Conversaciones en espiral No.1- Federica Consalvi

José Luis Sáenz de Heredia

ANDREA GOBERA Y FEDERICA CONSALVI

Agosto y septiembre 2025

Siempre estuvo sentada en la cabecera del comedor, frente a la sala. Unos ventanales permitían la entrada de la luz cálida de la tarde. Detrás de ella, las paredes estaban cubiertas de arte con cuadros de distintos tamaños, marcos y estilos, una constelación visual que parecía reflejar la personalidad de la escritora. Cuando me mostró su piso, vi a su gato acurrucado, disfrutando del calor del sol.

Las conversaciones se realizaron a través de Zoom, yo estaba en México y Federica en Madrid. Para mí eran charlas mañaneras, a eso de las diez; para ella, el día ya estaba por terminar. Mientras yo deambulaba entre la cafeína y la nicotina, Federica no consumió nada durante nuestras llamadas.

Federica Consalvi (Tovar, Mérida, 1988) es Licenciada en Idiomas Modernos por la Universidad de Los Andes. Consalvi reside en Madrid, donde cursó el Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores.

Es la primera mujer de su región en ganar el Concurso de Cuentos de El Nacional, un certamen fundado en 1946 y que ha sido referencia de la narrativa venezolana contemporánea. Su cuento «Sangre» fue distinguido entre 475 textos provenientes de catorce países. El jurado subrayó en él la capacidad de representar la fragilidad de la vida sostenida por la memoria afectiva y las rutinas cotidianas, al tiempo que insinúa la muerte sin nombrarla, envuelta en un lenguaje íntimo y sensorial[1].

Ha participado en proyectos colectivos como Venezuela – Conexión a casa (2023) y sus cuentos han aparecido en múltiples revistas y antologías, donde resaltan «Diario de una importada» en La Rompedora (Madrid 2019), «Culebra de terciopelo» en Concordia (Berlín, 2020), «Raíz diversa en dos tiempos » y «Si el viento nos hablara del baile » en Casapaís (Uruguay 2021, 2023), y «Camaleones y ballenas» en la antología Partirse en dos - Relatos migrantes (Lecturas de Arraigo, 2025).

Su escritura se inscribe en una generación de autoras latinoamericanas que exploran el lugar movedizo entre origen y tránsito, entre lo íntimo y lo colectivo, entre el cuerpo y la psique.

A lo largo de tres encuentros conversé con Consalvi sobre la memoria de la infancia, los vínculos familiares, el choque cultural de la migración y la manera en que la escritura se sostiene en los rituales y en el silencio.

Lo que sigue, como lo es en todas las Conversaciones en espiral, no busca ser un retrato definitivo, sino, simplemente, un acompañamiento en el vaivén del pensamiento de la escritora.

 

ANDREA: ¿Qué tal estuvo tu semana? ¿Vino tu familia?

FEDERICA: Sí, vinieron… estuvo mi hermana con mis tres sobrinos. Y no tuve vida.

ANDREA: ¿Y cuántos años tienen los sobrinos?

FEDERICA: La mayor tiene catorce, otra diez y el menor ocho.

ANDREA: Intenso, seguro.

FEDERICA: Sí, súper.

ANDREA: ¿Solo tienes una hermana?

FEDERICA: No, también tengo un hermano que vive en Venezuela, también mayor que yo. Él tiene dos niños.

ANDREA: Tú eres la pequeña.

FEDERICA: Sí, soy la más chica de la casa… aunque ya no me siento pequeña, sigo siéndolo.

ANDREA: ¿Los extrañas mucho?

FEDERICA: Muchísimo. De hecho, ayer los despedí y no lloré, pero el sábado por la noche me quedé destruida, llorando. Siempre me pasa, aunque los vea con relativa frecuencia. No es que pase años sin verlos: los vi en mayo, los volví a ver ahora, y los veré otra vez en octubre, cuando vaya a Venezuela. Tengo cierta cercanía, pero igual, siempre duele.

ANDREA: Es como si se te fuera tu casa, ¿no?

FEDERICA: Ajá, justamente.

ANDREA: ¿Solo vino tu hermana? ¿Tus padres no?

FEDERICA: No, papi acaba de superar un momento delicado de salud. Por eso voy en octubre: pasó mucho tiempo hospitalizado y, a sus 82 años, le pasó factura. Ya está recuperando movilidad. Y además, vamos a celebrar los cincuenta años de casados de mis padres.

ANDREA: Cincuenta años.

FEDERICA: Sí. Y eso que se casaron mayores para su época.

