Entrevista a Henry Miller

La obscenidad es un procedimiento depurativo

(Traducción de Gabriel Payares)

Entrevista publicada originalmente en The Paris Review 28, 1962, realizada por George Wickes

Traducción original de Gabriel Payares 

Venezuela


La que sigue es una traducción de buena parte de la entrevista realizada en 1962 al novelista estadounidense Henry Miller (1861-1980), dos años antes de que la Corte Suprema de Estados Unidos desestimara la última de las acusaciones por obscenidad y pornografía en su contra. Un evento, este último, que tuvo un impacto importante en el advenimiento de la Revolución sexual de 1970, y que resuena en el siglo XXI de la cultura de la cancelación como el eco de una campana del pasado. Conducida por George Wickes y publicada originalmente en la columna «The Art of Fiction» de la prestigiosa revista The Paris Review, esta exploración del pensamiento desenfadado y a ratos contestatario del llamado Gurú de Big Sur —la montañosa región del pacífico californiano que fue su lugar de retiro y donde aún puede que reposen sus cenizas—, ilustra no solo su importancia en el movimiento contracultural estadounidense, sino también las contradicciones que anidan en el seno mismo de Occidente. La entrevista tuvo lugar en Londres, durante una visita de Miller a su biógrafo y amigo Alfred Perlès, un lugar que de acuerdo al propio Wickes «…no pudo haber sido más incongruente, casi una versión británica de su pesadilla con aire acondicionado: un hotel ruidoso y atestado de turistas y empresarios estadounidenses». 


ENTREVISTADOR

Para empezar, ¿podría explicarme de qué manera emprende la escritura? ¿Afila sus lápices, como hacía Hemingway, o hace alguna otra cosa para calentar los motores?


MILLER

No, generalmente no, nada por el estilo. Suelo ponerme a trabajar inmediatamente después del desayuno, voy y me siento frente a la máquina. Si percibo que en ese instante no podré escribir, lo dejo así. Pero no, no hay etapas preparatorias.


ENTREVISTADOR

¿Hay algún momento del día o algunos días específicos en los que trabaje mejor?


MILLER

Ahora prefiero las mañanas y sólo durante dos o tres horas. Al principio solía trabajar después de la medianoche, de corrido hasta el amanecer, pero esos eran otros tiempos. Después de estar en París descubrí que era preferible trabajar en la mañana, aunque en ese entonces solía hacerlo durante varias horas seguidas: escribía, tomaba una siesta luego de almorzar, me paraba y seguía escribiendo, a veces sin parar hasta la medianoche. En los últimos diez o quince años descubrí que en realidad no es necesario trabajar tanto. Es inconveniente, de hecho. Se vacían las reservas de combustible.


ENTREVISTADOR

¿Diría que es un escritor veloz? Perlès afirma en Mi amigo Henry Miller que es usted uno de los mecanógrafos más veloces que ha visto.


MILLER

Sí, lo dice mucha gente. Supongo que escribo rápidamente y que debo hacer un barullo tremendo al teclear. Pero eso depende. Puedo escribir muy aprisa por un rato y luego vienen momentos en los que me detengo, puedo pasar una hora entera trabajando en una misma página. Pero eso es más bien raro, verás. Al percibir que me estoy empantanando, suelo saltarme la parte difícil y proseguir, para así retomarla con frescura en otra ocasión.


ENTREVISTADOR

¿Cuánto tardó en completar sus primeros libros, una vez que los había comenzado?


MILLER

No sabría decirlo. Nunca he podido predecir cuánto me tomaría completar un libro, y hoy todavía comienzo los proyectos sin tener mucha idea al respecto. No se puede creer demasiado en las fechas de inicio y de cierre de un libro que dicen los autores. No es como si hubieran estado escribiendo sin parar durante ese trecho. Tomemos Sexus como ejemplo, o mejor tomemos la trilogía entera de La crucifixión rosa: creo que la comencé en 1940 y aún sigo trabajando en ella. Pero sería absurdo afirmar que lo he hecho sin parar durante todo ese tiempo, puede que ni siquiera haya pensado en ello durante años enteros. ¿Cómo podría entonces hablar al respecto? 


ENTREVISTADOR

Sé que reescribió Trópico de Cáncer en varias ocasiones y es probable que ese libro le costara mucho más que ningún otro, pero eso fue al comienzo de su carrera, naturalmente. ¿Se le ha hecho más fácil escribir con el paso del tiempo?


MILLER

Creo que estas preguntas no tienen sentido. ¿Qué importa cuánto tiempo toma acabar un libro? Si le hacemos esa pregunta a [Georges] Simenon, respondería con muchísima precisión: creo que le toma entre cuatro y siete semanas. Él sabe que va a ocurrir de esa manera. Normalmente sus libros tienen un grosor determinado. Pero es también un caso excepcional: una persona que cuando dice «ahora voy a empezar a escribir este libro», se entrega por completo a la tarea. Se aísla totalmente, no tiene que hacer ni que pensar en ninguna otra cosa. Bueno, en mi vida eso nunca ha ocurrido. Siempre he tenido millones de cosas que hacer mientras escribía.


ENTREVISTADOR

¿Edita o corrige usted mucho?


MILLER

Eso también puede variar bastante. Nunca corrijo ni reviso mientras estoy escribiendo. Digamos que escribo las cosas como me salen y después, cuando se han enfriado —suelo dejar que reposen un buen rato, un mes o dos, más o menos— las vuelvo a leer con ojos nuevos. Entonces sí que me doy banquete: simplemente voy y trabajo sobre ellas con el hacha. Pero no es así siempre. Las cosas a veces me salen casi tal y como las quería.


ENTREVISTADOR

¿Cuál es su método de revisión?


