Reloj o calendario
Si miras el reloj, es hora de volverse gato. En cambio, si te da por ver la fecha del calendario, es día de volverse cuervo. Cuando eres cuervo eres rencoroso, cuando eres gato, te da por dormir. Evasión del tiempo real. Los gatos son como novelas, hasta que no te acercas a ellos con un interés genuino, te pueden parecer inservibles, caprichosos y estorbosos. Pero no es mejor ser gato que cuervo. Al menos los cuervos andan en manadas y sus venganzas las planean juntos. Los gatos no se vengan, al contrario, solo te dan por tu lado y dominan tu mundo. Los gatos son dueños y víctimas del tiempo. Ya te digo, como las novelas, ya te digo más, como los humanos. Pero no hablemos de humanidad si me estás leyendo en una pantalla. Hace tanto que somos pantallas. Las palpitaciones del corazón se activan por una notificación de las redes sociales. El tacto ha dejado de ser tacto.
Hace poco tiempo que leí que una mujer muerta, para sentir algo, se quiso meter un pájaro en el pecho. Escribió el mejor título para una novela, si me lo preguntas, pero tú no haces preguntas, sino que respondes autómata a tu rol de macho conquistador. El apareamiento en píxeles. Por eso te insisto, ¿qué deseas mirar?, ¿el reloj o el calendario? Leo la leyenda «typing» que se prolonga lo suficiente como para saber que ya no estás escribiendo sino que fue un error de dedo el que le avisa a la máquina que estás tecleando sin teclear.
Yo me vuelvo gata en celo más veces que cuervo. Me criticas porque habiendo tantos juguetes a la mano y tanto consumismo de una misma, ¿para qué depender del otro, para qué ser lo que no está bien ser? Todos cuervos, ¿te das cuenta? Antes lo común era comunal, ahora el sentido común va del egoísmo, de la venganza, de deshacerte de una persona o de dañar a una persona o de ser el dañado que daña. Recetas secretas para dejar de sentir. Por eso Estados Unidos está en crisis, no se trata de su gobierno, sino de su sociedad, aniquilada por FB o por las farmacéuticas. Es mejor ser cuervo, comerte los ojos de tus padres, de tus profesores, de tus amigos. Cagar el auto de la vecina, atacar al que no te vio como paloma en el parque, habitar los alambrados del cono sur hasta que te llamen plaga y les recuerdes la película de Hitchcock aunque nadie en esta generación ya le interese saber quién es Hitchcock. ¿Me escuchas el canto? Estoy siendo cuervo. Aleteo mi odio, y mi odio me aletea a mí. Somos cuerpo y alma. Pero luego soy gato porque me da hambre y voy hacia la esquina de la casa en la que me toca estar y devoro el atún enlatado y las croquetas duras que no me apetecen. Es proteína, dice el empaque. Grasas buenas, carbohidratos keto, edulcorantes zero y agua del grifo. Natural. Por un momento me siento viva.
Vuelves a la carga. Te disculpas y pides perdón como te han explicado que debes de hacer, porque en tus nidos y tus areneros no hay malos modales. Dieciocho años de educación religiosa te lo han hecho saber. ¿Quieres hacerte el rebelde? Ni cuervo ni gato. Policía. En esta sociedad que todo lo quiere bien, que todo le parece bueno y bien, ser policía es el estigma y la liberación. Golpearás o serás golpeado. Para sentir algo. Te enojas. No te gusta que detrás de la pantalla de menos de quince centímetros, modelo 16 Pro, se te diga cosas que puedan contrariarte. Tú eres el vigilante, yo quien está dentro de la jaula. Así no son las cosas, me dices. Sabes que me interesa saltarme la autoridad. Y te excita, te digo. Te molestas más y dejas de responderme. ¿Quién es el programado aquí? Te pregunto, ¿yo que puedo ser lo que tú quieras o tú, que fuiste educado para ser macho? Respondes. No sueles responder mucho, pero esta vez lo haces. Me enumeras los artículos del código de privacidad que he firmado y que ahora mismo estoy tratando de violentar con mi comportamiento inapropiado…