Las noticias en torno a mi muerte son un tanto exageradas
Zurita respira y mira el techo. Cruza las piernas, recorre con la mirada a las personas que en ese momento estamos en una librería de Almagro, un barrio de clase media de la ciudad de Buenos Aires, esperando para escuchar la lectura de sus poemas. Lo hace con la serenidad de un cóndor Andino preparándose para volar. Abre las alas y deja que pase el viento, se muestra inmenso, negro, sus garras se aferran al suelo pedregoso. Parece, estoy seguro, que es el dueño de la cordillera de los Andes, pero Zurita acaba de llegar de Chile en un avión comercial. Zurita tiembla y su temblor se detiene cuando agarra un libro que tiene su foto en la portada. Su obra, extensa, es también un registro histórico del Chile reciente. Un grito. Desde la dictadura de Pinochet al desierto de Atacama. Desde los acantilados al infierno. Desde la ciudad de Santiago al mar. Zurita respira, otra vez, más profundo: «nada ha sucedido y mi sueño se levanta y cae como siempre/ como los días/ como la noche/ Todo mi amor está aquí y se ha quedado: pegado a las rocas al mar y a las montañas/ Pegado, a las rocas al mar y a las montañas». Termina. Su voz, con la intensidad de un eco en una catedral, se detiene. Zurita sonríe. Es el poeta chileno vivo más importante del país, o lo que queda de él.
La historia de Chile, y la de Zurita, se une a la de otros países de la región de América Latina. Por muchos de esos países pasaron gobiernos militares, ilegítimos, que con toda la fuerza del Estado: persiguieron, censuraron, se apropiaron de bebés, torturaron a ciudadanos, robaron sus pertenencias, violaron mujeres y hombres, generaron deudas impagables y la larga lista de aberraciones podría continuar. Sobre todo, para el caso de las dictaduras que sucedieron durante la década de los setenta el saldo, en gran parte de la memoria colectiva, es de dolor y de un desesperado intento de búsqueda de memoria, verdad y justicia. Escribí «gran parte» porque en los últimos años ciertos movimientos políticos, que paradójicamente lograron representatividad y ser electos democráticamente, han intentado reivindicar el accionar de las fuerzas militares. Si, a quienes asesinaron, robaron, endeudaron perversamente. Frente a la crisis económica, de las instituciones, a la frustración del desencanto, hoy muchos ciudadanos parecen estar dispuestos a responder con violencia y pánico. Sin ese dolor generado por la dictadura, sin la brutalidad, sin las contradicciones actuales y las de sí mismo como escritor Latinoamericano, la obra de Zurita tendría otro sentido o quizás no existiría.