MILLER

Cuando reviso, utilizo un bolígrafo y tinta para hacer los cambios, tacho, hago inserciones; el manuscrito luce fantástico después, como si fuera de [Honoré de] Balzac. Entonces lo vuelvo a transcribir y en ese proceso introduzco cambios nuevos. Prefiero siempre hacerlo yo mismo, porque incluso cuando creo haber incorporado todos los cambios necesarios, el simple hecho de tocar las teclas de la máquina me afila los pensamientos, y me descubro nuevamente revisando el texto mientras hago la última versión.


ENTREVISTADOR

¿Cómo si ocurriera algo entre usted y la máquina de escribir?


MILLER

Sí, de algún modo la máquina me estimula. Es un asunto cooperativo.


ENTREVISTADOR

En Los libros de mi vida afirma usted que muchos escritores y pintores trabajan siempre en una postura incómoda. ¿Piensa que esto los ayuda?


MILLER

En efecto. De algún modo estoy convencido de que lo último en que un escritor o un artista piensa mientras trabaja es en ponerse cómodo. Tal vez esa incomodidad sea una suerte de ayuda o de estímulo: hay incluso quienes pudiendo trabajar de mejor manera, deciden hacerlo en condiciones miserables. 


ENTREVISTADOR

¿Pueden estas incomodidades ser a veces psicológicas? Por ejemplo, en el caso de [Fiódor] Dostoyevski…


MILLER

Bueno, no lo sé. Sé que Dostoyevski vivió en un perpetuo estado de miseria, pero no se puede afirmar que eligiera voluntariamente las incomodidades psicológicas. No, eso lo pongo muy en duda. No creo que nadie elija esas cosas, a menos que lo haga de un modo inconsciente. Pero sí creo que existen escritores con algo que podríamos llamar «naturaleza demoníaca». Escritores que están siempre metidos en apuros, ya sabes, no sólo mientras escriben, ni por el hecho de estar escribiendo, sino en todos los demás aspectos de sus vidas: el matrimonio, el amor, los negocios, el dinero, todo lo demás. Y eso está interconectado, forma parte esencial de lo mismo, es un aspecto de la personalidad creativa. No todas las personalidades funcionan así, pero es cierto en muchos casos.


ENTREVISTADOR

En uno de sus libros, habla usted de «el dictado», es decir, de estar casi poseído, de tener estas cosas brotando de su interior. ¿Cómo funciona ese proceso?


MILLER

Bueno, este «dictado» ocurre sólo en raros intervalos: alguien asume el control y yo transcribo simplemente las cosas que dice. Me ocurría sobre todo con mi escrito sobre D. H. Lawrence, un texto que nunca acabé, precisamente porque hacía falta pensar demasiado. Verás, creo que pensar es desaconsejable. Un escritor no debería pensar demasiado. Pero este era un trabajo que requería del pensamiento y yo no soy muy bueno pensando. Yo trabajo desde un lugar menos elevado, verás, y cuando escribo no suelo tener mucha conciencia de lo que ocurre. Tengo pleno conocimiento de lo que quiero escribir, pero trato de no preocuparme tanto en cómo voy a hacerlo. Mientras que con ese libro estuve luchando con las ideas, pues necesitaba darle alguna clase de forma, de significado. En fin, trabajé en ello, me parece, durante un par de años. Ya estaba saturado, pero me había obsesionado y no podía dejarlo, no podía ni dormir. Bueno, como decía, el «dictado» apareció muy intensamente con ese libro. Me pasó también con Capricornio y con algunas partes de otros libros. Me parece que esos fragmentos destacan del resto, no sé si la gente lo puede notar.


ENTREVISTADOR

¿Son estos los pasajes a los que usted llama cadenzas?


MILLER

Sí, he usado esa expresión. Los pasajes a los que me refiero son tumultuosos, las palabras caen una sobre la otra. En ese instante podría seguir escribiendo así para siempre. Y, desde luego, creo que ésa es la manera en que uno tendría siempre que escribir. Allí se encuentra toda la diferencia, la enorme diferencia, entre el pensamiento de Oriente y de Occidente, entre sus conductas y sus modelos de disciplina. Sí, digamos, un artista zen se propone hacer algo, es porque tuvo ya una larga preparación, disciplinada y meditativa, y ha pensado profunda y calladamente en ello hasta llegar al silencio, al vacío, a la ausencia de pensamientos y todo eso. Es algo que le puede tomar meses o incluso años. Sin embargo, al momento de empezar la obra, todo ocurre todo como un relámpago y justo como lo buscaba: es perfecto. Bien, de este modo pienso que debería hacerse todo el arte. ¿Pero quién puede hacerlo? Nuestras vidas marchan en sentido opuesto a nuestra profesión.

 

ENTREVISTADOR

¿Hay algún entrenamiento particular que le convenga a un escritor, como el guerrero zen?


MILLER

¡Absolutamente! Pero, ¿quién lo hace? Ya sea que se lo proponga o no, todo artista se disciplina a sí mismo y se entrena de una manera o de otra. Cada persona tiene su propio método. En última instancia, la mayor parte de la escritura tiene lugar lejos de la máquina de escribir, lejos del escritorio. Yo diría que ocurre en los momentos tranquilos y silenciosos, cuando uno está caminando o rasurándose o jugando un juego o lo que sea, o incluso hablando con alguien que no nos interesa demasiado. Incluso allí estamos trabajando, nuestra mente está trabajando en la trastienda de la cabeza. De modo que, sentados frente a la máquina de escribir, hacemos apenas un ejercicio de transferencia.


ENTREVISTADOR

Decía usted hace poco que es como si algo de adentro asumiera el control.


