa para construir el personaje.

Todo ejercicio de introspección autobiográfica es al final, un gran trabajo antológico. ¿Cuál fue el criterio para escoger los recuerdos que forman el libro? 

Sospecho, aunque no lo tengo demasiado claro, que poder hacer avanzar al personaje en el tiempo. Aquellos episodios que me permitieron darle coherencia al personaje para que el siguiente episodio tomara el testigo, a fin de dibujar un arco que alimentara su trayecto sin demasiados baches, hasta llegar a esta perplejidad en la que ahora estoy parado.

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En este libro pude conocer a Héctor como persona única e irrepetible. ¿Qué hay del Héctor escritor? ¿Cómo fue el proceso de escritura? 
El personaje escritor fue algo que, quizá involuntariamente traté de evadir. Ulises Milla, mi editor, me sugirió que no dejara por fuera ese proceso del llamado de la escritura, pero pudorosamente apenas lo asomé. No quería enfocarme en el personaje escritor. Ese, inevitablemente, estaba presente en el texto. Quería construir las anécdotas pensando en ese que ha tenido que entenderse con ausencias, con fantasmas, con la falta de respuestas. Ya el ejercicio retórico delataba al autor.

En cuanto al proceso de escritura, fue una inmersión con algunas preguntas siempre presentes. ¿Cómo he llegado hasta aquí? Construir un personaje en tiempo real es una tarea ardua y en la que empeñamos una enorme energía. He vivido una vida que, en tanto se fue adentrando en la mediana edad, se fue volviendo amable. Me encanta estar aceptando el paso de los años. Saber que no volverás a pasar por ciertas estaciones. Dejar de creer que puedes bajarte en ellas. En tanto más renuncio a las vidas posibles más disfruto la que terminé por construir. Y ese ejercicio de dibujar esa historia que crees que te explica es muy interesante. Después de todo, solo dejaremos una historia. Todo lo demás, en tanto pasa el tiempo, se vuelve irrelevante.

El fantasma -su persecución, su presencia- es un tema recurrente en el libro. ¿Te sentías perseguido por los recuerdos que surgen en Presencias extrañas? 

No, más bien finalmente hallado. Hay algo de paz en ello. Si hay algo que debemos hacer en tanto pasa el tiempo es aceptar que nuestra vida es finita. Mientras corregía el libro murió mi hermano. Fue un momento muy doloroso, porque los hermanos son esos seres que siempre, desde que tienes uso de razón, han estado allí. Aceptar que hay otras formas de presencias en nuestro camino es una idea muy amable. Y los venezolanos sabemos mucho de eso. Hay amigos que se fueron hace mucho tiempo y, luego de muchos años sin conversar con ellos, les puedo leer un tuit que escriben y sonreír, o estar en desacuerdo, o decir que eso es tan típico tuyo… Y no les escribo, no les hablo. Pero están ahí. Los siento presentes, como si nunca se hubiesen ido. ¿Acaso no pasa eso con los muertos? Vienen a nuestra memoria cada tanto, aparecen en una conversación, en un recuerdo. Terminamos conviviendo con nuestros fantasmas. Y es normal que, en tanto pase el tiempo, más fantasmas pueblen nuestros días. Tengo pocos amigos y afectos profundos y muchos de ellos no están a la mano, pero no por eso dejan de estar.

A pesar de que todo libro es, al final, un proceso solitario, ¿volviste a las personas que aparecen en el libro? ¿Las consideras -una vez terminado- personas o personajes? 

Las del libro, sin duda, son personajes. Una vez que uno asienta una historia, creyendo que está contando la realidad, lo que termina por producir es un artefacto estético, cuyo propósito es mover emociones para justificar un efecto que justifica una posición ante la vida. En ese sentido, las de carne y hueso son misterios insondables, incluso para ellos mismos. Mis personajes obedecen a mi plan trazado de su presencia en mi historia. Son dos seres distintos.