ANDREA: ¿A qué edad se casaron?

FEDERICA: Mi mamá tenía veinticinco años, que en 1975 era considerado mayor. Tienen una historia de novela: mi mamá era novia del mejor amigo de mi papá, pero él le confesó su amor, y se casaron.

ANDREA: Supongo que ese amigo ya no está…

FEDERICA: Sí está, siguen siendo amigos. Hubo un tiempo de distanciamiento, pero con los años se reconciliaron. Ahora se ven con frecuencia, es parte de su círculo cercano.

ANDREA: ¿Y a qué edad tuvieron a tu hermana?

FEDERICA: Tardaron cuatro años en tener hijos. Mi mamá dice: «Fui loca, pero no tanto». Tuvo a mi hermana alrededor de los treinta años. Así que ella tiene cuarenta y cinco; me lleva nueve años.

ANDREA: ¡Es una distancia grande, cuando tú ni entrabas a la pubertad, ella tenía ya diecinueve!

FEDERICA: Sí, nuestra relación fue desigual al principio. Hasta que yo cumplí quince o dieciséis, empezamos a igualarnos. Ahí sí nos hicimos amigas.

ANDREA: Son universos distintos, sí está difícil empatar. Pero como a los veinte, todo empieza a equilibrarse.

FEDERICA: Sí, uno empieza a igualarse… aun así, se nota el salto generacional. Mis sobrinas me ven como de su generación. Quizá también porque no tengo hijos; me ven en un estrato diferente.

ANDREA: Así que si algún día tienen una crisis, siempre tendrán a su tía.

FEDERICA: Exacto.

ANDREA: Cuéntame de tu infancia.

FEDERICA: Crecí en un pueblo que se llama Tovar, al lado de la ciudad de Mérida, donde terminan los Andes. Es alto; hay alturas de cinco mil metros, nieve en algunos lugares. Yo viví en lo que antes era una hacienda. Ya no funcionaba como tal, solo quedaba nuestra casa. Antes sí había ganadería, era de la familia de mi padre, y allí hicieron una casa preciosa. Desde que nací hasta los trece años viví allí.

Mi infancia estuvo siempre rodeada de naturaleza. Fue una infancia tranquila, de pocos amigos, apenas compañeros de colegio. Mis amigas eran tres, las que me visitaban en casa. No había interacción con vecinos ni con otros niños. Vivía en los árboles; cada mata de guayaba tenía nombre. Me fracturé dos veces por caerme de ellos. Escribo mucho desde esa experiencia primitiva de la infancia en el campo.

Siempre regreso a los árboles. Me fascina todo lo que tenga que ver con ellos; la ceiba es mi árbol favorito. Incluso tenía una en un piso donde vivía en Caracas.

Mi padre tiene búfalas lecheras. Era normal ir a la finca, ver el ordeño… De hecho, en «Si el viento nos hablara del baile», se habla de una búfala ahogada en un lago, que está inspirado en algo que viví.

 

«Al obrero más chico, que va sin ensillar, algo le frena el trote. Siente un relieve más blando en el fondo del agua, es el cuerpo de un búfalo recién parido. Nació con la mala suerte de que su madre estaba sumergida. Le ata una cabuya al cuello y lo saca hasta la orilla. Llegan los zamuros por el olor de la bosta, por la placenta que la madre todavía no ha terminado de botar al monte, por el cuerpo del bucerro muerto.»

 

La naturaleza es ruda, salvaje. Soy vegetariana ahora, irónicamente, porque toda mi vida en casa se han llevado animales muertos para su consumo. Podría abrir una vaca y usarla, pero hoy respeto la vida de los animales y hago lo que puedo para que no sufran. En mi familia, cuando moría un búfalo, se usaba todo. Pero cuando todo el mundo quiere lomito: cuántos animales hay que matar para eso. Prefiero no participar de ese desperdicio. Pero tengo una sola excepción: el pastel de chucho.

ANDREA: ¿Qué es chucho?

FEDERICA: Es una receta muy local: chucho es una raya. Lo cocinan como guiso con tajadas de plátano maduro frito, queso… Es como una lasaña criolla.

ANDREA: ¿Y cuándo fue que te mudaste a Mérida?

