La construcción de un poema desde el collage

Comentario de «Cavalo Morto», de Juan Carlos Mestre

Tarsila do Amaral

Cavolo Morto crea con tijeras doradas un poema desde el recorte de otro poema. Es esencialmente un poema collage. Con una fuerte carga surrealista, desde sus imágenes hasta su construcción, toma una imagen fabricada por Lêdo Ivo y la utiliza como anáfora para construirse como un ente individual.

La imagen repetida le da la fuerza hasta convertir el poema en una especie de rezo, algo sagrado y hechicero. Desde que lo oí, me maravillo y nunca dejé de leerlo y de encontrarme con él y mostrarlo a mis amigos. Este poema me recuerda, en su surrealismo, a Bosch y su Jardín de las Delicias, ya que tiene una belleza monstruosa.

Lo prefiero siempre leído por la voz del poeta y con esa musicalidad que le aporta el acordeón tocado por él mismo, aparte del eco de su voz en el micrófono. 

El poema empieza directamente enunciando este robo, este hurto del que casi siempre se construye toda la poesía de manera descarada, a través de esa imagen logra empezar una especie de cadáver exquisito en el cual irá sumando distintas imágenes que funcionan como recortes, llenas de simbologías que al ser escarbadas revelan otras imágenes, distintas texturas. Rasgas un verso para encontrar otro verso oculto. 

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

Aquí el poema es más relevante que el poeta, trascendiendo las fronteras del ego, y se convierte él mismo en una especie de casa/lienzo en blanco en donde el poeta Juan Carlos Mestre logra entrar. 

En sí, la forma en que están construidas las imágenes, tiene mucho de juego y mucho de circo, es por eso que el acordeón, un instrumento tan próximo a este mundo, le queda tan maravillosamente al poema al ser recitado.

Empieza así: 

Un poema de Lêdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.

Los versos de cada estrofa se unen por una sensación que es a su vez una imagen que se va desvirtuando; en este caso yo vería esta sensación como la luz en su modo más material y luego en su modo más abstracto: empieza refiriéndose a un animal que busca la luz y al encontrarla muere, la luciérnaga, que en este caso busca una moneda. La moneda en sí es algo que refleja luz y también tiene un peso capitalista, está manchada de sangre.

Esa moneda perdida se convierte en una golondrina, un símbolo de fidelidad, de amor eterno, tocada por la oscuridad, la golondrina está posada sobre una luz que la mata, la del pararrayos, pero que, sin embargo, representa una fuente de seguridad para los humanos, porque su tarea es protegernos de los rayos y aparte de espaldas, sin afrontarse del todo a ese peligro.

En ese pararrayos aún habita una vida, y no cualquier vida, la vida de abejas cuya extinción representaría el fin de la humanidad, un súper animal que desafía las leyes físicas y vuela a pesar de que no tiene sentido que pueda hacerlo. El hecho de que sean prehistóricas es tan solo un adorno para reforzar esa condición de animal del origen, estas bullen alrededor de una sandía, una fruta que está compuesta casi exclusivamente de agua y que simboliza el erotismo en la cultura mexicana. 

Las mujeres son sandías, frutas que sacian la sed, semidormidas porque no están del todo en la realidad, son seres mágicos, cuya sabiduría es profunda ya que en su corazón cargan no únicamente una llave sino un manojo que les hace ruido, es decir, ese ruido es el recordatorio de su poder y su conexión con la iniciación y el saber que invoca Jano, el Dios de las puertas, no exclusivamente en sentido físico sino vital. Es el Dios de los cambios, los pasos y las transformaciones, por eso a él se consagran las puertas y umbrales.  

Simboliza el devenir de la vida, la evolución, y por eso tiene dos caras, como una moneda, representando la incertidumbre de lo que está por venir, conectándose simbólicamente con el inicio y uniéndose con el segundo verso de la estrofa «cada moneda perdida (lo perdido refuerza la incertidumbre de la búsqueda) es una golondrina de espaldas posada sobre la luz» cerrando con el verso de las mujeres poseedoras de la llave, las que van a abrir las puertas, las que tienen la respuesta a la incertidumbre.

 

Lêdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina. 

Aquí Mestre empieza a hilar no desde el poema, sino desde la figura del poeta, es algo que sucederá una estrofa sí y una estrofa no, logra unir verso con verso de modo atroz y magnífico. El primer verso empieza reafirmando lo metaficcional.

