¿A quién le hablan cuando me hablan?
Itzel: Ixchel: lucero de la tarde: mujer arcoiris: diosa de la luna: diosa del parto: persona del género femenino, cisgénero, que no se siente identificada con el nombre Itzel y que, sin embargo, este conforma su identidad.
Orígenes:
I) No hay certeza, pero se cree que cuando los Homo sapiens hicieron posible la agricultura, las relaciones en una comunidad grande de personas se volvieron más estables, lo que hizo necesario nombrar a los diferentes miembros que la integraban.
II) Nombre de origen maya. Proviene de Ixchel, que significa ‘mujer arcoíris’. Era la diosa del amor, la fertilidad, la medicina, del parto, de los trabajos textiles y de la luna. Dependiendo de las fases lunares, se representa como una mujer joven con un conejo o como una anciana que arroja tormentas y maldiciones sobre la Tierra.
Unidades sonoras:
I) Palabra: Itzel contiene dos sílabas (It-zel), la última es la tónica: aguda.
II) Te zeta: la lengua hace un súbito contacto con los dientes mientras se expulsa aire.
Leyenda:
Ixchel, una princesa, e Itzamná, un guerrero, eran dos jóvenes enamorados, pero él no era el único hombre que la amaba. Los dos oponentes, Itzamná y X, pelearon por ella. Cuando el primero logró derrotar a X, caminó hacia Ixchel, pero X atacó con sus últimas fuerzas a Itzamná por la espalda y este murió. Ella se quitó la vida al instante. Al fallecer, él se convirtió en el sol y ella en la luna.
Trascendieron.
El dios Sol, al ver que Luna siempre estaba envuelta de noche, regaló a la diosa un firmamento conformado por mujeres fallecidas en su juventud; ellas se enamoran cuando nace un fuego nuevo, lo que da a luz a un hijo. Por eso Ixchel también es considerada diosa de la fertilidad.
¿Qué dice mi nombre de mi vida? ¿Me determina de alguna forma? No importa cuánto haya rumiado esto, no encuentro respuestas que me dejen satisfecha. Lo único que sé es que, a veces, cuando me llaman por mi nombre ––solo tengo uno––, me toma tres segundos entender que se dirigen a mí. Itzel. ¿Yo soy Itzel?
Las historias sobre tu nombre se esfuman, pero no sin antes quedarse en ti: sin darte cuenta te vas a dormir con ellas; te las tragas junto con tu café; te las clavan con la mirada los que te rodean. Pero a veces viene la pregunta, directa, fácil: ¿yo soy diosa de la fertilidad, del amor, de la medicina? Cómo voy a ser todo eso. Ni del parto ni de la fertilidad. Aunque físicamente tenga las cualidades, las rechazo rotundamente. Yo puedo amar, pero también sentir el odio hasta en los dientes. De la medicina cómo crees, si me da infección de oído porque me susurren en la oreja cuando hago el amor, y nunca recuerdo con qué se cura.
¿Algo de mí tiene que ver con una diosa que se suicidó por la pérdida de un ser amado? Yo misma he muerto varias veces. Muere la niña/mujer arcoíris para dar paso a algo que cada vez se parece más a una anciana torrencial, pero depende de las fases lunares. Y al otro día, u otra semana, vuelvo a ser el arcoíris, o eso intento. La luz que refleja la luna transita y su medio es el tiempo. En eso sí soy Itzel.
Pero, ¿qué más? Soy una luna sencillamente. ¿Un satélite que está ahí por otro cuerpo? ¿Una de dos partes que conforman una dualidad, un equilibrio? ¿Soy alguien a quien le regalan el don de producir vida? El problema no es ser Luna. Las preguntas vienen cuando, por ejemplo, pienso que no soy el sol por ¿morir después?, ¿ser princesa y no un guerrero? Quizá yo quería ser un guerrero. Pero soy princesa, suicida, diosa de la luna e Itzel.
Desde que logré adquirir conciencia de mí, me di cuenta que no soy Itzel, pero tampoco soy alguien más. Algo peor que me digan Itzel, es que me llamen Itzi, Itzelita, Cheli, Chel, Itzihuitzi. Incluso me he imaginado con nombres que me gustan: Eva, Elena, Ágata; pero tampoco. No soy esto y mucho menos lo otro. ¿A qué se debe ese desfase?
En el fangoso mundo jurídico, el nombre es el atributo de la personalidad por excelencia. Si no tuviéramos nombre, sería difícil distinguirnos de las demás personas. Es decir, nos individualiza. Ese sustantivo, quizá determinado por el lugar y tiempo en el que nos ubicamos, literalmente nos identifica. Si llego a un lugar y alguien me da la mano mientras dice «Layla, mucho gusto», y yo respondo «Itzel, igualmente», Layla ahora, si es que logra retener mi nombre, vinculará Itzel con una persona del género femenino, morena, de cabello corto, complexión mediana y demás. Ante Layla soy, hasta ahora, dos cosas: un nombre y un cuerpo. Después, si hay oportunidad, se unirá a todo eso una forma de ser y pensar. Pero el nombre sigue ahí. Itzel
Me constituye, entonces, un nombre que por voluntad de mis padres, me fue asignado.
