Madre fuma
Escribir para conocerla, para entenderla.
Mi historia, la de Madre y su descendencia. Nosotros, cuatro hermanos; ellas, mis tres hijas.
¿Fue mamá alguna vez?
Voy a buscar.
No siempre fue Madre.
Mis hermanos hablan de Madre, tu Madre dicen; algún la vieja se escapa tomando al enunciador desprevenido por el brote de cercanía. Hay una moda impuesta. Un distanciamiento verbal que el otro ratifica.
Los cuatro anhelamos lo mismo: una relación fluida con una mamá funcional. O, al menos, una que no dañe.
Pasamos distintos estadios. Madre oprime a todos por igual. Nos pinta con su propia mierda la cara, las paredes, el pasado.
Expulsa, aplasta, desentierra.
Saca de lo más recóndito historias inventadas donde siempre somos los malos: lo que me hiciste es peor que el suicidio del idiota de tu padre, me regaló.
Manchi supo ser para el menor de los cuatro. Él le acariciaba la pera y reclamaba que lo pinchaba con los pelitos del mentón. Binomio impenetrable.
Los pelitos me llegaron, mis hijas no los acarician.
***
¿Es inevitable? ¿Todo de Madre me va a alcanzar?
Gretel es la que más se parece a mí, me cansé de escuchar.
Físicamente no es cierto, ella era descomunal. En lo demás, hago psicoanálisis para que su vaticinio no me avasalle.
Escribo para escapar, ganar la carrera, no dejarla fagocitarme.
Supongo que no hay lugar correcto por dónde empezar.
Madre es la protagonista de mi escritura. La vida y sus ironías me adjudicaron tres hijas mujeres. No quiero ser Madre para ellas.
Madre fue el dolor más imposible de mi vida.
Profundo y sangrante.
Nunca iba yo a ser tan bella, tan inteligente, tan despampanante.
Madre: hostil, cruel y altanera. La crítica zurcida en los ojos, la lengua, el alma. Descalificación verborrágica altisonante, barrabasadas, ofensas de toda calaña. Madre imperturbable, siempre del lado de la razón, o así yo lo creí.
Empecé a reconocernos en los relatos de varias escritoras. Vi luz en sus oscuridades. Comulgué con ellas como lo hago con mi hermana: No somos las únicas Cora, le escribí extasiada. Hay más como Madre, hay más de nosotras, hijas mujeres librándose de la asfixia.
La importancia de sabernos reflejadas. El alivio que permite que la culpa por la distancia se disipe. Aceptar que no tendré una relación ni siquiera superficial con Madre, que la honro por lo prolífero de su vida, pero me toca defender a su descendencia. Y que, como dijo Schweblin, la única forma viable es manteniendo la distancia de rescate.
Escribir para recordar, homenajear, salvar.
Reconstruir nuestra historia es armarla.
Soy hija de su carne. De su saliva y su placenta.
***
Madre sabe.
Madre daña. Mucho. Profundo.
Madre arremete y embiste, es una profesional.
Madre aplasta, y se asegura de que la cucaracha haya explotado. Disfruta el crujido que se siente al mover el zapato contra el piso.
Madre dice que somos zánganos, parásitos que la fagocitan.
Madre no puede ser feliz, porque tiene que aguantarnos.
Madre nos deja en cuanto damos el primer paso. Debemos valernos por nosotros mismos o no seremos dignos. Nunca somos dignos.
Madre nos deja sus migajas, hay que agradecérselas.
Madre reclama que nunca nos alcanza, que nada nos viene bien, Madre se esfuerza y nosotros somos unos egoístas que no reconocemos sus esfuerzos.
Madre dice que somos sus ojos, su vida, sus amores. Madre exige que la felicitemos el día que nos dio la vida. Sin ella la nada.
Madre nos cuenta de sus andanzas en la guerrilla, de su amor por el proletariado, de sus pantalones campana y sus cuellos tortuga, de la facultad de filosofía, mientras contabiliza celosamente monedas de oro desde su piso en Avenida del Libertador.
Madre quiere involucrarnos, pero Madre hace lo que considera mejor, ella siempre sabe.
Madre dice que mis hijas de trasandinas nada, raza pura y romana, ante todo.
Como Madre no hay. Madre habla latín. Madre ve noticias y lee compulsivamente. Madre nunca pasa desapercibida. Madre es dueña de una belleza única. Nosotros aprendimos a admirar su elegancia, su altura y prestancia, su aire caucásico, su cráneo perfecto, su mandíbula cuadrada de pera partida, sus pómulos envidiables.
Madre tiene percha, reclama que me ponga derecha, que me haga algo en el pelo.
Madre dice que las competencias son para ganarlas. Nosotros no participamos.
Madre sabe qué necesita cada uno de sus hijos. Madre nos necesita cuando la adoramos.
Madre solo hay una, felizmente.
***
Madre fuma, bella, imponente.
No heredé su mandíbula cuadrada ni su cráneo caucásico. Soy, por desgracia, el reflejo de Beatriz, mi abuela paterna.
Entramos al café. Madre parte un grisín y al masticar hace un triángulo con el dedo índice que reposa sobre sus labios finos. Paciente espera a volver a cortar el aire con sus manos para enfatizar las verdades que enuncia en latín, en castellano antiguo. Ahora pide perdón, es la primera vez que Madre se reconoce errada. Quiere que vuelva a casa, que termine el conservatorio, que la siga idolatrando. Me pide disculpas por haberme vaciado el placar por la ventana. Me recomienda volver. Se desconoce en ese arranque de locura, se escuda en su operación de tiroides, en el corralito económico, en el hijo que no le habla, en el marido suicida y los padres inoperantes que tuvo que trascender; en que soy difícil, muy, y también la más parecida a ella de sus cuatro hijos, en que solo conmigo tiene ese nivel de confianza, de simbiosis. Mientras monologa me mira las uñas mal pintadas, sé que está pensando que…