MILLER

Así es, así es. Piénsalo: ¿quién escribe realmente los grandes libros? No nosotros, los que firmamos con nuestros nombres. ¿Qué es un artista? Un individuo que tiene antenas, que sabe cómo conectarse a las corrientes de la atmósfera, del cosmos. Un individuo con capacidad de conexión, digamos. ¿Quién puede entonces ser original? Ya existe todo lo que hacemos, todo lo que pensamos. Somos apenas intermediarios, nada más, que usamos lo que ya se encuentra en el aire. ¿Por qué las ideas y los grandes descubrimientos científicos suelen ocurrir simultáneamente en diferentes partes del mundo? Lo mismo puede decirse de los elementos que constituyen un poema, una gran novela o cualquier obra de arte: se encuentran en el aire y simplemente aún no se les ha dado voz, eso es todo. Les hace falta un individuo, un intérprete, que los produzca. Bueno, también es cierto, naturalmente, que algunas personas nacen adelantadas a su época. Pero me parece que hoy en día no son los artistas quienes nacen por delante de su tiempo, sino los científicos. El artista se va quedando atrás, su imaginación no es rival para los grandes saltos de la ciencia.

ENTREVISTADOR

¿Cómo explica usted que ciertos individuos sean creativos? Angus Wilson dice que el artista se debe a una especie de trauma, que usa su arte como una forma de terapia para sobreponerse a su neurosis. Aldous Huxley, por su parte, asume la visión contraria, y dice que todo escritor está manifiestamente sano, que si posee alguna neurosis ello simplemente forma parte de sus desafíos en la escritura. ¿Cuál es su postura al respecto?


MILLER

Creo que esto depende de cada escritor. No creo que puedan hacerse semejantes afirmaciones respecto de la totalidad de los escritores. Un escritor es a fin de cuentas una persona, como cualquier otra. Puede que sea neurótica, o no. Es decir, su neurosis, o lo que sea que digan que produce su personalidad, no da cuenta de su escritura. Creo que es un asunto mucho más misterioso y preferiría no tener que desvelarlo. Recién dije que un escritor es un individuo con antenas; pero si un escritor realmente supiera qué cosa es, entonces tendría que ejercitar la humildad, pues se reconocería como un individuo dotado de una capacidad destinada al servicio de los demás. Un escritor no tiene nada de qué enorgullecerse: su nombre no es nada, su ego es nulo, es apenas un instrumento en una larga procesión. 


ENTREVISTADOR

¿Cuándo se dio usted cuenta de que poseía esa capacidad? ¿Cuándo comenzó usted a escribir?


MILLER

Debo haber comenzado cuando trabajaba para Western Union. Fue entonces cuando escribí mi primer libro, en todo caso. Yo había escrito antes cosas pequeñas, pero todo empezó realmente tras renunciar a Western Union en 1924, cuando decidí que sería un escritor y que me comprometería con ello al cien por ciento. 


ENTREVISTADOR

De modo que estuvo escribiendo durante diez años antes de publicar Trópico de Cáncer.


MILLER

Más o menos, sí. Entre otras cosas escribí dos o tres novelas en esa época. Estoy seguro de haber escrito al menos dos antes de Trópico de Cáncer


ENTREVISTADOR

¿Me puede contar un poco sobre ese período?


MILLER

Bueno, ya he contado bastante al respecto en La crucifixión rosa. Sexus, Plexus y Nexus tienen todos que ver con ese período. Y habrá todavía más en la segunda mitad de Nexus. Lo he contado todo sobre mis tribulaciones de entonces: mi vida corporal, mis dificultades. Trabajaba como un esclavo y al mismo tiempo —¿cómo decirlo?— estaba entre tinieblas. No sabía bien lo que hacía, ni sabía hacia dónde me dirigía. Supuestamente me dedicaba a una novela, a una gran novela, pero en realidad no avanzaba en modo alguno. A veces no escribía más de tres o cuatro líneas al día. Mi esposa llegaba a casa a la noche y me preguntaba: «¿Qué tal va eso?» (yo jamás le mostraba lo que había en la máquina de escribir), y yo contestaba «Ah, avanza estupendamente». «¿Y por dónde vas ahora mismo?», y entonces se lo explicaba como si tuviera escritas cien o ciento cincuenta páginas de lo que se supone que haría, cuando en realidad llevaba, digamos, unas tres o cuatro. Pero yo me esmeraba en relatarle lo que ya había escrito, inventándome la novela a medida que hablábamos. Ella me escuchaba y me daba ánimos, aunque sabía perfectamente que le estaba mintiendo. Al día siguiente volvía a casa y decía «¿Y cómo va esa parte que me contaste el otro día?», todo era mentira, desde luego, una invención conjunta que teníamos. Era en verdad maravilloso.


ENTREVISTADOR

¿Cuándo comenzó a concebir estas novelas autobiográficas como un todo?


MILLER

En el año de 1927, cuando mi mujer se fue a Europa y me quedé solo. Estuve un rato trabajando en el Departamento de Parques y Recreación de Queens, hasta que un día, al terminar la jornada, tuve de golpe la idea de organizar el libro de mi vida, y pasé la noche entera haciéndolo. Planifiqué todo lo que he escrito hasta el día de hoy, unas cuarenta o cincuenta páginas. Lo escribí en mi cuaderno, usando notación telegráfica, pero allí estaba todo. Mi trabajo entero desde Trópico de Capricornio hasta La crucifixión rosa —exceptuando Cáncer, que fue algo del presente inmediato— trata sobre los siete años que en ese entonces había vivido con esta mujer, desde el momento en que la conocí hasta mi partida hacia Europa. En ese instante yo ignoraba cuándo me iría, pero sabía que ocurriría tarde o temprano. Ese fue el período crucial de mi vida como escritor, el período previo a mi abandono de Estados Unidos.