FEDERICA: Hasta los quince años viví en el campo; luego tuve que mudarme a la ciudad de Mérida por fuerza de la naturaleza. Vivía en esta hacienda, estudiaba en un colegio de monjas en el pueblo. Un fin de semana fui a Mérida con mis padres y ocurrió una vaguada, un deslave de los cerros. La carretera quedó intransitable durante tres meses; hubo muertos. Por ese tiempo, papi también estaba enfermo y se fue a Caracas. Así que me quedé en Mérida con mi hermano, y terminé los dos últimos años de colegio allí.

ANDREA: Y con el deslave, ¿tu papá pudo volver?

FEDERICA: No, él ya estaba viviendo en Caracas por su enfermedad. La zona de la casa quedó incomunicada, pero la gente de esa zona pudo seguir trabajando. Nosotros solo perdimos la carretera.

ANDREA: ¿Te afectó mucho pasar del campo a la ciudad?

FEDERICA: Sí y no. Básicamente soy una persona de campo que se acostumbró a la ciudad. Era un cambio que yo quería. Me sentí culpable, sentí que provoqué el deslave, porque deseaba estar en la ciudad. Mis padres iban con frecuencia, mi hermano ya estudiaba allí… Sentí que mi deseo se cumplía a costa de gente sufriendo.

ANDREA: Qué duro. Esa inocencia de creer que uno puede provocar un desastre así.

FEDERICA: Esa culpa infantil es rara, pero uno la siente.

ANDREA: ¿Ahora se te antoja volver al campo?

FEDERICA: A veces sí, pero ahora anhelo playa. Esa misma desconexión, estar en casa sin hacer nada… Mis padres viven en Margarita y puedo pasar veinte días sin salir de la casa, con el mar frente a mí y comida lista. Eso me encanta.

ANDREA: ¿Comenzaste a escribir en el campo?

FEDERICA: Sí. Empecé a escribir desde pequeña. De hecho, mi mamá el otro día me mandó unos textos, con errores ortográficos horribles. Hacía muchas cartas, sobre todo a mi abuela. Teníamos una relación de amor y odio bastante intensa.

ANDREA: También está presente en tus textos, ¿no?

FEDERICA: Sí, de hecho, mi abuela materna fue la única abuela que conocí. Era una señora bastante difícil, pero me quería mucho. Yo era su nieta favorita. Siempre le mandaba cartas. También me dio una época de escribir poesía erótica como a los ocho o nueve años. Y le escribía cosas al novio de mi hermana del momento.

ANDREA: ¿Se las mandabas o te las quedabas?

FEDERICA: Aparentemente, se las mostré. También escribía sobre los senos de mi hermana, sobre la celulitis…

ANDREA: ¿Los has vuelto a leer? Es muy interesante ver el punto de vista de una niña de ocho años sobre ese tema.

FEDERICA: Sí, lo mío era todo fascinación. Mi hermana tenía una vida totalmente diferente a la mía y ello me intrigaba.

ANDREA: ¿Y cómo crees que esas temáticas llegaron a una niña?

FEDERICA: Aunque eres pequeño, siempre tienes referencias. Ves películas que no debes ver, o cosas que no deberías, y surge esa nube de ideas que procesas con inocencia.

ANDREA: Con libertad. Aún no están los frenos, los tabús.

FEDERICA: Exacto. No pensaba que escribía algo malo o raro.

ANDREA: ¿Y todavía tienes esa libertad?

FEDERICA: No, ahora pienso mucho más y me gustaría quitarme ese pudor, pero pienso más en lo que puedo o no puedo decir. Este fin de semana, una amiga presentó su libro y decía que ya no le importa lo que piensen los demás. Sus primeros libros tenía más pudor, pero ahora cuenta una relación con un hombre mucho mayor sin preocuparse. Anhelo llegar allí, pero todavía tengo algo que me frena.

ANDREA: ¿Te afecta que tus padres te lean?

FEDERICA: Hay un punto en el que siento que aunque sea ficción, van a creer que es mía, y eso me corta. Aunque diga que me lo inventé, no importa el nombre que le ponga al personaje, no importa que no sea en primera persona, siempre van a pensar que lo que escribo es algo que me pasó. Todavía tengo que explicar mucho.

ANDREA: ¿Qué tanto de tus historias es autobiográfico?

FEDERICA: Sí hay mucho autobiográfico, como germen para los desenlaces o en imágenes puntuales, pero no es literal. Los personajes tienen voz propia. A veces digo cosas que me gustaría decir como Federica a través de ellos, pero no lo hago directamente. Hay mucho de mí, pero no quiero ser juzgada por los personajes, que a veces son más dramáticos o peores de lo que creo ser.

ANDREA: «Culebra de terciopelo» tiene en esencia, algo que me dice que está inspirada en algo real.

