Genealogía del accidente
Hicimos un pacto
el dolor y yo
solo lo miro de frente
cuando no tengo anteojos
entonces no duele tanto
su borrosa verdad.
A cambio le entrego
mis ojos desnudos
Gisela Galimi
La historia de mis viajes es la historia de mis dolencias
Olga Tocarkzuc
Un cuerpo fracturado es un cuerpo viviente y dispuesto
María Auxiliadora Balladares
A Iosune de Goñi y Ana Castro
¿Un diario íntimo puede ser el lugar del ensayo?
El dolor es ciego. A veces tiene ojos, como los peces; entonces es mudo, como los peces. Aletea, se retuerce, se expresa con espasmos arrítmicos, como los peces fuera del mar. Pececillo, le diré, a ver si puedo enternecerme.
Manzanillo, Jalisco, 2020
Le temo a la noche, despierto demasiado a menudo a causa de los espasmos abdominales. A veces estoy en mitad de un sueño y un disparo eléctrico me saca abruptamente del paisaje. Me cuesta respirar, la oscuridad se rasga leve como una tela. Me pongo en posición fetal: dejo un hueco delante de mí para que el dolor se acomode.
Es la hora en la que solo cantan los pájaros.
Valencia, 2021
Escucho la voz de mi padre al otro lado del teléfono. Estoy nerviosa cuando atiendo, tiene los resultados de la prueba. No te preocupes, cariño, vamos a encontrar el camino. Lloro sin que me escuche, tengo práctica en los gestos de la contención. Es un camino largo, pero vamos.
Me calmo, incluso me entra el sueño.
Soy una niña de treinta y dos años.
Aeropuerto El Dorado, Bogotá, 2021
Hace tiempo que vivo en esta versión de mi cuerpo.
Sobre la superficie de aquel alimento se escondía un protozoo al que todavía no he podido referirme por su nombre científico, pues desconozco la especie que me infectó. El caso es que aquel bichito imperceptible para la vista, unicelular, se deslizó hacia mi interior y allí produjo la tormenta sistémica que pocos meses después se convirtió en una enfermedad autoinmune y crónica que tardaron seis años en diagnosticarme. Un diagnóstico todavía débil, confuso.
No sé cómo era antes: qué comía, cómo hacía la digestión, cómo era estar desnuda junto a alguien sin miedo.
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Barrio del Carmen, Valencia, 2021
Agazapada en la cama, hago silencio. Si intento incorporarme, el dolor tira de mí con su fuerza oceánica. Mi sudor, calor primigenio, me tiene pegada al colchón, a la silla, al suelo del baño; hinchada, incapaz de vaciarme, a punto de estallar. Despojada de mi humanidad, hembrita deshecha, pájaro sin plumas, espero que pase lo peor.
Cusco, 2015
Son los días posteriores a la infección, sigo con fiebre. Estoy en aquel hostal en el centro de una ciudad lejana, las sábanas empapadas, sin seres queridos alrededor pero con la suerte de haber conocido a un par de personas que me cuidan como pueden, pensando que pronto me curaré.
Guápulo, Quito, 2022
Pruebo estrangulando la palabra, digo: dolorcito, dolorcillo, pero no puedo narrar el dolor, solo lo que está en sus márgenes. Dolor y palabra: un desencuentro. Dicen que el cuerpo nos habla. El mío grita con su lenguaje desmembrado.
Esto no es un análisis teórico sobre el cuerpo. Esto no es un cuerpo sujeto a un marco teórico. Esto es un cuerpo sintomático, es decir, manifestado, es decir, manifestándose.
Guanajuato, México, 2021
Me gusta el ejercicio que hace María Luisa Puga en su Diario del dolor. Intento lo mismo: me escindo, soy una y otra el dolor, somos por separado. Solo así puedo tomar distancia, no identificarme por completo con la experiencia dolorosa, tener fe. No siempre funciona. A veces doto al cuerpo de una entidad propia para mirarlo desde lejos y entonces Cuerpo me mira también, con recelo, incluso llega a ser cruel conmigo…