Marindia
I
se puede tener nueve años varias veces en una vida
en un espacio acotado por árboles y médanos
con un mar mestizo como testigo
también en una calle angosta de pedregullo rosa sin saneamiento
rodeada de casas precarias de una planta y hermanos alejados
o a los sesenta años al despertarse una mañana y reconocer
una almohada cómplice y poco atenta con las ilusiones
Y fue en Marindia, un balneario a unos cuarenta kilómetros de Montevideo, donde con nueve años nos despeñamos por un pequeño barranco cerca del mar, con mis hermanos y mi abuela paterna, con un perro inmenso ladrando detrás de nosotros, en medio de una excursión infantil en verano, sin permiso. Mi abuela tampoco tenía permiso. Nos deslizamos por un terraplén de pinocha hasta la alambrada de un terreno privado, eso decía en el cartel que vimos mientras corríamos entre risas y sudores hacia la playa. La única salida sin dueños. Como nuestras risas, solo aquellos años.
II
el sonido tiene que enraizar siempre
dentro de los canales circulares ocultos
eso impide que la escucha se distraiga con lo cotidiano
y apague el alarido que se extiende por lo interno
ese sable afilado que acaricia filamentos proclives
que impide la sordera compasiva
y permite a las conexiones neuronales florecer
a los pies de esa tapia
que se niega a ser asaltada como un muro más
…