Bejuma

Un pueblo poscolonial en Venezuela

Hace veinticuatro años, un niño que estudiaba cuarto grado de primaria, con apenas diez años de edad, se sentó frente a la Silver Reed SR 200 Deluxe, la máquina de escribir de su madre, a teclear la historia de su pueblo; se trataba de una asignación final de colegio. Entre otras cosas, escribiría los nombres de los fundadores del lugar sin saber que uno de ellos, famoso por haber creado las primeras estampillas de Venezuela en 1854, era su quinto abuelo.

Junto a ese trabajo escolar, un retrato a blanco y negro en la sala de la casa despertó el interés por sus orígenes. La imagen le mostraba gentes rurales, una familia numerosa con el padre y la madre al centro rodeados por los hijos, bien vestidos, en un patio desconocido. Alguien le dijo que ese era su bisabuelo y que era dueño de La América, una hacienda tabacalera donde habían nacido los hijos. Cuando le contó esto a una amiguita del colegio se dio la confusión: ambos creyeron que su bisabuelo había sido dueño de América. Así fue como ese niño empezó a buscar una grandeza familiar que él mismo se había inventado.

Fue hace dos años cuando el hombre que soy ahora descubrió ese secreto de mi ascendencia que no esperaba encontrar aquel niño que era yo. Todavía el papel amarillento del trabajo hecho a máquina permanece con dibujos a bolígrafo y grafito; está encuadernado con tecnología de los noventa y algunos anexos muestran boletines de la época de la Alcaldía de Bejuma. La Silver Reed de mi madre no sé adónde fue a parar. Así fue como la búsqueda empezó temprano, sobrevivió durante mi adolescencia y continúa hoy.

Llegué al encuentro con la historia de Bejuma de esa manera, en el colegio y a través de mi propia búsqueda. Se trata de un solo asunto: una historia que me contiene y, al mismo tiempo, un hombre que conforme vence el tiempo algo quiere agregar al gran relato que sigue siendo Bejuma. De este pueblo venezolano en los Valles Altos carabobeños, que aparece a finales de la primera mitad el siglo XIX, he admirado profundamente que sea el fruto de la generosidad de varias familias que no repararon en desprenderse de lo propio y decidieron donar sus tierras para fundar el 13 de noviembre de 1843 el pueblo moderno que desde un principio ha sido Bejuma.



Desde el principio la permanencia de la sabana

Plaza Bolívar de Bejuma


En la Bejuma de hoy todo está dominado por la actividad de la vida en la plaza Bolívar, así como en la milenaria tradición ateniense. Al centro un Bolívar pedestre, espada en mano, mira el lugar de las montañas donde se pone el sol cada tarde. Por el este se impone el edificio más emblemático de Bejuma, el templo de la Santa Iglesia Parroquial San Rafael, construido en 1956 cuando un bejumero, Julio Bacalao Lara, era Ministro de Obras Públicas, de quien se dice además que convenció a Pérez Jiménez para que creara un sistema de transporte aéreo por cable, idea que como vemos le gustó al dictador venezolano.

Al norte de la plaza está la avenida Bolívar, antes llamada Calle Real, que atraviesa el centro del pueblo, de este a oeste, a lo largo de dos kilómetros. Son venezolanos, portugueses, árabes, chinos e italianos los que han hecho hermandad en ese espacio vital de la economía local: el comercio. Pero es sobre todo la actividad agropecuaria el otro importante factor económico de la zona. De hecho, el topónimo de Bejuma parece ser de origen chibcha o arauaco y su significado hace referencia a la abundancia de papa

Mientras camino por la plaza en dirección al sur encuentro que ahora solo abunda la ausencia de las palomas. Sigo hasta llegar al pequeñísimo Museo de los Valles Altos, en un edificio de 1874, entonces el piso de viejos adoquines me recuerda que por aquí anduvo José Laurencio Silva o aquel presidente venezolano que mucho quería a Bejuma, Julián Castro. Me siento en un banco que tambalea debido a la última remodelación que sufrió la plaza bajo la indescifrable estética chavista; miro los árboles de donde salen, a su tiempo si uno tiene paciencia, las perezas que no se han ido todavía. Sobrecogido por el verde inmenso de caobas que alguien sembró en los años de 1890 intento imaginar la topografía de la sabana donde nació Bejuma. 

