Detrás de esto hay palmeras

Tony Yakovlenko

What you forget, living here, is that just because you have stopped sinking doesn’t mean you’re not still underwater

Tonight is a Favor to Holly

Amy Hempel

Siente la piel áspera y con escamas. Le duele de solo mirarla. No es la que está peor, en todo caso. Tommy tiene las orejas fucsias y el escote de Jennifer ya no aguanta la ropa encima. Tampoco tiene mucha. Daniela mira a sus apuntes aunque se sabe esta clase de memoria. Su hermano y su mujer están en la playa, en alguna parte. Todavía no se anima a acompañarlos. A su sobrino le da asco meterse al agua y enumera la cantidad de bacterias e infecciones que te puedes pegar de solo zambullirte unos minutos en la piscina. La arena también le complica. Va para todos lados con su mochila llena de cómics y una polera de manga larga para evitar los rayos UV.

Todo puede hacerle daño y siempre lo ha tenido claro.

Quizás debería aprender de él.

Daniela, en cambio, se siente expuesta. A las palabras triviales de quienes trabajan en el hotel, a las miradas de más de un viejo verde, a esa como radiación de la necesidad de pasarlo bien. Esas sonrisas tiesas e incómodas. Esos pareos de colores chillones y más piel de la que le gustaría ver, colgando. 

Ha venido a distraerse, a eso la han traído, pero ella en realidad quiere oscuro. Acá, en cambio, hay luz por todas partes. De ese sol que siempre quema o esas de neón fluorescente que se encienden al anochecer en restaurantes y discotecas. Ella odia estos hoteles. Ella no debería estar aquí. Pero la intervención familiar fue que no estuviera sola. O no para Año Nuevo. No después de lo de Víctor. Como si las malas ideas se contagiaran y ella llevara ya varios meses incubando otro salto por la ventana o un puñado grande de pastillas. La pusieron a dormir en la pieza con su sobrino, para que no intentara nada. Debe reconocerles que funciona. El posible trauma pone un alto a los pensamientos. 

Pero estas vacaciones no van a durar para siempre.

Y hay otras habitaciones en las que a veces pasa la noche.

El instructor de buceo es el que más le insiste. Hay muchos que están felices de verla tomar sus cosas en silencio y medio encorvada; salir de la pieza sin ruido y con arena molestándole por todas partes. Esos luego no la saludan al desayuno buffet pero le meten las manos bajo el agua cuando se la encuentran en la piscina. Sus dedos se sienten de goma. Plásticos. Y el cuerpo se desconecta de su cabeza. Por las noches, cuando la angustia es mucha, traga un pedacito de Clonazepam. Los tiene escondidos en un bolsillo interior de su maleta, que deja siempre con llave. Le da miedo que Raimundo se coma uno sin querer aunque no sabe muy bien si el temor es a que él le pase algo o a quedarse con menos municiones para sobrevivir a estos días familiares.

Party of Four, así los saludan.

Cuando llegan todos juntos a la cena, como una familia de mentira.

Sí, claro: welcome to the party.

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Hace casi un mes le diagnosticaron diabetes pero todavía no se lo cuenta a nadie. Tampoco se cuida y, cuando come mucha azúcar o carbohidratos, siente que el cuerpo le quema por dentro. Cuando baja, la sensación es peor. Arriba o abajo siempre tiene ganas de llorar. Ya no se reconoce. Imposible pasear por la memoria en ese estado así que se duerme cada vez que puede. Deja que Mumo le cuente de sus estadísticas insalubres mientras se pinta las uñas color Happy Beach

Le causan gracia esos nombres de fantasía. 

A veces los elige solo por eso.

My boyfriend jumped from the window and all I got was this lousy nail polish.

¿Qué tono sería?

Quizás verde. Y con brillitos.

Los del team de entretenimiento del hotel ya la evitan por los pasillos. Ella sale con un libro bien gordo y se instala bajo una sombrilla por el resto del día. Duerme anestesiada por el sol. El olor del buffet le da náuseas. Toda la comida, por las noches, le sabe igual. Le da vergüenza ajena ver los concursos de talento, las sesiones de Karaoke. Odia los masajes que ya su hermano se cansó de ofrecerle como regalo. No soporta otras manos en su cuerpo que no sean las que ella elija. Y a veces tampoco elige muy bien. Pero le va mejor en camas extrañas. Le gusta gritar y deformarse sin importar lo que piense ese (eso) que está arriba o debajo suyo. Que el placer la vuelva monstruo y que el tedio del después la regrese pronto a la habitación de su sobrino.

También es de aburrida que se apunta al curso. Quién sabe qué genio del marketing pensó que sería buena idea ofrecer clases de idioma. Pero ella necesita hacer algo antes de que el tiempo pegajoso del verano la vuelva loca. Todas esas horas iguales. Esos desayunos desproporcionados, ese derretirse. Ese sudor que no se va con nada. 

Con Lucía nunca han tenido tema de conversación. Desde que fue mamá que se le evaporaron todos los pensamientos. A Daniela no hay nada que le interese de ella. Así que solo le sonríe. Y Lucía sonríe de vuelta no sin algo de miedo. Es como si pudiera leerle un aura radioactiva. El brillo de las malas noticias, de los infortunios. Si se descuida un segundo, de seguro le hace un sahumerio o le empieza a recomendar aceites esenciales. Para el funeral de Víctor se sentó en la última fila y no fue capaz de acercarse a darle el pésame…

María José Navia

María José Navia (Santiago, 1982). Magíster en Humanidades y Pensamiento Social (NYU) y doctora en Literatura y Estudios Culturales (Georgetown University), actualmente se desempeña como profesora en la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es autora de las novelas SANT (Incubarte, 2010) y Kintsugi (Kindberg, 2018) y de las colecciones de cuentos Instrucciones para ser feliz (Sudaquia, 2015) y Lugar(Ediciones de la Lumbre, 2017), finalista del Premio Municipal de Literatura 2018. Algunos de sus relatos han sido traducidos al inglés, al francés y al ruso y han formado parte de antologías en Chile, España, México, Bolivia, Rusia y Estados Unidos.

Fuente: https://www.kindberg.cl/maria-jose-navia

https://www.instagram.com/emejotanavia
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