ENTREVISTADOR

Durrell habla de la necesidad de un escritor de alcanzar una revelación en su escritura, de escuchar el sonido de su propia voz. ¿No es esa una expresión suya, de hecho?


MILLER

Sí, puede ser. Como sea, me ocurrió con Trópico de Cáncer. Hasta ese punto se puede decir que yo era un escritor completamente derivativo, influenciado por todo el mundo, adueñándome de los tonos y los matices de cualquier otro autor que yo atesorara. Yo era un literato, digamos. Y luego dejé de serlo: corté el cordón. Me dije que haría sólo lo que yo pudiera hacer, que expresaría lo que soy, y es por eso que abracé la primera persona, que decidí escribir sobre mí mismo. Decidí que escribiría desde la atalaya de mi propia experiencia, sobre lo que sentí y lo que conocí. Y esa fue mi salvación.

 

ENTREVISTADOR

¿Cómo eran esas primeras novelas?


MILLER

Supongo que en ellas pueden hallarse, o deben hallarse, naturalmente, algunos rastros de mí mismo. Pero en ese entonces estaba muy convencido de que debía tener algún tipo de historia que contar, alguna trama que desplegar; me preocupaba más por dar con el modo y la forma de hacerlo que con lo vital del asunto.


ENTREVISTADOR

¿A esto se refiere con el enfoque «literario»?


MILLER

Sí, algo desgastado e inútil, que hay que sacarse de encima. Era necesario deshacerme de lo literario. Naturalmente, uno no puede deshacerse totalmente del literato, él es una parte vital de quien uno es como autor, y es verdad que todo artista siente una fascinación por la técnica. Pero lo otro que hay en la escritura es el yo. Lo que descubrí es que la mejor técnica es no tener ninguna. No creo que uno deba adherir a ningún tipo de enfoque particular. Procuro mantenerme abierto y flexible, listo para inclinarme con el viento o la corriente del pensamiento. Esa es mi postura, mi técnica: estar flexible y alerta, y echar mano de todo lo que uno crea que viene bien en el momento.


ENTREVISTADOR

En «Carta abierta a los surrealistas de todo el mundo», usted afirma: «Yo escribía surrealistamente en los Estados Unidos antes de siquiera escuchar esa palabra». ¿Qué significa ahora para usted el Surrealismo?


MILLER

Cuando vivía en París, teníamos una expresión, muy estadounidense, que de algún modo lo explica mejor que cualquier cosa. Solíamos decir: «Hay que tomar la delantera». Eso significaba enloquecer un poco, sumergirse en el inconsciente, obedecer sólo a los instintos, seguir los propios impulsos del corazón, de las tripas, o de donde sea que provengan. Pero así lo describo yo, esa no es realmente la doctrina surrealista. Eso no convencería, me temo, a un André Bretón. Sin embargo, el punto de vista francés, el punto de vista doctrinario, no significa mucho para mí. Lo único que en realidad me importaba es que di con ello a través de otro medio expresivo, uno adicional, más elevado, uno que debe ser usado con mucha mesura. Cuando los surrealistas más conocidos empelaban esta técnica, lo hacían de un modo deliberado en exceso, o así me lo parecía a mí. Se hacía ininteligible, no servía para nada. Y una vez perdida la inteligibilidad, creo yo, todo lo demás está perdido.

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ENTREVISTADOR

¿Es el surrealismo a lo que usted se refiere con la frase «En la vida nocturna»?



MILLER

Sí, inicialmente se trataba de los sueños. Los surrealistas hacen uso de los sueños, que desde luego constituyen un aspecto fecundo de la experiencia. Ya sea conscientemente o no, todos los escritores utilizan los sueños, incluso quienes no son surrealistas. Verás, la mente consciente es la menos útil para el arte. El proceso de la escritura consiste en la lucha por sacarnos de adentro algo desconocido. Ofrecer únicamente aquello de lo que somos conscientes es muy poca cosa en realidad, no lo conduce a uno a nada. Cualquiera con un poco de práctica puede hacerlo, cualquiera puede ser ese tipo de escritor.



ENTREVISTADOR

Usted ha dicho que Lewis Carroll era un surrealista y esa mención trae a la mente las jitanjáforas (a lo Jabberwocky) que usted a menudo utiliza…



MILLER

Sí, sí, desde luego que Lewis Carroll es un escritor que adoro. Daría mi brazo derecho a cambio de haber escrito sus libros, o al menos por lograr algo cercano a lo que él hizo. Cuando termine el proyecto que escribo en la actualidad, me encantaría dedicarme a escribir puros sinsentidos.



ENTREVISTADOR

¿Y qué hay del dadaísmo? ¿Incursionó en ello alguna vez?



MILLER

Sí, el dadaísmo fue para mí mucho más importante que el surrealismo. El movimiento dadaísta fue verdaderamente revolucionario, un esfuerzo deliberado y consciente por sacudir el tablero, por mostrar la locura absoluta de nuestra vida actual, la insignificancia de nuestros valores. Hubo personas maravillosas en el movimiento dadaísta, dotadas de un gran sentido del humor. Era algo capaz de hacerte reír, a la par que de ponerte a pensar.



ENTREVISTADOR

Uno podría pensar que Primavera negra se aproxima bastante al dadaísmo.



MILLER

Sin duda. En ese entonces yo era más impresionable. Estaba abierto a todo lo que sucedía en la Europa de mi llegada. Algunas cosas ya las conocía en los Estados Unidos, a decir verdad. La revista transition llegaba a los Estados Unidos, y [Eugene] Jolas sabía escoger extraños y atrevidos escritores y artistas que nunca antes habíamos oído nombrar. También recuerdo, por ejemplo, ir al Armory Show a ver el Desnudo bajando la escalera de Marcel Duchamp, y muchas otras obras maravillosas. Yo estaba enamorado, intoxicado. Todo me resultaba tan familiar, se trataba justamente de lo que había estado buscando.