La primera referencia histórica a la sabana de Bejuma es de 1781, cuando el Obispo Mariano Martí escribió que era esta una muy buena por la que él había pasado. Pero no se sabrá de un poblado sino hasta 1818 en un croquis hecho por realistas españoles donde se señalaba la Casa de Soto. También sabemos que esta sabana ya en 1743 pertenecía a Josefa del Valle, La Cacica, quien tenía mucho ganado, joyas y hasta unas espadas que quizá adornaron la sala de su casa en Montalbán, municipio vecino del que se desprendió Bejuma. 

El viento es suave cerca del mediodía aquí en la plaza, en este valle bejumero a más de seiscientos metros sobre el nivel del mar es fresco el clima casi siempre. Lejos, una montaña detiene el avance de mi mirada, luego otra y otra y así todo alrededor se va cercando de verdes y vírgenes lomas que parecen extrañar aquella sabana que ahora ocupamos nosotros. Y justo allí pienso en cómo empezó todo, rememoro la gallardía de otra mujer, Candelaria Soto, la dueña de la Casa de Soto, quien promovió la idea, entre las familias propietarias del valle de Bejuma, de que estas donaran sus tierras para crear un pueblo, el más nuevo de todos los que hay en el occidente del estado.

Por eso Bejuma no se formó en torno a esta plaza fresca por la que camino, como mandaba la tradición española; ya era 1843 y la colonia parecía ser cosa del pasado. El pueblo se fue conformado por el este cerca del río Bejuma, de donde viene el nombre que eligieron sus fundadores para el pueblo, por donde se iba y venía a Montalbán, donde vivían esas familias poderosas, casi todas venidas de España. 

Del río Bejuma hoy solo queda una sombra de quebrada seca y sobre ella el Puente Ecarri que se construyó en 1928, signo de la época gomecista que así como cerraba espacios a la libertad se empeñó en crear vías de comunicación en un país desconectado de sí mismo. Gracias a este puente quedaría atrás el difícil paso en carros de mula facilitando ya en el siglo XX la comunicación entre pueblos vecinos, antes de que la carretera La Panamericana en 1957 por fin permitiera a estas poblaciones el flujo rápido hasta la Nueva Valencia del Rey.


Y la luz se hizo arco de un pueblo pujante

Abandono el aire puro que me regala la plaza y entro, a pocos metros, a la Oficina del Cronista Municipal, don Víctor Julio Coronel; entonces la placa en una de las paredes me recuerda la curiosidad sobre la fundación de Bejuma. Y es que la celebramos por partida doble; el 13 de noviembre de 1843 como día en que, ya acordada la donación de tierras, se constituye Bejuma en parroquia civil; y el 18 de septiembre de 1845 cuando se protocoliza la donación ante el Registro Subalterno de Montalbán concretándose así la fundación del pueblo. Desde entonces los bejumeros celebramos el cumpleaños de este lugar cada 18 de septiembre, sin falta.

En la oficina del cronista, junto a mí, siento que se instala la nostalgia por una época lejana que me cuesta imaginar, la de los tiempos de los fundadores. Sin duda, son los primeros años de Bejuma los de mayor desarrollo en tan poco tiempo. Veo sobre el escritorio unas fotos en sepia muy bien conservadas. Una de ellas es de Agustín Bethencourt y otra de don Ezequiel González; el cronista trabaja en un perfil biográfico de estos hombres y me los presenta.

Claro que la memoria de un lugar surge de los hechos, pero a veces hay individualidades que sobresalen y brillan para fortuna de todos. Pensar que este pueblo es producto de un puñado de voluntades y generosidad me interpela como bejumero. Sentado aquí miro la cara de la historia de frente que reposa en ese archivo de metal entre carpetas conservando la memoria compartida de los que somos de aquí.

