La venganza de Yui Rojas
De esta mujer se decían las peores cosas. Que actuaba con más ardor que prudencia, que su alma era orgullosa y difícil de dominar. Cualquier atributo positivo, fortaleza o habilidad, pasaba a ser asociado a lo peligroso en su persona. Ella es de temer, decían, violenta y traicionera: culpable de fratricidio, filicidio y un par más de homicidios tan impulsivos como fríamente ejecutados. No sería muy novedoso agregar que también se la consideraba una hechicera, pero lo cierto es que de esto también se la acusaba.
Ahora la vemos dormir. Su tierna posición encogida no revela grandes indicios de un temperamento criminal, pero los saltos que pega cada tanto y su respiración agitada dan cuenta de aflicciones aún no resueltas —¿cómo duermen los asesinos y asesinas del mundo? Mientras la luna se desprende provocativamente de dos nubecillas coquetas, lo único que podemos asegurar es lo siguiente: la noche da inicio al 17 de julio, día internacional de la justicia, y los emojis. Por lo que a la mujer respecta, sus pies quedan bañados en luz plata, y al igual que la luna, está sola.
Bueno, también podemos agregar otro par de datos sobre ella: actualmente tiene cuarenta y siete años, y hace casi ocho, se vio obligada a establecerse en Italia. O sea que además de sola, está sin patria. A decir verdad, a ella la patria no le importaba mucho pues había dedicado la mayor parte de su vida a la fuga. El problema es que ya no la recibían en ningún otro sitio del planeta Tierra, es decir, había perdido hasta eso, la capacidad de huir. A veces las ganas de vivir la abandonaban, pero ni en los momentos más difíciles podía entregarse a la inactividad, aquel era su talante, o necedad. Más que una paria, se consideraba a ella misma una exploradora, y ya que no podía seguir aventurándose por el mundo, ha dedicado los últimos años a la exploración de la música: más específicamente, lo que quiere es descubrir un tipo particular de canción: aquella melodía que logre aplacar los arrebatos emocionales más funestos: el crimen.
Gracias a su soledad fue que recordó las cavilaciones de una vieja sirvienta y amiga: «¿Por qué los cantantes solo inventan himnos para bailar en las fiestas o entregarse a la melancolía? ¿No sería todavía más provechoso dar con los acordes que nos libraran de los delitos que surgen de la pasión?».
Su amiga, y sirvienta, fue la única persona que había querido ayudarla en un momento trascendental, justo después de convertirse en homicida y antes de terminar como había terminado (exiliada en Italia y sola). Así que transformó la pregunta de su bestie y criada en la obsesión que le diera un sentido a su vida y hasta el punto de aislarse en ella: dar con un single perfecto que, además, salve a las personas de las consecuencias de su propia cólera. Aunque solo se tratara de One-hit wonder, pero que liberara a la humanidad de la guerra. Y aunque todavía no logra dar con la melodía adecuada, se niega a abandonar su propósito. «Mejor agitarse en la duda que descansar en el error». Bajo esta premisa, que también podría servir de estribillo, es que se levanta todas las mañanas. Es el fuego creador que la apremia en cada momento del día, incluso mientras inspecciona las canas que van apareciendo en su largo y copioso pelo o se corta las uñas de los pies.
Quizás fuera ese el motivo, y no solo la culpa, lo que la hacía dar saltos y respirar con dificultad mientras dormía. Como sea, que la atormentaran pesadillas no era nada nuevo. Pero esta noche sería distinta, literalmente, en otro sentido.
Comenzó con un cosquilleo en la planta de los pies. Una corriente fría que rasgó con delicadeza por el arco ascendente para arremolinar entre las hendiduras de sus dedos. La mujer pataleó sin llegar a despertarse y una risita se coló en su sueño. También un hormigueo tras las rodillas que se intensificó en la entrepierna hasta tensar sus nalgas.
La pulsación era fría y húmeda a la vez, pero más que tocar parecía entrar y salir de su cuerpo. Siguió estimulando hacia el abdomen y sus pechos, donde se quedó palpitando como un gatito acurrucado, un gato montés que salpica escarcha al acurrucarse y que se transformó en escalofrío al trepar por su espalda. Garras o anzuelos de metal, ahora duele un poco. La crispación la toma de la mano casi con ternura y se posa sobre su boca para dar origen a una pequeña tormenta eléctrica que oprime sus labios, que chupetea y moja.
La mujer abre los ojos de golpe. Alguien la besa y al apartarse para descubrir de quién se trata, el pánico aumenta: frente a sus ojos ve a una réplica exacta de sí misma. Como sabe que es la única de quien no puede defenderse, desiste de pelear o huir. Solo respira su miedo ahogado y con esto aspira también su imagen: se la traga y se ahoga. Entonces siente como si una espina de pescado rasgara en su garganta, tose. Ahora parece que el corazón también sube a la garganta y por su boca devuelve algo frío. Es una joya de plata muy pequeña con forma de flecha.
Nota que la punta es dorada, pero al alzarla a sus ojos, la joya se disuelve en plata líquida: un hilo que resplandece y que se descompone en gotas más redondas que ovales, algo así como cascabeles hechos de lágrimas en los que ella todavía puede ver su reflejo distorsionado. Las bolas metálicas se multiplican produciendo una suave e hipnótica melodía que termina por evanecer en otras ondas, ya no musicales, pero ciertamente más pesadas que el aire; volutas de humo que no relucen ni espejean nada y que de a poco van adquiriendo consistencia material. Primero el cuerpo, menudo y desnudo. Luego el rostro, también muy delgado y con margaritas en las mejillas: es una joven.
—Hola, Medea —saluda la chica con una voz tan tenue como su color y densidad física—. Mi nombre es Yui.
Se trataba de Yui Rojas o, mejor dicho, de su fantasma.
De madre japonesa y padre santiaguino, nació y se crio en la capital de Chile. Aquel detalle «identitario» sería durante mucho su único aspecto llamativo. Desde pequeña se mostró introvertida y silenciosa, y con los años desarrolló una personalidad que prácticamente era el opuesto exacto de Medea: distante, ingenua y sumisa. Quizás fuera esa la razón de que ya en la adolescencia mostrara interés por las intensidades gloriosas de la tragedia griega, curiosidad que transformaría en su obsesión y a la que dedicaría sus estudios de pre y posgrado.
Su juventud se desarrolló sin grandes sufrimientos —ni alegrías—, hasta que en el año 2017 decidió postular a un doctorado en estudios clásicos en la prestigiosa King’s College London. Sin embargo, la que había sido su profesora guía de tesis —y mentora desde el primer año de universidad— no pudo con sus celos y agregó un veneno, letal e indetectable, al macchiato que la chica bebía en sus reuniones de los lunes, terminando así con el proceso de la beca estatal, y la vida de Yui…