La línea Vacilante - Una entrevista a Juan Luis Landaeta
Hay una figura —acaso un arquetipo pictórico— que se repite en la última exposición de Juan Luis Landaeta, El encierro es un vocabulario. La figura se asemeja a ese eficaz recurso fílmico de la introducción de la serie Mad Men, en donde vemos a un hombre cayendo de uno de los edificios de la quinta avenida, mientras suena la música, por ahí donde estuvieron las agencias de publicidad que Don Draper y otros mad men frecuentaron.
Y claro: la última exposición de Landaeta —que lleva un nombre que podría haber sido el título de alguno de los capítulos de aquella serie— tiene ocho cuadros en donde ya se puede apreciar que este artista está, tal como sus figuras, entrando o escapando de una nueva etapa de su creación: aquella que comenzó hace unos diez años en Nueva York.
«Yo nunca me he sentido asfixiado, ni encerrado ni limitado en Nueva York. Mi relación con esta ciudad no ha sido jamás esa, sino todo lo contrario. Acá he encontrado el patio de mi mente: la noción de no-límite, de desmesura y desborde que me fascina y hasta cierto punto, rige», dice Landaeta con certeza. «Esta ciudad ha sido mi catalizadora, en ella pasé de escritor a secas a artista plástico… pero además de todo esto, en esta ciudad he tenido la mayoría de los encuentros que han hecho de mi vida no solo algo distinto, sino más libre. A lo que voy es que esa noción de encierro y liberación tiene que ver más con mi país de origen y mi relación con él, con Venezuela».
Y si volvemos a la imagen de un hombre cayendo de los edificios, puede que todo sea cosa de perspectiva: ¿y si en vez de estar cayendo el hombre está subiendo?, ¿o escapando?, ¿de qué y por qué?
Ya en los primeros días de la exposición, Landaeta tuvo que promocionar esta exposición con entrevistas en medios como El País, Telemundo y Univisión. Si bien, como dice el cliché (que algo de cierto tiene), «no hay mala publicidad, solo publicidad», también es cierto que todos los medios de comunicación buscaron el mismo ángulo para presentarlo: Venezuela. El estado de las cosas en Venezuela. Y la condición migrante.
«Yo nací en Caracas, a pesar de que no vivíamos allí», dice Landaeta. «A los pocos días de nacido ya estábamos de vuelta a Maracay, donde crecí».
Los primeros episodios de su vida suceden en Maracay, los cuales ya contienen bastante material literario, o incluso pictórico. Porque estamos hablando de una familia conformada, a su vez, por varias familias, si se quiere.
«Una familia ciertamente no convencional, pero efectiva», aclara Landaeta. «Mis papá y mi mamá no estaban casados (entre ellos) pero mi papá sí lo estaba. Yo nací durante su matrimonio. Tuve suerte, después su esposa (que no tenía hijos) me tomó como su propio hijo. Debo decir que había tanto amor y cariño a mi alrededor que incluso toda esa situación tan rara me parecía normal. Mi papá no estaba ausente, solo que no vivíamos juntos. Creo que la primera vez que lo vi desayunar fue a mis 10 años. Por otro lado, lo que entiendo como familia es esencialmente mi familia materna, los Sarmiento, que son una tribu excesiva y desmedida en todo: 24 hermanos, hijos de mi abuelo con tres señoras distintas. Con mi abuelita Josefina, 12. Mi mamá se llama Zulia. Es el nombre de la principal provincia petrolera de Venezuela».
Y finaliza: «De allí vengo».
De ahí viene.
Aunque también sería justo decir que Juan Luis Landaeta viene de varias lecturas, y series de televisión, y un acercamiento del arte a través de otras figuras del arte venezolano, como su mentor Jacobo Borges. Su camino no ha sido usual, lo cual es una buena señal: Landaeta iba rumbo a ser abogado, cuando decidió darle chance a la poesía: viajó a Nueva York para cursar la famosilla maestría en escritura creativa de la Universidad de Nueva York. Tuvo clases con Sergio Chejfec, Diamela Eltit, Álvaro Enrigue y Lila Zemborain, entre otros y otras.
Y acá un disclosure.
Ahí fue donde nos conocimos: yo iba en el segundo año de esta maestría, y estaba muy confundido sobre qué hacer a continuación (tomé un mal paso: pensé que me iba a volver académico-teórico), mientras que Landaeta siempre tuvo claro que, si ya había llegado a Nueva York, era para quedarse
Y así han pasado casi más de doce años.
Parafraseando a Bob Dylan, Nueva York era la ciudad de origen de Landaeta, sólo que todavía no había llegado allí.
¿Cómo se relaciona esta última serie de tu obra con esta ciudad que puede ser tan liberadora como asfixiante? Ya llevas más de una década en Nueva York, después de todo…
Es curioso que lo acotes porque son ideas y sensaciones que de verdad he sentido, pero de un modo bastante particular o acaso «personal» pero que sin lugar a duda reclaman una precisión o por lo menos yo siento que deba precisar, porque rozan lugares comunes que no comparto y que, además, no me representan o no representan ni mi experiencia propia ni mi modo de acercarme a las cosas.
La Nueva York a la que llegamos fue una previa a las olas migratorias sucesivas y tan distintas entre ellas: tú llegaste el 2013, en comparación a todas las posteriores olas de migrantes, especialmente de Venezuela, digo.
…y luego la ruptura total de relaciones diplomáticas entre USA y Venezuela, que devino en que no tengamos auxilio ni representación consular, que además puede devenir en algo tan sencillo como no tener dónde o cómo renovar un pasaporte. Igual, mi relación con NYC ha sido tan profunda que de hecho la hice parte de mi obra artística y hasta de mis proyectos personales. No solo llevo desde 2019 un proyecto de escritura de ensayos personales con fotos y reflexiones sobre la ciudad, sino que intentando contar lo que pasa aquí a través de otras experiencias, este año empecé Nueva York y punto un canal de YouTube en español con entrevistas a figuras de la cultura en la ciudad. Entonces, si te tuviera que dar un resumen, te diría que en NYC conocí a Rubén Blades, empecé mi relación con mi maestro Jacobo Borges, pero también hablo por teléfono con mi familia en Maracay, que pueden tener al momento de la conversación un par de horas sin luz o energía eléctrica. Todo eso junto.
Eras un niño/adolescente cuando el chavismo se instaló en Venezuela. ¿Cómo lo percibiste entonces?
Sin demasiado análisis: cambio total en todas las dinámicas que veía a mi alrededor. Todas es todas. Las familiares, las sociales, las comunicacionales. Algo había pasado y no había forma de mirarlo como algo «bueno», pero tampoco como algo que se pudiera detener. Un revolcón. Aunque mi papá murió en 2004, yo creo que empezó a morir cuando ganó Chávez. Le invadieron tierras, le quitaron propiedades, el fruto de toda una vida de trabajo y esfuerzo…