ENTREVISTADOR

Usted siempre ha sido mejor entendido y apreciado en el resto de Europa que en Estados Unidos o Inglaterra. ¿A qué piensa que esto se debe?



MILLER

En primer lugar, no tuve muchas oportunidades de ser entendido en Estados Unidos porque mis libros no se publicaban allí. Pero aparte de eso, aunque soy 100 % estadounidense (y soy más y más consciente de ello cada día), siempre tuve un mayor contacto con europeos. Me resultó más fácil hablar con ellos, comunicarles mis pensamientos, ser rápidamente comprendido. Mis relaciones con Europa fueron siempre mejores que con los propios estadounidenses.



ENTREVISTADOR

En su libro sobre [Kenneth] Patchen, afirma que en Estados Unidos un artista nunca será aceptado a menos que pacte con el sistema. ¿Aún lo cree de esa manera?



MILLER

Sí, quizá incluso más que antes. Creo que en Estados Unidos se está en contra de los artistas, se los considera como enemigos, porque abogan por la individualidad y la creatividad, y esas cosas de alguna manera son poco estadounidenses. Creo que de todos los países —a excepción de los países comunistas, desde luego—, Estados Unidos es el que tiene la sociedad más mecánica y robótica.



ENTREVISTADOR

¿Qué encontró en París durante su treintena que no podía tener en Estados Unidos?



MILLER

Por un lado, creo que conseguí cuotas de libertad que jamás conocí en los Estados Unidos. El contacto con los demás era mucho más fácil, es decir, con el tipo de gente que a mí me suele interesar. Allí encontré más individuos de mi especie. Y por sobre todas las cosas sentí que allí se me toleraba. Yo no esperaba que se me entendiera o aceptara, me bastaba con ser tolerado. En Estados Unidos jamás tuve ese sentimiento. Pero en ese entonces Europa era un mundo nuevo para mí. Es probable que me hubiese sentido bien en prácticamente cualquier parte, siempre que fuera un lugar ajeno, distinto, foráneo. Porque a lo largo de mi vida, en realidad, ésa ha sido parte de mi —¿cómo llamarla?— extrañeza psicológica: me gusta solamente lo que resulta foráneo. 



ENTREVISTADOR

¿En otras palabras, le habría resultado lo mismo ir a Grecia en 1930 en vez de en 1940?



MILLER

Probablemente no habría sido lo mismo, pero allí habría encontrado los medios para expresar mi interioridad, para mi propia liberación. Quizá no me habría convertido en el tipo de escritor que soy ahora, pero creo que me habría encontrado a mí mismo de todos modos. En Estados Unidos corría el peligro de enloquecer, de suicidarme. Me sentía absolutamente aislado.



ENTREVISTADOR

¿Y qué hay de Big Sur? ¿Encontró allí un entorno propicio?

  

 MILLER

Oh, no, allí no había nada, excepto naturaleza. Estaba solo, eso es lo que buscaba. Permanecí allí porque era un sitio remoto. Yo ya había aprendido a escribir sin importar en donde me encontrase. Fue un cambio maravilloso, Big Sur. Fue entonces cuando dejé las ciudades atrás; ya había tenido suficiente vida urbana. Verás, yo en realidad no escogí Big Sur, sino que un amigo me dejó allí tirado un día en plena carretera. Mientras se marchaba, me dijo «Ve y busca a esta y aquella persona, que te albergarán por una noche o una semana. Es un lugar maravilloso, creo que te gustará». Así es como fui a dar allí. Nunca había escuchado hablar de Big Sur hasta ese momento. Sabía de Point Sur porque había leído a Robertson Jeffers; leí Las mujeres de Point Sur en el Café Rotonde de París, eso es algo que nunca olvidaré.



ENTREVISTADOR

¿No es sorprendente que, siendo un hombre de ciudad, se fuera de ese modo a parajes campestres?



MILLER

Sí, es que en el fondo tengo algo de chino. Verás, en la Antigua China, cuando un artista o filósofo empezaba a envejecer, se retiraba a la campiña, a vivir y meditar en paz.



ENTREVISTADOR

Pero en su caso fue más bien una coincidencia.



MILLER

Totalmente. Pero fíjate: todo lo que ha resultado trascendental en mi vida ocurrió siempre de esa manera, por el más puro azar. Aunque eso tampoco me lo creo del todo. Creo que siempre hubo un propósito, que todo estaba destinado a ser como fue. La respuesta se encuentra en mi signo zodiacal, esa sería mi respuesta más franca. Para mí es todo bastante evidente.



ENTREVISTADOR

¿Por qué nunca volvió a vivir en París?



MILLER

Por varias razones. La primera, me casé poco después de llegar a Big Sur, luego tuve hijos y luego no tuve dinero, y luego me enamoré también de Big Sur. No tenía deseo alguno de retomar mi vida parisina, eso ya había terminado. La mayor parte de mis amigos se habían marchado, la guerra lo habría destruido todo.



ENTREVISTADOR

Gertrude Stein afirma que la vida en Francia purificó su inglés, porque prácticamente no lo usaba en la vida cotidiana y que esto la convirtió en la estilista literaria que es. ¿Tuvo París el mismo efecto sobre usted?



MILLER

No exactamente, pero entiendo a lo que se refiere. Desde luego que en París hablé mucho más inglés que Gertrude Stein, es decir, menos francés. Aun así, estuve saturado de francés todo el tiempo, y escuchar a diario un idioma extranjero saca filo al manejo del propio, lo hace a uno consciente de las sombras y los matices que antes ni siquiera intuía. Eso además le produce a uno un olvido liviano, unas ganas de recapturar ciertas frases y expresiones. Lo hace a uno más consciente del propio idioma.



