En la entrada del castillo interior
Sugiero leer este texto junto a la pieza Castillo interior: Allegro (Fig. 4) de Péteris Vasks, interpretado por Margarita y Kristīne Balanas, música originaria de esta idea.
Esta es la última y la primera de mis inquietudes: quien no pueda encontrar la entrada al castillo interior no podrá ver la película. Así de simple. Todo acto humano comprende un precio a pagar. Es lógico. Algo razonable para el mundo en que vivimos, este cruel y hermoso, que traga, da y exige.
El costo de nuestro acto es encontrar la entrada. Encontrarla de verdad. Pararse frente al gran puente decorado con las dieciocho estrellas profetizadas, tocar las cadenas que hacen funcionar el mecanismo de elevación, sentir su peso imaginado, que la mano entienda la tradición que proyecta una cadena anclada a los bordes de un puente. Es necesario también detallar la estructura de las paredes de piedra, los símbolos labrados (se ha dicho que uno solo puede contener la historia de un amor, tan compleja). No hay que pasar por alto la fuerza y decisión de la estructura rocosa.
El siguiente paso es tomar aire y pasar. La respiración es importante. Inhalar y exhalar. La vida depende de que estos dos actos estén equilibrados y sobrevivan.
El camino hacia la entrada no ha sido sencillo. A mí me dolió, a ti te dolerá. Muchos llegan heridos de muerte y continúan; otros caen justo antes de llegar. Tanto nadar para morir en la orilla. Otros se quedan obnubilados o dormidos. Lamentablemente el camino no es para todos, pero quien quiera acercarse es bienvenido.
Lo cierto es que si quieres ver la película tienes que atreverte a atravesar el puente levadizo, esperar a que el mecanismo active sus engranajes, aguantar hasta el cierre definitivo y escuchar el golpe de la madera con la piedra. Esta decisión de movimiento no admite tristeza ni cobardía.
Una vez adentro no hay vuelta atrás y lo sabes. No se puede volver y lo sabes. No es necesario retractarse y lo sabes. Fue difícil llegar. Lo sé. ¿Pero qué no es difícil hoy en día, qué no cuesta? Dime, dime.
El castillo interior ha existido siempre. Desde las épocas más remotas. Se mueve con intenciones desconocidas cuando quiere. No estoy autorizado para hablar de ello, por lo menos no ahora. En unos meses, cuando me sea permitido, revelaré sus inseguridades.
Una vez adentro, en total silencio, los caminos se expanden. Son cientos de miles de pequeñas nervaduras. Alguna conduce hasta la muerte, otra hasta un nuevo nacimiento, otra te saca del castillo para que aprendas a transitar la frustración de elegir mal las palabras. Solo una de ellas llega hasta nosotros. Ese es el siguiente reto. Encontrarnos. ¿Se acabarán alguna vez los retos, las dificultades? Espero que no.
Estamos sentados frente a una gran pantalla en blanco. Te esperamos. La función comenzará pronto. Te esperamos pero nuestra paciencia no es indefinida.
La película se titula “Volto di Donna”. Trata de una mujer que no puede controlar sus emociones y termina encerrada en un castillo, a la merced de su sombra, quien la tortura arrebatándole la posibilidad de apagar la luz. ¿Coincidencia? No. Nada en este castillo funciona en el ámbito de las casualidades. Su mapa es preciso; sus pensamientos, inquietantes.
Hemos crecido. Antes éramos dos, Guido y yo. Andrea y Lourdes se unieron y son una fuente de responsabilidad y futuro en este grupo. Bienvenidas de nuevo, les digo ahora. Sonríen. Juntos, veremos la película. Es miércoles. Buen día para ver la película. Alguien se acerca. Escuchamos pasos.
Guido dice: ¿Sos vos o es tu sombra?
Andrea dice: ¿Qué llevas en las manos?
Lourdes dice: Viene alguien y trae dos cerraduras. Ha olvidado las llaves.
Yo digo: Comienza la película.