Los locos vuelan con alas de mosca, un animal asociado con lo inmundo pero también con la tenacidad, y guardan inútiles cerillas, cerillas que están muertas de alguna manera porque ya no encienden, pero que otra vez tienen una comunicación con la luz a través del lenguaje y ese resplandor brujo de otro mundo. 

Sigue el hilo danzante de este poema: ese otro mundo es ahora el fondo de un vaso, algo redondo que tiene forma de herradura, el talismán más antiguo del mundo, un símbolo de suerte y de protección. Mestre, a través de diferentes estrofas, nos va dejando pistas de que este lugar posee una carga muy ancestral y termina con una calle forrada en gabardina, una tela típicamente asociada a lo militar, afirmándonos que en Cavalo Morto también se esconde cierta dureza, no solo pura alegría.

Un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

En esta estrofa el elemento principal que se repite es el agua en sus múltiples formas, algo que ya habíamos visto en sus anteriores estrofas, pero aquí en esta se siente más rítmico, más unido a la naturaleza. El agua salpica y toma una cualidad mucho más humana, es herida por una púa, un objeto filoso triangular. 

Después el poeta se traslada a la imagen de un avión, un objeto también puntiagudo, ese pájaro de metal que da lugar al tránsito humano y que une continentes, deja cintas de vapor en el cielo, se ofrece como un regalo y no de cualquier época, de la navidad, ligada a la religión católica por el nacimiento de Cristo y así da lugar a los próximos versos que construyen una imagen muy sutil de lo que es la muerte o el paraíso en Cavalo Morto.  

En donde los felices y los infelices tienen la capacidad musical de sentir el agua en ebullición dirigiéndose a un lugar en donde los caballos galopan eternamente, mientras ascienden por unas escaleras que pertenecen a alguien que se dedica a anillar a las gaviotas, el anillo siendo el símbolo de la unión infinita y las gaviotas, símbolo de libertad asociado sobre todo al mar, de alguna manera atando al pájaro marino a lo infinito.

Un poema de Lêdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aun así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras para el timbre de las bicicletas.

 

Toda estrofa está hilada por la noción del tiempo, empieza con la humanización del reloj de sol, un reloj antiguo que solo funciona de día, abandonando de puntillas un hostal en una mañana. Dos elementos que indican cierto elemento púdico, no prohibido, pero con una sensación que se parece mucho a la del temblor que causa algo intenso, como es el amor.   

Aquí continua con un verso largo con el que termina esta estrofa, y rompe un poco el esquema de las anteriores, con un verso muy directo, a la vez muy sutil porque la imagen poética está contenida en todo lo que no dice.

Al final ese algo que empieza con el sol cierra con la noche, como afirmación de un tiempo que se mueve, pasa y se rebela con la luna, una celebración desmedida, acompañada de la armonía que es ante todo compás/tiempo, de algo que es hermoso por su gran inutilidad, la partitura del timbre de una bicicleta. Tal vez la belleza más verdadera está desligada de lo útil. 


 

Lêdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lêdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.

 

La antepenúltima estrofa, realmente la que da por terminado el juego lingüístico o la seguidilla, está compuesta por tres versos, dos cortos y uno largo. El primer verso se une con el último de la anterior estrofa porque comparte la música, una música náutica de una marea que va y viene, cuyo líder es Lêdo Ivo, el hombre al que el poeta Mestre de alguna manera le canta, también canta dentro de este mundo.   

Lêdo Ivo, cuyo espíritu está ligado a la rebeldía, doma a las olas, pero solo para curarlas y la intensidad de su corazón logra prender las bombillas de los barcos.  

Cavalo Morto es un lugar más real que cualquier otro lugar porque no existe, así como la ficción, al igual que la perfección; la perfección, al no existir, solo puede ser verdadera cuando es de otro y creo que es un juego de barajas con el lector, en donde Mestre sigue dándonos recortes de su inconsciente para poder seguir pegando trozos de este no lugar en su poema.   

Trayendo otra vez la noche como el momento del despertar de la sombra, de lo helado, terminando como ya lo ha hecho otras veces con un toque de domesticidad, la poesía de lo cotidiano de lo mínimo, un cartero que entrega rosas a las empleadas que las reciben con el rostro iluminado. Aunque ni siquiera la ofrenda es dirigida hacia ellas, si no simplemente pasa por sus manos. 