Pero el precoz nacimiento de Bejuma mostró que su gente era capaz de asumir el timón con firmeza y fundar un espacio para todos donde empezaría la nueva vida. Entre esa gente, destaca, sin duda, Agustín Bethencourt, un canario que llegó a Bejuma con los fundadores, sin serlo él, aunque pronto cobraría protagonismo debido a su espíritu creador y a que se casaría con una de las hijas de Candelaria Soto, volviéndose importante en la fundación del pueblo.

Agustín Bethencourt es el pionero de la cultura en Bejuma, creó la primera escuela (gratuita además), la banda musical y la Sociedad Amigos de Bejuma, pero también fue el que diseñó cuidadosamente la orientación de sus calles y avenidas. Hoy en día la principal entrada a Bejuma es por una ancha calle que lleva su nombre, aunque muchos no lo conozcan. Por si fuera poco, Agustín Bethencourt, al exiliarse en Curazao con la llegada de la Guerra de Federal, instaló en la isla un importantísimo proyecto editorial: Agustín Bethencourt e Hijos. Funcionó como editorial, imprenta y librería y de aquí saldrían, entre otras, la famosísima Colección Parnaso Venezolano (1886-1890) y la segunda edición del Resumen de la Historia de Venezuela de Rafael María Baralt.

La riqueza de una vida como la de Agustín Bethencourt llena de orgullo a cualquiera que se sepa cercano a él, ese es mi caso, él es mi paisano. Un bejumero representativo de las búsquedas de progreso con las que nació este pueblo de Venezuela, un ciudadano venido de otras tierras que hizo suyas estas del Caribe para aportar a lo afirmativo nacional, como diría Augusto Mijares.

La otra foto, la de don Ezequiel González, me mostró por primera vez a mi quinto abuelo, aunque aún yo no lo sabía. Aquel niño que había investigado la historia de su pueblo para un trabajo escolar ni siquiera podía intuir alguna relación directa con esta historia. Cuando leí la breve reseña biográfica de don Ezequiel González sentí admiración por la visión prodigiosa de un hombre del siglo XIX, uno que me había dado las tierras de las calles que yo pisaba. 

Hacia 1850 don Ezequiel González era Jefe de Correos de Bejuma, pero antes ya había tenido una participación determinante en el recién nacido pueblo, pues, él mismo fue uno de los fundadores. Sí, él era parte de los diecisiete donantes de las tierras donde se fundó Bejuma. 

En el salón de sesiones del Concejo Municipal pueden verse los relucientes cuadros de algunos de los fundadores, entre ellos el de don Ezequiel González, a quien se le reconoce el mérito de haber creado las primeras estampillas de Venezuela en 1854: Las Bejuma. Al parecer, ante la falta de un control de pago en el correo, don Ezequiel ensayó la creación de un tipo de sellos de correo, con las formas «Debe» y «Franca» para indicar si se había pagado o no el servicio. Estas estampillas fueron las primeras que se usaron, aunque no oficialmente, en Venezuela y son consideradas una «rareza filatélica» por los expertos, al punto de estar incluidas en catálogos de filatelia a nivel mundial.

Salgo de este viejo edificio y pienso que cuando un hombre recorre su lugar está exorcizando derroteros que creía conocer, no está dando pasos firmes ni está buscando destinos. Caminar el espacio propio es seguir la luz que no enceguece, que no lo revela todo y permite el gesto desde el cual ese hombre por primera vez se mira desnudo. Así vuelvo a caminar por estas calles que saben guardar silencio detrás de un ruido semiurbano.


Volver por el camino de los sueños

En el actual municipio Bejuma conviven sus tres parroquias: Bejuma, capital y centro de los poderes públicos municipales; Chirgua, zona agrícola donde es famosa la Hacienda Monte Sacro por haber sido de los Bolívar y de Nelson A. Rockefeller y Canoabo, el pueblo que vio nacer al poeta Vicente Gerbasi, de los más importantes en la literatura venezolana. En todo esto el equilibrio entre sabana y vida humana todavía es de una armonía ejemplar.

