Entre la imagen fija y la palabra en movimiento: El instante decisivo de Clarice Lispector
Nosotros, los fotógrafos,
tenemos que enfrentarnos a cosas
que están en continuo trance
de esfumarse.
Henri Cartier Bresson, El instante decisivo
Muchas veces escribir es recordar
lo que nunca existió. ¿Cómo lograré saber
lo que ni siquiera sé? Así: como si recordase.
Con el esfuerzo de la «memoria», como si nunca
hubiera nacido. Nunca nací, nunca
viví: pero recuerdo, y el recuerdo está en carne viva.
Clarice Lispector, Lembrar-se
La fotografía y la literatura, aunque distantes en sus medios y formas de expresión, comparten una inquietud fundamental: capturar y fijar la fugacidad de la experiencia humana. Henri Cartier-Bresson, pionero de la fotografía moderna, acuñó el concepto de «instante decisivo» para nombrar ese momento efímero que la imagen puede eternizar. De manera análoga, Clarice Lispector —una de las voces más singulares y renovadoras de la literatura brasileña del siglo XX, reconocida por su lenguaje poético y su exploración profunda de la conciencia— explora en su escritura las limitaciones y posibilidades del lenguaje al intentar atrapar aquello que parece inasible, como si sus palabras fueran instantáneas destinadas a detener el tiempo.
Si bien Bresson enfatiza la captura de un instante único y efímero, la reflexión del semiólogo y crítico francés Roland Barthes profundiza en la dimensión temporal y ontológica de la fotografía, subrayando cómo la imagen no solo detiene un momento, sino que testimonia una presencia irrecuperable en el pasado. Partiendo de este marco teórico, tres retratos que acompañan la biografía novelada de Clarice Lispector, Clarice. Una vida que se cuenta, escrita por la investigadora y crítica literaria brasileña Nádia Battella Gotlib en 1995 —texto fundamental para comprender la vida y el legado literario de Lispector— sirven como punto de partida para explorar las conexiones entre fotografía y literatura. Estas imágenes, lejos de ser objeto de un análisis directo, funcionan como estímulos visuales que invitan a reflexionar sobre cómo la escritura de Lispector logra capturar destellos de vida y conciencia que escapan a las palabras, transformando así la experiencia literaria en un espacio donde lo efímero se fija con una intensidad que trasciende la mera descripción.
Este ensayo propone, entonces, indagar las afinidades y tensiones entre ambas corrientes artísticas para revelar cómo la escritura de Lispector actúa como una suerte de «fotografía literaria», fijando esos momentos frágiles y profundos que desafían las barreras del lenguaje.
Luz y texto
A Henri Cartier-Bresson le debemos la célebre expresión del «instante decisivo», un término que él mismo popularizó en The Decisive Moment, una publicación de 1952 donde combina sus imágenes con meditaciones sobre su práctica artística. Esta noción alude a ese breve lapso en que convergen todos los elementos emocionales y formales de una escena, dando lugar a una composición cargada de significado. Para Cartier-Bresson, capturar ese fragmento efímero constituía la esencia de su labor, pues solo en ese preciso punto la vida revela su verdad más profunda. Según sus palabras, la misión fundamental del creador consistía en «extraer la materia prima de la vida», una tarea que exigía la sintonía simultánea del «cerebro, el ojo y el corazón». Así, la imagen se transformaba en el medio capaz de «fijar eternamente el instante preciso y fugaz» (Bresson, 2003, p. 225), un momento que, al ser atrapado, escapa a la sucesión temporal y se convierte en testimonio.
Esta inquietud por la temporalidad y la autenticidad ha sido un eje central en la teoría fotográfica desde sus inicios. Roland Barthes llevó esta reflexión a sus extremos en La cámara lúcida, donde introduce en 1980 el concepto de noema como «esto ha sido». Para él, la fotografía no solo detiene un fragmento del tiempo, sino que constituye la prueba irrefutable de una presencia que pertenece irrevocablemente al pasado, una huella que confirma la realidad de aquello que ahora solo puede ser evocado.
A partir de estas ideas surge una cuestión fundamental: ¿es posible establecer vínculos entre la representación visual y la palabra escrita? Aunque el lenguaje es por naturaleza ficcional y la fotografía un «certificado de presencia» (Barthes, 2008, p. 134), la obra de Clarice Lispector invita a trazar un puente entre ambos dominios. Tres retratos suyos, incluidos en Clarice. Una vida que se cuenta (2007), de Natalia Battella Gotlib, constituyen el punto de partida para indagar cómo su prosa captura destellos de conciencia y experiencia, fijándolos con la precisión de una manifestación que supera las limitaciones del discurso.