 

En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lêdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite.

Este canto final es un canto completamente distinto, el epílogo que cierra este poema en prosa. Toma la figura de Lêdo Ivo, sin duda una cualidad definitiva de Dios, lo que une a todo es la imagen de la muerte. Se dice que el caballo es un símbolo de poder y libertad, es el que transporta al chamán a los distintos planos espirituales. 

La interpretación puede abarcar el concepto más obvio de lo que el evangelista representa, de manera personal a mí me lleva a la imagen del evangelista vendedor de biblias que va de puerta en puerta con una fe inagotable, parecida a la imagen del cartero que utilizó en la estrofa anterior. 

Para cerrar, Lêdo Ivo muere y es resucitado por el sastre de las mariposas, criaturas conocidas por su exuberante belleza y fragilidad; lo único que necesitas para romper una ala de mariposa es simplemente tocarla de una manera poco cuidadosa, así que el sastre de las mariposas es alguien extremadamente delicado que conoce muy bien la fragilidad de un animal que está asociado a la transformación, a la muerte y al pecado.

 

Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.

 

El verso final deja un poco de lado la magia. Se puede sentir la voz del autor con transparencia, nos aleja de la ilusión, después de llevarnos por un viaje surreal de amor, identidad y memoria. Finalmente lo acepta, se puede sentir la tristeza en su voz. Cuídate, pequeño lector, nos dice, casi en un susurro que se escucha detrás de estos versos, dándonos una palmada en los hombros, los recuerdos son fugaces como las ardillas, animales escurridizos, los cuales entierran su comida y la olvidan, pero gracias a este acto el bosque sobrevive. De igual manera, nosotros los humanos dejamos atrás a esos amantes cuya memoria compartida nos convierte en lo que somos. Todos los amores terminan dejándonos un síndrome de dolores fantasmas. Tenemos a Cavolo Morto para olvidarnos de esos dolores, sin embargo, como ya nos lo dijeron, es un lugar que no existe. 

***

Cavalo Morto

Juan Carlos Mestre

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

Un poema de Lêdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

Lêdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y sale en las antologías con cara de loco. En Cavalo Morto los locos tienen alas de mosca y vuelven a guardar en su caja las cerillas quemadas como si fuesen palabras rozadas por el resplandor de otro mundo. Otro mundo es el fondo de un vaso, un lugar donde lo recto tiene forma de herradura y hay una sola calle forrada con tela de gabardina.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

Un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo es un río que madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas, pequeñas mentiras de lluvia heridas por una púa de acacia. En Cavalo Morto los aviones atan con cintas de vapor el cielo como si las nubes fuesen un regalo de Navidad y los felices y los infelices suben directamente a los hipódromos eternos por la escalerilla del anillador de gaviotas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

Un poema de Lêdo Ivo es el amante de un reloj de sol que abandona de puntillas los hostales de la mañana siguiente. La mañana siguiente es lo que iban a decirse aquellos que nunca llegaron a encontrarse, los que aun así se amaron y salen del brazo con la brisa del anochecer a celebrar el cumpleaños de los árboles y escriben partituras para el timbre de las bicicletas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

Lêdo Ivo es una escuela llena de pinzones y un timonel que canta en el platillo de leche. Lêdo Ivo es un enfermero que venda las olas y enciende con su beso las bombillas de los barcos. En Cavalo Morto todas las cosas perfectas pertenecen a otro, como pertenece la tuerca de las estrellas marinas al saqueador de las cabezas sonámbulas y el cartero de las rosas del domingo a la coronita de luz de las empleadas domésticas.

Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.

En Cavalo Morto cuando muere un caballo se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite, cuando muere un evangelista se llama a Lêdo Ivo para que lo resucite, cuando muere Lêdo Ivo llaman al sastre de las mariposas para que lo resucite. Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas, cada amor que termina es un cementerio de abrazos y Cavalo Morto es un lugar que no existe.


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Pamela Rahn

Pamela Rahn Sánchez (Caracas, Venezuela, 1994). Es realizadora cinematográfica. Publicó varios libros de poesía, tales como El peligro de encender la luz (2016), el ganador del concurso Gloria Fuertes de Poesía Joven Breves poemas para entender la ausencia (2019), El radio de pilas y otros poemas (2020) y La luz entre las cosas (2020).

https://twitter.com/PamyRahn
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