ENTREVISTADOR

¿Tuvo usted contacto alguna vez con Gertrude Stein o con su círculo?



MILLER

No, nada que ver. Nunca la conocí, ni conocí a nadie que perteneciera a su círculo. Pero yo no sabía mucho de ningún círculo, para ser francos. Siempre he sido un lobo solitario, siempre en contra de los grupos, los círculos, las sectas, los cultos y los -ismos, todo eso. Conocí unos cuantos surrealistas, pero nunca pertenecí al grupo de los surrealistas, ni a ningún otro.

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ENTREVISTADOR

¿Conoció a otros escritores estadounidenses en París?



MILLER

Conocí a Walter Lowenfels, Samuel Putnam y Michael Fraenkel. A Sherwood Anderson, [John] Dos Passos, [John] Steinbeck y [William] Saroyan los conocí luego, en Estados Unidos. Coincidí con ellos en algunas ocasiones, nada más. Nunca tuve una conexión real con ellos. De todos los escritores estadounidenses que he conocido, Sherwood Anderson destaca como mi favorito. Dos Passos era un tipo cálido y maravilloso, pero adoré el trabajo, el estilo y el lenguaje de Sherwood Anderson desde el principio. Además, me caía bien como persona, aunque estuviéramos en esquinas opuestas en muchos temas, especialmente en lo que al país se refiere. Él amaba a Estados Unidos, lo conocía muy bien, amaba a su gente y todo lo que tuviera que ver con el país. Yo era todo lo contrario. Pero me gustaba escuchar lo que él tenía que decir sobre los Estados Unidos.



ENTREVISTADOR

¿Conoció usted muchos autores ingleses? Tuvo una larga amistad con Durrell y [John Cowper] Powys, ¿no es cierto?



MILLER

Con Durrell, claro, pero difícilmente lo llamaría yo un autor inglés. Lo pienso más bien como un escritor totalmente no-británico. Y John Cowper Powys tuvo una tremenda influencia en mí, desde luego, pero yo nunca lo conocí realmente, nunca cultivamos un vínculo. ¡A mí jamás se me hubiese ocurrido! Verás, él era un gigante y yo un enano, él era mi dios, mi mentor, mi ídolo. Me tropecé con él cuando tenía veinte años y él daba conferencias en los Labor Temples de Nueva York, en Cooper Union y otros sitios por el estilo. Me costó apenas diez centavos oírlo hablar. Unos treinta años después lo fui a ver en Gales y me sorprendió que conociera mi obra. Incluso parecía guardarle un gran respeto, lo cual me sorprendió más todavía. 



ENTREVISTADOR

¿Conoció también a [George] Orwell en esos tiempos?



MILLER

A Orwell lo frecuenté dos o tres veces, en sus visitas a París. No lo llamaría un amigo, más bien un conocido de paso. Pero me encantaba su libro Sin blanca en París y Londres; aún me parece que es un clásico, el mejor de sus libros. Y aunque fue un tipo fantástico a su manera, en el fondo pensaba que Orwell era un tonto. Era un idealista, como muchos otros ingleses, y a mí me parecía un idealista un poco estúpido. Un hombre de principios, como se dice. Me aburren los hombres de principios.



ENTREVISTADOR

¿No le interesa mucho la política?



MILLER

Para nada. Considero el de la política un mundo vil, completamente podrido. Con la política no se llega a ninguna parte. La política lo degrada todo.



ENTREVISTADOR

¿Incluso el idealismo político como el de Orwell?



MILLER

¡Especialmente eso! Los idealistas políticos carecen del sentido de la realidad. Y un político debe ser, ante todo, realista. Estas personas con ideales y principios están siempre extraviados, en mi opinión. Para ser político hay que ser un poco inculto, hay que tener algo de asesino. Hay que estar dispuesto a llevar a la gente al sacrificio, al matadero, para defender una idea, ya sea una buena idea o una mala idea. Así son los políticos que prosperan, en todo caso.



ENTREVISTADOR

¿Qué hay de los grandes autores del pasado que le han atraído particularmente? Usted ha hecho estudios sobre Balzac, Rimbaud y Lawrence. ¿Hay un tipo específico de escritor que le interesa?



MILLER

Eso es difícil de decir, los escritores que me interesan son bastante diversos. Son aquellos que son algo más que meros escritores. Tienen este misterioso atributo, algo metafísico, oculto o lo que sea —no sé qué nombre ponerle—, un qué sé yo adicional que los hace ir más allá de los confines de la literatura. Verás, la gente lee para divertirse, para pasar el rato o para educarse. Yo nunca leo para pasar el tiempo, ni para que me enseñen nada; yo leo para que me lleven más allá de mí mismo, para que me dejen en éxtasis. Estoy siempre a la espera de un autor que me levante por encima de mí mismo.



ENTREVISTADOR

¿Puede explicar por qué nunca terminó su libro sobre D. H. Lawrence?



MILLER

Sí, es muy simple. Mientras más me adentraba en ese libro, menos comprendía lo que hacía. Me encontré en una maraña de contradicciones. Descubrí que no sabía quién era Lawrence en realidad. No podía ubicarlo, ni comprenderlo al detalle, al final ni siquiera podía hacerle frente. Estaba completamente desconcertado, inmerso en una jungla, sin dar con el camino de salida. De modo que abandoné la obra.



ENTREVISTADOR

No le ocurrió lo mismo con Rimbaud, ¿cierto?



MILLER

No, extrañamente no. Rimbaud es un personaje mucho más enigmático, es cierto, pero no me vi obligado a luchar tanto con las ideas en su libro. Lawrence era un hombre de ideas, completamente, y en esas ideas se basa su literatura.