FEDERICA: Sí. «Culebra de terciopelo » es bastante literal. Yo sí tuve una culebra viviendo debajo de mi cama. Y sí la mataron, como a muchas otras, porque en mi casa había demasiadas y era costumbre. Mi mamá tiene cinturones, zapatos, carteras, con esas culebras. A veces les ponía nombre: Hortensia, la que se asomaba por la ventana.

ANDREA: En «Camaleones y ballenas» hablas de ser expatriado, vivir en un lugar ajeno.

 

«Hay días en los que siento al suelo moverse bajo mis pies, como si el mismo océano que separa las costas caribeñas y mi nueva tierra intentara arrastrarme de vuelta. Solo que no hay una corriente capaz de arrastrar un animal tan grande y que la maniobra salga bien, una ballena encallada es una bestia que se rindió. Una ballena encallada es una bestia muerta. Y no hay ballenas muertas en los pisos de Madrid.»

 

FEDERICA: Sí, en ella hay muchas cosas que son verdad, mezcladas de manera desordenada. Por ejemplo, de pequeña sí que me rezaron la estomatitis porque la medicina tradicional no funcionaba.

 

«La enfermera encargada de hacerme las curas se dio por vencida y me llevó para donde la señora Gladys, una mujer que hablaba con acento cantado y tenía la sala llena de humedades. Y sus paredes verdes olían a eso, y a tabaco y a flores secas. Gracias a ella y a una corte completa de santos que reposaban en sus tres altares, con retratos, velas y ofrendas, se me curaron todas las llagas de la garganta.»

 

También la humedad persistente en el techo de mi casa actual es real. Pero cuando alguien conoce la historia real, asocia todo a mí. Por ejemplo, escribo sobre una amiga y la gente cree que soy yo.

ANDREA: Pasa mucho. Yo tengo escritos violentos y a veces pienso que mi familia se ha de preocupar.

FEDERICA: Claro, quizá solo fue un episodio mínimo el que te sucedió, pero como escritor exploras el sentimiento o la temática y lo expandes. Por eso uno no debe escribir solo de lo que ha vivido; a veces puedes explorar situaciones que no has vivido plenamente. Desde pequeña escribí por curiosidad, medio en broma, medio en serio.

ANDREA: ¿Y cómo fue tu formación en escritura?

FEDERICA: Cuando me gradué del bachillerato, era buena alumna, pero no sabía qué estudiar. Me gustaba todo, pero no me atraían ingeniería o medicina. Lo que tenía claro era que me gustaba la cocina. Salí del colegio, fui un año a un internado en Suiza, luego volví a Venezuela y estudié cocina en el Instituto Culinaria de Caracas. Hice tres trimestres, casi la carrera completa, me faltaron las pasantías. Mis padres insistieron en que entrara a la universidad, y ahí decidí Idiomas Modernos. Siempre me gustó leer, me parecía humanidades, y ya había estudiado francés en Suiza. Me especialicé en lingüística y traducción y me gradué. La cocina quedó como hobby: siempre cocino para amigos, me encanta la pastelería. Y mi mamá siempre decía que después iba a estar oliendo cebolla todo el día. Hoy no me veo en un restaurante, sino en un espacio con libros, café y tranquilidad.

Durante la universidad se pusieron de moda los fashion blogs. Abrí uno, My Fish Half Dying, para escribir reseñas sobre cosas que me interesaban. Eso llevó a que al graduarme, durante mis pasantías en Caracas, una boutique creativa me contratara. También trabajé en E-Entertainment Television, creando contenidos para webs, cubriendo Fashion Week en México, escribiendo diariamente sobre moda. Ahí mi escritura se volvió oficio, más metódica. En 2017, cansada de eso y con la situación de Venezuela, pensé en mudarme a Miami con mis compañeras de trabajo. Fui tres meses, hice producción de fotos y contenido, pero no me encantaba. La visa de trabajo era un compromiso enorme, y empecé a cuestionar mi vocación. Entonces decidí tomar un año sabático: fui sola a India a hacer un profesorado de yoga. Estuve dos meses en Goa y luego viajé a España, visitando amigas en Barcelona y otras ciudades. Allí descubrí la Escuela de Escritores de Madrid, presenté la prueba y quedé. Ahí empecé a escribir literatura de manera seria. Antes escribía blog, cuentitos, crónicas por curiosidad, pero en 2017 comencé a darle forma a lo que me gusta escribir. El máster fue muy duro, sufrí mucho, pero fue el inicio de escribir con más voluntad.