«¿Lo recuerdo o creo recordarlo?, escribes en «Lo dijo por poco tiempo». ¿Consideras que hubo algún tipo de intrusión ficcional en la composición de los recuerdos o se trata de una observación pura en retrospectiva?

Como ya comenté, para escribir este libro me entregué a la certeza de que no podemos fijar los recuerdos. Ya el lenguaje es un artificio, una convención, una ficción compartida. No hay manera de fijar los recuerdos sin mentir. Por tanto, para no incurrir en la mentira, asumo que lo que cuento es un ejercicio que parte de historias que me cuento, que tienen el propósito de pensar el camino andado y construir el gran relato de la propia vida. Si ya todas esas historias tendrían tantas versiones como personas las recuerden, la interpretación de las mismas bifurca el asunto hasta el infinito. ¿Podría yo explicar determinado hecho de mi vida si no hubiese visto determinada película o leído determinado libro o tenido determinada conversación? La respuesta es no. Entonces, no hay manera de contar la realidad. Los escritores que cuentan magníficas memorias mienten. Pero, o no lo saben, o sí, pero no les importa.


Como escritor, ¿cuál diferencia literaria hay entre escribir crónicas sociales y este tipo de crónicas interiores? 

No encuentro diferencias. En principio no me siento cómodo con los géneros. El género es un asunto de los estudiosos y los críticos. La gente lee una historia que le atrapó o no, que está lograda o no, que lo conmovió o no. Es irrelevante cuál es la etiqueta bajo la cual los estudiosos la cataloguen en esa taxonomía que resulta útil para clasificar a fin de abordar su estudio. Pero la experiencia literaria es todo lo contrario: es aglutinar y arrastrar y revolver sin orden todo lo vivido, lo intuido, lo imaginado, lo robado, para darle un cierto orden (artificial, por supuesto) al mundo que le rodea. La realidad es un caos sin forma. El orden es tan necesario como artificial.

¿Crees que los recuerdos son, de cierta manera, presencias extrañas? 

Los recuerdos pueden ser entrañables, pero que eso no nos engañe. Son entrañables porque les hemos agarrado cariño, no porque nos pertenezcan. Se sabe, por experimentos que han hecho, que a la gente le pueden inducir la sensación de que recuerda algo. Los recuerdos son como los hijos: son nuestros porque así lo sentimos y eso puede mover energías muy poderosas. En un mundo tan desconcertante y vertiginoso, necesitamos un puñado de certezas que se vuelven nuestras islas. Y que sepamos que esas certezas son nuestras construcciones no les quita su valor ni su potencia.

 

Héctor Torres es autor de la trilogía de Caracas, compuesta por Caracas muerde (2012), Objetos no declarados (2014) y La vida feroz (2016), publicados por Ediciones Puntocero. También ha publicado los libros de cuentos El amor en tres platos (2007) y El regalo de Pandora (2011), así como la novela La huella del bisonte (2008). Su más reciente título es Presencias extrañas (2021). Es compilador, junto a Albor Rodríguez, del libro Días Salvajes.

Edita, junto a Albor Rodríguez, el sitio www.lavidadenos.com. Fue cofundador y director de www.ficcionbreve.org (activa desde 1999) y creador del Premio de la Crítica a la Novela del Año, organizado por ese sitio.

www.hectorres.xyz

 

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Jan Queretz

Jan Queretz (Caracas, Venezuela, 1991). Escritor venezolano. Cursó estudios de filosofía en Caracas. De 2012 a 2017 trabajó como profesor de literatura. Escribe la columna Literatura Viva en The Wynwood Times. Ha escrito una novela, Nuestra Tierra tan Pobre, inédita. Fue seleccionado para formar parte de la antología poética “Artesanía de la piel”, de la revista española “Altavoz Cultural”. Quedó finalista en el tercer premio de crónica literaria “Lo mejor de Nos” en Venezuela.  Ha publicado en distintas revistas en México y España. Dirige la revista Casapaís. 



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