ENTREVISTADOR

¿Usted no suscribe necesariamente las ideas de Lawrence, o sí?



MILLER

No, no por completo, pero sí admiro su misión, su búsqueda, su esfuerzo. Y en muchas cosas estoy de acuerdo con Lawrence. Pero al mismo tiempo hay otras de las que me burlo y me río, que me parecen absurdas, estúpidas, necias. Tengo de Lawrence una mejor perspectiva hoy en día, pero ya no creo importante decir nada al respecto. En ese entonces Lawrence significaba algo para mí, yo estaba completamente en sus garras.



ENTREVISTADOR

Bueno, supongo que ahora debemos hablar de la pornografía y la obscenidad. Espero que no le disguste. Después de todo, se le considera una autoridad en la materia. ¿Es cierto que dijo alguna vez «estoy a favor de la obscenidad, pero en contra de la pornografía»?



MILLER

A ver, es bastante simple. Lo obsceno consiste en la franqueza, y la pornografía en cambio en el circunloquio, en lo indirecto. Yo creo en decir la verdad, de manera fría y chocante si fuera necesario, sin disfraces. En otras palabras, la obscenidad es un procedimiento depurativo, mientras que la pornografía sólo añade oscuridad.

 


ENTREVISTADOR

¿En qué sentido es la obscenidad un procedimiento depurativo?



MILLER

Siempre que un tabú se rompe, algo bueno ocurre. Algo vivificante.



ENTREVISTADOR

¿Son malos todos los tabúes?



MILLER

No entre los pueblos primitivos. Hay una razón para la existencia de los tabúes en la cultura primitiva, pero no así en la nuestra, no así en las comunidades civilizadas. En ellas el tabú se convierte en algo peligroso e insalubre. Verás, la gente civilizada no vive de acuerdo a códigos morales ni principios de ningún tipo. Hablamos de ellos, fingimos obedecerlos, pero nadie cree en ellos realmente. Nadie pone en práctica esas reglas, que además no tienen lugar alguno en nuestras vidas. A fin de cuentas, los tabúes son poco más que remanentes, el producto de mentes enfermas, podría decirse, de gente temerosa que nunca tuvo el coraje para vivir y que con la excusa de la moralidad y la religión nos han impuesto estas cosas a los demás. Yo pienso el mundo —el mundo civilizado— como un lugar mayormente irreligioso. Cualquier religión vigente entre personas civilizadas acaba siendo falsa e hipócrita; y eso es exactamente lo opuesto a lo que aspiraban sus iniciadores.



ENTREVISTADOR

Aun así, de usted se dice que es un hombre profundamente religioso.



MILLER

Sí, pero sin casarme con ninguna religión. ¿Qué significa eso? Simplemente significa ser reverente con la vida, estar siempre del lado de la vida y no de la muerte. De nuevo, la palabra «civilización» está emparejada en mi mente con la muerte. Cuando la uso, veo la civilización como una cosa herida, frustrada, una cosa embrutecida. Para mí siempre fue de esa manera. Verás, no creo en las edades doradas. Quiero decir que fueron edades doradas para unos pocos, para un grupito selecto, pero las masas siempre estuvieron en la miseria, siempre fueron supersticiosas, ignorantes, siempre estuvieron desvalidas, estranguladas por la Iglesia y por el Estado. Sigo siendo un gran creyente en [Oswald] Spengler y eso lo dice todo: él explica la antítesis entre cultura y civilización. La civilización es la arteriosclerosis de la cultura.



ENTREVISTADOR

En el artículo que Durrell escribió sobre usted en la revista Horizon, hace unos diez años, se habla de la obscenidad en tanto técnica. ¿Concibe usted la obscenidad como una técnica?



MILLER

Creo saber a qué se refería en ese artículo. Se refería a la técnica del shock. Bueno, puede que la usara inconscientemente, pero nunca de manera deliberada. Yo eché mano a la obscenidad de un modo tan natural como lo haría con cualquier forma de hablar. Era como la respiración, parte de mi ritmo entero. Había momentos para ser obsceno y había momentos para otro tipo de cosas. No creo que la obscenidad sea un elemento vital de ningún modo, pero sí es un elemento importante, y no se lo puede negar, ignorar o suprimir.



ENTREVISTADOR

Quizá también se lo pueda exagerar…



MILLER

Puede ser, pero ¿qué importa eso? ¿Qué es lo que tanto nos preocupa, a qué le tenemos miedo? Palabras, palabras, ¿qué tienen de terrible? ¿O las ideas? Supongamos que sean repugnantes, ¿qué somos, cobardes? ¿No nos hemos enfrentado ya a todo tipo de cosas? ¿No hemos estado al borde de la destrucción una y otra vez debido a la guerra, la enfermedad, la pestilencia, el hambre? ¿Qué es lo que nos resulta amenazante en el uso exagerado de la obscenidad? ¿Dónde está el peligro?



ENTREVISTADOR

Bueno, ni siquiera en [Geoffrey] Chaucer puede uno hallar las palabras que encuentra en Henry Miller.



MILLER

Pero sí puede uno dar con abundante y saludable naturalismo, mucha libertad de expresión.



ENTREVISTADOR

¿Qué opinión le merece el comentario que hizo Durrell en su entrevista con The Paris Review, en donde afirma que encontraba, retrospectivamente, partes de El libro negro demasiado obscenas?



MILLER

¿Lo dijo? Bueno, permíteme decir que esas son las partes que yo más atesoro. Me resultaron maravillosas cuando las leí por primera vez, y lo sigo creyendo todavía. A lo mejor Durrell estaba sólo bromeando.



