Si barco o bola de nieve fue - Un polisíndeton
No hace tanto tiempo en mi país…
…un territorio poblado de árboles y de desiertos se dividía entre muy ricos y muy pobres. Los pudientes, conservadores, manifestaban cierta distancia y poco fervor hacia los desheredados, progresistas, idealistas… y viceversa. Cada uno quería imponer su concepción de Estado. Dos espíritus querían habitar el mismo cuerpo. Unos querían un trono alto y voluminoso, de encajes metálicos y oropel, en cuyos cojines se habían aposentado reyes y hombres de una misma sangre, y el otro repartir el poder entre el pueblo, que la tierra fuera para quien la trabajaba; que un fruto no germinara en una tierra ajena. En el país, había sombra y sol para todos, pero visiones distintas del porvenir. Se lamentaban los poetas desde siglos de aquel mal inherente al territorio. Mojaban las plumas en hiel cuando escribían acerca de la península. Un desastre de tierra, un cajón de pus y madera podrida; una madre con dos hijos, tres panes y solo ojos para uno de ellos.
Así las cosas, fue pasando el tiempo hasta que…
…un gobierno vendó los ojos a dos hombres que iban a romper una piñata y acabaron hiriéndose el uno al otro. También quebraron la piñata. El gobierno había confiado en que los golpes fueran certeros y exactos. Demasiada confianza para un pueblo cegado, borracho de mucha palabra, ¡bien bonita!, pero de poca visión conjunta. Paradójicamente, los que menos sufrieron fueron los propios palos, enhiestos y firmes, pero los cuerpos quedaron maltrechos.
…un grupo de militares sin escrúpulos ni amor por su pueblo cortó la cuerda que sostenía la valla entre dos enemigos, que los mantenía separados y seguros. Y estos, vencido el obstáculo que los apartaba, se mataron entre sí. La irresponsabilidad cívica y humana de los militares, su falta de empatía y la saña con la que cometieron la imprudencia de echar dos gallos a un mismo corral, animó a muchos a emprender la senda de la barbarie, con todas las consecuencias, y a nunca recular. Sin orden social ni protección estatal ni defensa jurídica ni apoyo institucional, el pueblo de a pie hizo lo que pudo, y parte de este se ensañó contra enemigos viejos, y parte de este se defendió ante inquinas vetustas, y parte de este formó una milicia con hombres ataviados con tirachinas y fusiles que apuntaban hacia atrás, alpargatas sueltas y gorras horadadas.
Y comenzó entonces la Guerra Civil.