Pudieron haberme puesto Elena, Patricia, Úrsula, Lavinia, pero soy atardecer, luna y vieja.
En el México precolombino, cuando nacía un niño o niña llamaban al tonalpouhqui (en náhuatl ‘lector de destinos’) quien, dependendiendo de la hora y día de nacimiento, anunciaba el futuro del recién nacido. Luego, la tícitl (partera) lavaba a las criaturas y las nombraba regularmente con relación al día del parto. La ceremonia concluía cuando todos salían gritando el nombre y destino del bebé. Nombre y destino.
4:00 a.m.: 4 de agosto: diosa de la luna: 1998.
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En la Antigua Grecia tenían un nombre de pila, pero el lugar donde nacían también los ubicaba individualmente: Zenón de Siracusa o Tales de Mileto: Itzel del Distrito Federal. A los árabes los determinaba el grupo familiar; nombraban a sus padres para identificarse: Issa Ibn Musa (Jesús hijo de Moisés): Itzel hija de (¿qué pasaba cuando era un padre ausente?). Los hebreos mencionaban a un solo individuo, regularmente al padre, y con ello se entendía el conjunto familiar y patrimonial, por ejemplo: «La casa de Asaf» comprendía a su esposa, linaje y bienes: mi madre se rehusó a ser María C. de Avilés.
Ahora, en muchos países se incluye el apellido del padre y luego el de la madre (en algunos se puede modificar el orden si así se desea). Pero si solo nos quedamos con el nombre, este también puede ser una ventana de nuestros orígenes.
«¿Es maya?». Preguntan algunos cuando les digo mi nombre. «Sí, es maya». «¿De dónde viene “Itzel”?» Respondo que es de origen maya. Unos dicen «Me encanta. Qué bonito nombre», alguna vez fue un gringo que ve a México y a sus culturas prehispánicas como un realidad exótica y otra veces son hija de vecina; otros me miran los zapatos o la ropa que tengo puesta.
Mi mamá heredó uno de sus dos nombres de mi abuela y mi abuela de su mamá. Marías todas. Mi abuelo se llamó Jesús y su padre José. Cuando mis abuelos maternos tuvieron hijos los llamaron María L., María C. y Jesús R. No sé lo que es heredar un nombre, pero me gustaría mucho menos que llamarme Itzel. Itzel al menos solo soy yo entre mis sanguíneos más próximos.
Cuando tenía tres o cuatro años, una niña con el mismo nombre me mordió el dedo, y una maestra, también llamada Itzel, me regañó por haber metido mi dedo en la boca de Itzel. No puede ser que cuando apenas vas familiarizándote con tu nombre, alguien a quien pronuncian igual que a ti te muerda y también te regañe. Pero más que el regaño, era una señora. Una niña y una señora con el mismo nombre. Con la conciencia pequeña, me vi siendo ella: la maestra, la adulta. Algo no cuadraba. Yo era una niña, no una persona grande. Cuando me enteré que en el círculo materno todos son iguales, pensé en que mi mamá varias veces había tenido que ser su hermana y madre. Más aterrador cuando me explicaron la historia: María es madre de Jesús. Las hijas, madres de su padre.
Mi mamá, sin saberlo, nos puso Anochecer y Atardecer a mi hermana y a mí. Yoalli viene de Yohualli (‘noche’ en náhuatl). Yo desperté alguna vez durante la noche y pensé en su cabello y en la fortuna de la oscuridad. ¿Qué es el atardecer sino el esfuerzo por alcanzar la noche?
La noche es mayor que el atardecer, siempre me gustó pensarlo. Hasta que Yoalli no tuvo ganas de amanecer.
Si alguna vez he rezado, es para que no se olvide de los colores matutinos.
Lo bueno es que casi siempre que hay noche, hay luna.
Tantas cosas que soy y lo único que sé es que si a diario alguien me dice Itzel, supongo que soy Itzel, pero ¿en qué medida? Con mi nombre me concibe la sociedad. Si quiero votar, inscribirme a un taller, hacer trámites, tengo que concebirme así también. A veces no queda más que ser esa persona de quien, en primera instancia, solo se tiene un nombre.
Aunque los genes, la personalidad innata y el contexto siempre estarán ahí, formándonos, los nombres siguen siendo una parte. Algo de mí niega ese nombre, ese algo que me conforma. ¿Itzel?
El desfase lunar domina.
En eso también soy Itzel.