Dependencia
(Dependo de la distancia para contarte, de colores y sonidos ya desaparecidos de la memoria colectiva, dependo de tus calles interconectadas, ya inexistentes, privadas de caminantes, ya libres de refugios, privadas de oscuridad, dependo de la única respiración que tengo, la de mi inconsciencia por intentarte, dependo de quien pueda darme una mano en este día de confesionario, dependo de tu transubstanciación, dependo día a día de los números de teléfono de mi infancia, olvidados e innecesarios, de los que guardo solo el primer dígito, porque nunca tuve el orden ni la disciplina para hacer un archivo de la memoria. Dependo del tiempo líquido, siempre derramado, de estas manos que labran tu cuerpo, dependo de una soledad que se agranda cuando estás, mínima cuando te escondes y te cierras, dependo de ti, de tus formas, de B y R y V y del Capitán, dependo, pero cuidado, no siempre, solo cuando quiero depender, dependo de tu estado de ánimo, de tu precaria salud de recién nacida, ahora pequeña y simple, mañana erecta y fértil.
No sé más, en este momento no puedo profundizar en tus sentimientos, no me dejan, alguien o algo no me deja, y no quiero pronunciar su nombre.
Aquellos que me aman me apoyan, lo hacen con gusto, me incitan, me preguntan. Saben bien por qué hago lo que hago contigo, me conocen y no dudan de mí aunque yo me sienta la duda, y gracias por eso y por todo lo demás, recordaré este gesto el resto de mi vida: estoy en el momento más vulnerable: tocar una página de libro es lo mismo que tocar la viola es lo mismo que salir a pasear.
Casapaís me ha permitido este espacio para hablar sobre ti, sobre lo que sucede a medida que transcurren los meses y te agrandas, monstrua loca, tú, giganta, perfumada de Ortiz, Numerosa, Bíblica Intensa. Guido sabe a quién me dirijo, por qué es tan necesario que confiese mi dependencia absoluta, que no me suelta ni me deja en paz, y me retuerce, tú retuerces mis órganos, tú detienes mi sangre, tú accionas mi disciplina, tú y reitero tú, tú logras que yo me busque en el laberinto y me encuentre afuera de sus paredes. Cómo lo haces, Crista, cómo lo haces, Maquiavela, cómo lo haces, Compleja mía, Loca mía, soy tu heredero, de ti he adquirido la forma y el pozo.
Este es el estado en el que estoy, incomprensible, así que disculpen, pero igual lean, no hay razón para hacerlo, no importa, simplemente porque sí, porque ya están aquí conmigo y con Guido y es mejor que perder el tiempo mirando la destrucción del mundo en las pantallas. Le prometí a Casapaís que le diría todo, que estos prólogos serían una especie de diario emocional, la bitácora de los tres meses que toma lograr la revista y darle el espacio a todos nuestros amigos autores para que sean leídos y releídos. Así que me atengo a esa promesa de la Casa.
Ayer lloré, por ejemplo, pero no de tristeza. No sé llorar de esas tristezas repentinas que he visto atacar a las personas, no me sale entristecerme de pronto, sin razón alguna. La mayoría de las veces lloro porque me conmuevo fácil. Ayer lloré por ti. Porque llegas lentamente a ese punto que me gusta, porque detrás de ti no hay ninguna sombra y sin embargo eres la sombra, porque esto que me haces decir y hacer es lo que necesité decir siempre, aunque no me haya atrevido antes, por eso me atrevo ahora, a mis treinta y cuatro años, mientras afuera transcurre una vida simple y amorosa de comidas y viajecitos. Me comprometo a compactarte, a cuidarte, a mantenerte libre y sincera, me comprometo a romper la distancia para contarte, a recuperar los colores y los sonidos de la memoria colectiva, a interseccionar más calles, hacerlas disponibles para todos, a seguir respirando e intentarte, a mantener pura tu sustancia, a recordar los dígitos que faltan, tan necesarios, para llamar por teléfono una última vez desde mi infancia y escuchar, aunque sea de lejos, desde muy lejos porque yo estoy aquí en Pando y Ortiz lejos lejos, el sonido de un vagón solitario a través de los rieles).