Crisálida caribe

Tim Foster

Ah que tú escapes

en el instante

en el que ya habías alcanzado

tu definición mejor

JOSÉ LEZAMA LIMA

I

De todos modos, fui al aeropuerto no por despedirla, sino porque desde chiquito me fascinaban esos espacios que son en sí fronteras, tierras de nadie, sostenidas por largas filas y acentos y gente apresurada con maletas. Marisol va no como para un viaje sino vestida para fiestar, oliendo a mil perfumes, con los dedos de los pies ahogados en unos tacones prestados. Para mí está regia con su colorete y el pintalabio rojo. Tanto los sobrecargos como el personal de tierra se burla de mujeres como Marisol: mujeres que salen a buscársela. Por todos es sabido que esas mujeres que viajan para Curazao o Panamá cogen más lucha que un forro de catre. 

Mi primer avión lo cogí a los seis años. Fui a un torneo de béisbol en Aguadilla PR y qué te cuento: la diligencia del viaje, el viaje en sí, hasta el mero regreso en donde Marisol me da un abrazo de oso en «Llegadas» de las Américas, todo ese recuerdo es caliente y amable. 

Los aviones definen las relaciones entre esta mujer y quien escribe. 

Marisol se las arregla para quedarse en Curazao. Conoce a un policía alto, culto y moreno, hijo de una actriz holandesa y un jazzista de Surinam. Hay boda, drama, golpes, querellas, consulados, visas, pasajes, reproches y aduanas. Le deterioraron algo por dentro a Marisol durante ese interregno. Yo me quedé atrás, en Dominicana, pensando en el concepto «Amor» como algo profesado únicamente por las abuelas. ¿Se puede vivir del amor? No, decía la sabiduría de La Buela. Aunque con el mismo suspiro añadía, «Amor con amor se paga y la nobleza obliga, más nunca detengas la procesión que va por dentro».

Para cuando por fin me tocó viajar a Curazao estaba hecho un verdugo en asuntos consulares, pasaportes y aerolíneas. Da gusto recordarme ayudando a las viajeras con los formularios de salida y los tags para las maletas. Siempre llegaba tarde a la cabina porque me desvivía traduciendo algún entuerto en las casillas de migración y organizando el tráfico para que las viajantes llegaran seguras a sus puertas de embarque. Con todo y eso el conocer las Antillas Holandesas fue en sí una sorpresa. Y cuando digo conocer me refiero incluso al proceso de solicitar la visa. 

En la mitología caribeña el viaje empieza por la embajada o el consulado.

En el Consulado Americano por ejemplo hay serpientes de cemento y cristal antibala desde donde muchachas recién graduadas de Alabama State recitan «Lo siento, inténtelo de nuevo en un par de años». Así canta la gringada por allá sin decir «Sorry» y tú sabes lo que gustan ellos del «Sorry». Que para todo lo usan. Que te pasan con una patana por encima y con decir «Sorry» (no «‘I amsorry», sino el lamento o la excusa a secas, sin asumir) se redimen, no se molestan en mirar por el retrovisor si quiera… y ya para qué, si se disculparon. 

Para conseguir visa hay que demostrar solvencia, es un juego de garantías y se miente mucho de ambos lados, sin embargo, la decepción es tan grande como el éxodo. Dominicanity: travestismo frente al cristal, un pasaporte sellado. Hay que vender todo; hay que hacer una fiesta patronal. Hay que irse porque tanto insistir a veces rinde. Y cuando dicen que sí, que ahí está su pasaporte visado por diez años, al aeropuerto nos llevan comparsas en aras. El Corifeo sin pudor busca prebendas, como ejemplo propongo esta escena del performance de la migración, que de gustar, me gusta un tró: 

«Acuérdate de mí, Pupú, cuando estés por allá. Yo calzo nueve», dice un pana a Pupú, que se va para los Nuevayores. 

«Te pondré a valer», jura Pupú, mirando como vienen, uno tras otra, solicitando ropas y perfumes y dando medidas y deseando suertes y Pupú les repite «Te pondré a valer» sin profundidad en la promesa. Es entonces cuando Aneudi, otro pana, susurra, «Oye Pupú, ¿como cuánto crestú que cueste un pito allá en Nuevayor?» 

«Crestú sonlo gallos», responde Pupú y la broma es válida porque él se va y hay que perdonárselo todo. Mientras Aneudi le insiste, «Ómbe Pupú… un pito… más o menos… cuánto tú crees…». 

«¿Un pito?» inquiere Pupú, un poco afectado, y Aneudi reitera «Sí Pupú, un pito, de pitar, como cuánto». 

Pupú hace unos cálculos fantasmas y estima un valor.

«Como una cuora» dice Pupú para salir de él. 

Aneudi, inaudito, se mete la mano en los bolsillos y saca unos pesos, diciendo «Considero que a como está el cambio esto tiene que valer suficiente. Me compra el pito, me lo manda con alguien o cuando usté venga me lo trae.» La mano con los estrujados billetes buscó a Pupú y éste apretó, sellando un pacto. 

Al final auguró, «Aneudi: tú pitarás».