ENTREVISTADOR

¿Por qué ha escrito tanto sobre sexo? ¿Qué significado tiene el sexo para usted? ¿Tiene algún sentido particular, quizás?



MILLER

Eso es difícil de responder. Verás, creo que he escrito casi tanto de lo que mis detractores llaman «sinsentidos» —o sea, tonterías metafísicas— como de sexo, pero ellos se fijan únicamente en el sexo. No puedo responder a esa pregunta, excepto para decir que el sexo ha jugado un rol muy importante en mi vida. He tenido una buena y generosa vida sexual, y no veo por qué tendría que esconderla.



ENTREVISTADOR

¿Tiene esto algo que ver con su ruptura con la vida que llevaba en Nueva York?



MILLER

No, no lo creo. Pero viniendo de los Estados Unidos, uno se da cuenta en Francia de que el sexo se respira en el aire. Está allí, en todas partes, como un fluido. Ahora bien, no dudo que los estadounidenses emprendan sus relaciones sexuales con la energía, la profundidad y la variedad con que lo hacen las demás personas, pero por algún motivo en Estados Unidos el sexo no está en la atmósfera de esa misma manera. También es cierto que en Francia las mujeres juegan un rol mayor en la vida del hombre, tienen una mejor posición, son tomadas más en cuenta, no simplemente como la «esposa de» o «la amante de» o lo que sea. Además, los franceses prefieren siempre la compañía femenina. En Inglaterra y Estados Unidos, los hombres parecen únicamente estar a gusto entre varones.



ENTREVISTADOR

Sin embargo, su estancia en la Villa Seurat fue un período bastante masculino de su vida.



MILLER

Seguro, pero siempre hubo mujeres involucradas. Tuve muchos amigos, es cierto, pero siempre tuve grandes amistades a lo largo de la vida. Ese es otro aspecto de mi signo zodiacal: soy un hombre destinado a hacer grandes amigos. Ese ha sido probablemente el factor más importante de mi vida y quizás deba decir algo al respecto. Cuando empecé a escribir, me percaté de lo muy en deuda que estaba con los demás. He recibido mucha ayuda a lo largo de la vida, por parte de amigos y también de desconocidos. ¿Qué falta podía hacerme el dinero, si tenía amistades? ¿Qué puede alguien echar en falta, si cuenta con amigos? He tenido muchos y muy grandes amigos, amigos para toda la vida, que sólo ahora he ido perdiendo a manos de la muerte.

(…)



ENTREVISTADOR

¿Cómo se siente convertirse en un best seller después de haber soportado por tantos años las durezas de la vida del artista?



MILLER

La verdad es que no siento nada al respecto. Todo eso carece de sustancia para mí, no me siento involucrado. De hecho, me incomoda bastante, no me da ningún placer. Todo lo que percibo son disrupciones en mi vida, más intrusiones, más sinsentido. La gente se preocupa por cosas que a mí ya no me interesan. Ese libro [Trópico de Cáncer] ya no significa nada para mí. Muchos piensan que como ellos están molestos con algo, yo también debería estarlo. Creen que es muy importante para mí ser finalmente aceptado. Bueno, yo tuve esa aceptación hace mucho rato, al menos de parte de aquellos cuya aceptación en realidad me importaba. Ser aceptado por la muchedumbre no significa nada para mí. De hecho, es casi doloroso, pues estoy siendo aceptado por las razones equivocadas. Es un asunto sensacionalista, no quiere decir que se me esté reconociendo mi verdadera valía.



ENTREVISTADOR

Pero eso es parte del reconocimiento que usted siempre supo que se le daría.



MILLER

Sí, desde luego. Pero, verás, el único reconocimiento verdadero proviene de tus pares, de aquellos que están a tu mismo ras. Ese es el único reconocimiento que importa y ya lo he tenido. Lo he tenido durante años.



ENTREVISTADOR

¿A cuál de sus libros cree usted que le fue mejor? 



MILLER

Siempre digo que El coloso de Marusi.



ENTREVISTADOR

La mayoría de los críticos concuerdan con que Trópico de Cáncer es su mejor libro.



MILLER

Bueno, releyéndolo he descubierto que es mucho mejor libro de lo que recordaba. Me gustó, incluso me sorprendió, pues hacía muchos años que no le echaba un vistazo. Creo que es un muy buen libro, que tiene cualidades duraderas. Pero El coloso lo escribí estando en un nivel distinto de existencia. Lo que más me gusta es que es un libro gozoso, que expresa alegría, que brinda alegría.



ENTREVISTADOR

¿Qué sucedió con Draco y la eclíptica, anunciado por usted hace varios años?



MILLER

Nada. Ha sido olvidado, aunque es siempre posible que un día lo escriba. Tenía la idea de hacer un libro bastante breve, explicando lo que me propuse al escribir todos esos libros autobiográficos. En otras palabras, olvidarme de lo que escribí y tratar de decir nuevamente lo que habría querido escribir. Y transmitir de ese modo la importancia de la obra desde el punto de vista del autor. Verás, la perspectiva del autor es apenas una entre muchas y su idea de la importancia de la obra se pierde en el barullo de las voces ajenas. ¿Conoce realmente el autor su obra tan bien como lo imagina? Prefiero pensar que no. Me gusta imaginar al autor como un médium que, al despertar de su trance, se queda atónito ante las cosas que dijo y que hizo.

Gabriel Payares

Gabriel Payares (Londres, Inglaterra, 1982). Escritor venezolano, licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, Magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar, y Magíster en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Buenos Aires. Autor de tres libros de relatos: Cuando bajaron las aguas (2008), Hotel (2012) y Lo irreparable (2016/2017). Ha recibido distintos galardones literarios nacionales e internacionales y sus relatos se recogen en antologías y revistas literarias.

https://twitter.com/gpayares
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