ANDREA: Y sobre tu espacio y tu rutina de escritura. ¿Cómo es? ¿Cómo empieza? ¿Con una idea, con una imagen, tienes algún ritual?

FEDERICA: Empiezo de varias formas, según la naturaleza del texto. Mi único ritual es perder el tiempo. Puedo pasar horas sentada en el sofá, sin hacer nada, pensando en una idea. No tener ninguna obligación me permite sentarme y decir: «Quiero escribir sobre esto». Nunca empiezo con la idea completa ni con un final claro, pero sí con algo que me detona: una frase, cómo alguien cruzó la calle, un animal muerto. Apunto la idea en el celular y le doy vueltas, siempre sentada, esperando que algo llegue. Cuando surge una buena idea, agarro la computadora y empiezo a escribir. Escribo primero vaciando ideas, a veces inconexas. Puedo tener el final antes de todo el desarrollo. Hago una primera revisión, luego lo dejo descansar. A la tercera lectura empiezo a rechazar el texto, así que después de una o dos correcciones lo envío a una amiga que también es escritora, Brisa, para feedback. Ella me ayuda a detectar palabras repetidas o detalles que no funcionan.

ANDREA: Es importante tener a aquella persona que te lea. En mi caso es mi hermano menor.

FEDERICA: El feedback es esencial: alguien que entienda tu estilo, pero que no esté demasiado inmerso en tu experiencia, puede señalar huecos que uno no ve. También comparto con mi pareja o mi madre, aunque su feedback suele ser más emocional que técnico. Pero sí, el feedback de alguien de confianza abre campos semánticos y enriquece el texto.

Y el espacio físico aún me cuesta. Nunca he tenido un escritorio fijo y los espacios en Madrid son muy pequeños, nunca termino de sentirme cómoda. Ahora escribo en la mesa del comedor, con una silla incómoda, rodeada por la gata y el sofá. Antes, una amiga me prestó una silla de playa y escribía recostada con la computadora en las piernas. Todavía busco aquel espacio ideal.

 

«—a woman must have money and a room of her own if she is to write fiction.»

 

 «Una habitación propia». Es una necesidad real y cuesta trabajo encontrarla.

La luz también es importante. Mi casa actual tiene buena orientación y eso me ha permitido escribir más. Antes vivía en un lugar sin ventanas y no estaba cómoda; fue mi periodo más bajo, alrededor de 2020-2021. En esa época leí más de lo que escribía, descubrí a Mariana Enríquez y devoré todo lo que tenía.

Me cuesta también escribir con personas alrededor. Soy muy chismosa y me distraigo escuchando conversaciones. Mientras más sola esté, mejor. La música con letra me distrae; prefiero silencio absoluto. Mi ritual requiere soledad, aburrimiento, calma y tiempo. Muy blanco todo.

ANDREA: Vi un artículo reciente sobre las consecuencias de que la niñez actual no experimenta mucho el aburrimiento, y cómo el aburrimiento es la semilla de la creatividad.

FEDERICA: Totalmente. Me pregunto cómo escribirán las nuevas generaciones, con tanto contenido digital. Tenemos infancias muy diferentes, ya encontrarán su forma de contar. Espero que el aburrimiento vuelva, que llegue un momento de saturación que los impulse a crear, con algún tipo de existencialismo diferente. Será interesante, siempre habrá espacio para la creatividad.

ANDREA: ¿Qué te preocupa más: no ser leída o ser mal interpretada?

FEDERICA: No ser leída. La interpretación es personal y siempre será libre. En traducción, eso se llama la muerte del autor. El texto tiene tantos significados como lectores.

ANDREA: Sí, es muy interesante ver en los concursos de traducción cómo cada traductor reinterpreta un poema.

FEDERICA: Exacto, traducir es recrear el poema, trasladar la metáfora o el sentimiento. A veces el texto final cambia totalmente, cosas que funcionan en su idioma original no tienen sentido en la traducción.

ANDREA: Cortázar decía que «Casa tomada» nació de un sueño, que no lo escribió pensando en hacer una metáfora de la dictadura, como muchos lo interpretaron. Tampoco niega que en el subconsciente la dictadura haya sido la semilla o haya permeado el cuento, pero sí que no fue la intención.

FEDERICA: Pasa mucho. Uno escribe con su experiencia, pero otros ven cosas que uno ni imaginó. Cada interpretación es válida y enriquece la lectura.