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II

Para viajar a las Antillas Holandesas el proceso es más gueto. No hay que falsificar esa gran cantidad de documentos. Alguien en las islas provee una carta de invitación, esa persona funge de garante en el caso de que el viajante se quede. Pero quién querría quedarse en ese monte. Con todo, el trámite fue menos terrible y llegué a Curazao un verano con prospecto de quedarme tres meses. 

Marisol está instalada en una covacha detrás del Hotel Central. El barrio se llama Schaloo. No entiendo la lógica del viaje. La excusa para dejar Dominicana era que, mudarse a Curazao, era la forma más rápida de llegar a Nueva York, cosa que parece incongruente por la naturaleza de los mapas. Si Curazao es mejoría no lo veo. Las amarillas, tristes luces de Santo Domingo relumbran aquí ajenas e indiferentes. A la semana de llegar piso un clavo y el pie se me pone como una pelota. Paso tres semanas con la pata en el aire mirando los tres únicos canales de televisión. Las comparaciones son inevitables y pienso en Dominicana y sus televisoras per cápita. Cuando no puedo más le pido a Marisol que me compre libros. Ella riéndose o limpiándose algo con una uña entre los dientes pregunta «Qué» y «Aónde». Por boca de un colombiano escuché que había en Punda, que es como el downtown de allá, una distribuidora de revistas llamada El Chico. Desde allí Marisol me trae tres libros de autoayuda y dos de Uslar Pietri. 

La comida es fatalmente la misma, aunque con unas ligeras variaciones ya que se usa Aji-No-Moto y curry casi para todo. Los días han cambiado eso sí: toda la semana es domingo bailable y mafú y cerveza y licores y zapatos rojos. 

No bien se me cura el pie, me cae una infección en el oído. 

El dolor tiene la capacidad de hacer rayas en la arena de la memoria. Cada día uno duele sí, pero hay dolores que son hitos. También el calor y los mosquitos de esa puñetera covacha y el coño del oído puyando, pulsando. Con dolor y mareo salgo a coger el sol y por alguna razón la idea inicial que tenía de la islita promete cambiar. Voy a querer quedarme allí por muchísimas razones. Una de ellas tiene el pajón rubio y la boca grande y diecisiete años. Anda con un cortejo de amigas entre trigueñas y morenas. Logro sentarme en un banco de cemento. Es una plaza pequeña, podría ser de un pueblito en Jarabacoa o Sabana Grande de Boyá aunque esta no tenga glorieta ni árbol que dé sombra o asombro. Veo a las jevas flotar en el verde chatré y rosado eléctrico que está a la moda. Son años del perico colombiano y Miami Vice. Son también los años del calor, las pastillas, la sed, la quemazón y la cosa muchacha de rogarle al cuerpo que se sane porque yo quiero estar en todas mis facultades para llevarme a esta jeva de encuentro o que ella me lleve a mí pero estoy a mitad de la infección: un dolor de cuerpo presente, un pellizco del alma del oído. 

Las muchachas bochinchean en una lengua dulce, las palabras no hacen otra cosa que bailar. Papiamento. Marisol dijo una vez a la vez que sazonaba un chivo que esa era «una jerga de puertos, hija bastarda del holandés, inglés y portuñol. Una jerigonza de negros». Yo pensaba si ella caería podrida allí mismo si se mirara en uno de esos espejos que te muestran tras la oreja el reflejo de la abuela prieta encadenada en la cocina o la mancha de plátano. Dizque Marisol racista… quién coño ha visto. 

La rubia me habla pero no puedo entenderle por la diferencia idiomática y es que además estoy sordomudo de cuerpo entero por este dolor en la ñema del tímpano. De seguro ella debe haber pensado que yo no era de este mundo o algo así al mirarme con la quijada de par en par, con los ojos brotados y sudando una fiebre. 

«Tan lindo el nene pero loquito», habrá pensado en su lengua…

Rey Andújar

Rey Andújar (Santo Domingo, República Dominicana, 1977). Es autor de las novelas El hombre triángulo y Candela, seleccionada como una de las mejores novelas del 2009 por el PEN Club de Puerto Rico, re-editada recientemente por Editorial Corregidor en Argentina y llevada al cine por el director dominicano Andrés Farías Cintrón. Los cuentos de Amoricidio recibieron el Premio de Cuento Joven de la Feria del Libro en el 2007. Su colección de cuentos Saturnario ha sido traducida al inglés y fue galardonada con el Premio Letras de Ultramar 2010. Andújar vive entre Chicago y Santo Domingo. Es parte del Departamento de Humanidades de Governors State University y Asesor Cultural del Ministerio de Cultura de la República Dominicana. Con la tesis Formas del ascenso: estructura mitológica en Escalera para Electra de Aída Cartagena Portalatín, obtuvo el grado de Doctor en Filosofía y Letras Caribeñas por el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Su novela Los gestos inútiles recibió el VI Premio Alba de Narrativa Latinoamericana y Caribeña, durante la Feria del Libro de la Habana 2015 y ha sido re-editada por Ediciones La Pereza.

https://www.instagram.com/reyandujar/
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