En la Bejuma de hoy siguen siendo limpias sus calles, pese al álgido movimiento de la gente en el Centro; a pocas cuadras, caminando, se ven nacer los diferentes sectores donde vive la gente: La Alegría, El Surtidor, Pueblo e Paja, Bejumita, entre otros. En todo ellos se expresa, de distintos modos en un espacio tan pequeño, esa bejumeridad que define la vida aquí establecida hace menos de doscientos años: buena educación y cordialidad, valoración del trabajo, conservación del lugar, tradición local, organización y respeto.

Todo esto me hace pensar en el peso de los orígenes conocidos, en el compromiso que el hombre actual tiene con los que dieron los primeros pasos. Camino estas calles y todo me sonríe, aun en estos tiempos, su gente, su clima, los incontables árboles, cuya cercanía me saluda al pasar; es verdad, me digo sin pretensiones, que Bejuma es el Jardín de Carabobo. 

Buenos días, adiós, cómo está, se va escuchando en las aceras. En el lugar donde nacieron hombres como Víctor Antonio Zerpa, Manuel Pimentel Coronel y Vicente Gerbasi, quienes nos dejaron una herencia invaluable a los bejumeros. El primero fue un reconocido ensayista, crítico y biógrafo; se trata de Víctor Antonio Zerpa, quien fue amigo de Gonzalo Picón Febres y dirigió la publicación de la Colección Parnaso Venezolano desde Curazao, donde ambos además plantaron oposición al presidente Guzmán Blanco.

Víctor Antonio Zerpa fue ministro de Joaquín Crespo y al morir, en 1914 en Caracas, José Gil Fortoul decretó Duelo Oficial reconociendo que «mereció el bien de la nación por la integridad de su vida cívica». Un bejumero de ese tamaño moral creció en este lugar por donde camino de regreso a casa. 

Mientras que Manuel Pimentel Coronel, también nacido en este valle, fue escritor, periodista, político y diplomático. Escribió y dirigió en diferentes periódicos del país, colaboró en las reconocidas revistas literarias Cosmópolis y El cojo ilustrado; es considerado importante entre los poetas parnasianos venezolanos y su poema Los paladines es un canto de simbolismo a la tensión entre civilización y barbarie. Como político destacó siendo diputado al Congreso Nacional y en la diplomacia como Cónsul en Nueva York y Hamburgo. Al parecer, Pimentel Coronel habría de recordar a Bejuma en un artículo que publicó en París, titulado «El campo nativo», donde el bejumero dijo: «pero en medio del bullicio de las más animadas poblaciones… siempre tuve un recuerdo cariñoso para ti, honrado y humilde pueblo de Bejuma, donde nací».

Así me han traído –en la era del automóvil– los pasos a mi casa, al norte de Bejuma en el Sector El Rincón. Me reciben los brazos de mi hija y en mi biblioteca busco a Vicente Gerbasi, el poeta que nos dio Canoabo, ese pueblo que figura como hijo de Bejuma a pesar de haber nacido antes, en 1711. 

Vicente Gerbasi

Tomo el libro, es una antología poética de Editorial Monte Ávila, y en los poemas oigo la voz del hijo predilecto que dijo siempre venir de una aldea. Allí, donde verdes y azules son las montañas, o las gallinas vuelan hasta una nube, donde lloran los pavos frente a la muerte y el polvo es distinto en los caminos de tierra, donde también las casas aman las tardes y cierra el día los ojos del niño, allí nace Canoabo, la aldea que nos dio a Gerbasi. De lo profundo emerge Bejuma en un eco de poesía, allí la historia de un valle donde el niño de cuarto grado aún puede tocar las nubes.

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Alirio Fernández Rodríguez

Alirio Fernández Rodríguez (Bejuma, Venezuela, 1987). Es profesor y escritor novel. Estudió Educación mención en Lengua y Literatura en Valencia estado de Carabobo, actualmente cursa la maestría en Literatura Latinoamericana en Caracas. Trabajó como profesor universitario. Se dedica a la investigación y la creación literaria.

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