Mi profesor Ángel Zapata, durante el máster, me enseñó a analizar textos y a indagar en lo que no se nombra, en lo que se percibe entre líneas. Eso me ayudó a entender mi escritura: escribir sobre lo que no se puede nombrar, aproximarse a ello por muy intangible que parezca. Brujería.

ANDREA: ¿Y la frase de «escribir sobre lo que conoces»?

FEDERICA: Es válida, pero amplia. No necesitas vivirlo en carne propia, pero sí acercarte a la experiencia. He tenido pérdidas cercanas, por ejemplo, y eso me permite explorar la emoción, aunque no haya muerto un padre. Algunos límites son obvios: no creo poder escribir sobre la vida de un esclavo del siglo XVIII sin experiencia o interés previo. Pero si has llegado a raspar esa experiencia, puedes indagar profundamente.

ANDREA: ¿Escribes para alguien en particular?

FEDERICA: No, escribo para mí misma. Con excepciones, pienso en afectos cercanos como mi sobrina, pero en general escribo por inspiración propia. Complacer a otros me confundiría.

ANDREA: Moverse a Madrid, desde Latinoamérica, es un buen cambio: mismo idioma, un poco Latinoamérica con presupuesto. Caótico, pero mejor calidad de vida.

FEDERICA: Sí, es muy caótico. Pero te adaptas. Sigues sabiéndote extranjero, pero cuesta menos; incluso el humor cambia, pero lo entiendes, sigue siendo un código similar. Ha sido un cambio interesante. En México es un poco más abierto, pero en Caracas la actividad cultural era limitada y no me atraía tanto: la cultura en el país no es prioridad cuando hay que sobrevivir.

Ahora, si me fuera de aquí, sí extrañaría la posibilidad de ir a conciertos todas las semanas o acceder a películas independientes y distintos tipos de cine. Me gustaría retirarme al campo o a la playa algún día, pero siempre con acceso a estas opciones, poder ir a Altea o Valencia y regresar a Madrid en un par de horas si quiero.

ANDREA: ¿Cuál fue el cambio que más te afectó al llegar a Madrid?

FEDERICA: Los horarios. Nada empieza antes de las nueve de la mañana y todo termina muy tarde. La comida también me costó: la gente almuerza a las tres, y para mí un desayuno era más contundente que café y pan con aceite. Como vegetariana, algunas regiones me agobian; a veces en Asturias o Cádiz solo puedo comer huevos fritos y patatas. Pero es mi elección.

ANDREA: Me encanta ese cuadro de atrás. ¿Es tu abuelo?

FEDERICA: No, el abuelo de mi novio. Fue un cineasta muy famoso y polémico. Tiene unas cuarenta películas impresionantes. Dos son franquistas y podemos obviarlas. La mayoría no tienen nada que ver con Franco y son excelentes. No sé si has visto Historias de la radio.

ANDREA: No, ¿cómo se llama él?

FEDERICA: José Luis Sáenz de Heredia. Para mí, Historias de la radio es una maravilla.

ANDREA: ¿Qué tanto se puede separar al artista de su obra?

FEDERICA: Depende. Este señor, por ejemplo, hizo un documental sobre Franco, pero no mató a nadie. Eso fue lo peor que hizo: colaborar como cineasta con el régimen para sobrevivir. Muchos lo castigan, pero la mayor parte de su filmografía es impecable.

ANDREA: ¿Quién pintó el retrato?

FEDERICA: Un artista famoso de aquí; es un cuadro muy valioso para la familia. José era amigo de Buñuel, quien lo salvó de ser fusilado antes de la Guerra Civil. La guerra pasó, Buñuel se exilió y la amistad continuó.

ANDREA: El linchamiento a través de las redes hoy en día me parece brutal. Nos ha convertido en justicieros en masa en lo micro.

FEDERICA: Sí. Y un día se lincha a una persona, al día siguiente el mundo ya lo olvidó, pero a esta persona ya se le jodió la vida. Recientemente, en Venezuela, un linchamiento digital llevó a un suicidio.

ANDREA: ¿Qué géneros tiendes a consumir?

Andrea Gobera

Andrea Gobera (Ciudad de México, 1989) es guionista, escritora y traductora con formación en escritura para cine, televisión y videojuegos, Maestra en Creación y Apreciación Literaria y Licenciada en Relaciones Internacionales. Ha colaborado en largometrajes y series para diversas plataformas. Ganadora del premio Fenner a Mejor Guion Original y beneficiaria del apoyo a reescritura de guion por parte de IMCINE.

https://www.instagram.com/andreagobera
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