Familia

Marta Jiménez Serrano comenta sus lecturas, sus libros amores

Emily Dickinson

Son muchas las ocasiones en que a una escritora le preguntan por sus libros favoritos o de cabecera o de referencia o todo a la vez. Y son, por tanto, muchas las ocasiones en las que una intenta ser ecuánime, dar una lista equilibrada, pensar por igual en extranjeros y nacionales, en hombres y mujeres, aludir a la calidad, al lenguaje, a la relevancia. Hoy no voy a ser ecuánime. 

Hay libros que me levantan el ánimo cuando estoy triste, libros que dieron en la diana en algún momento especialmente sensible de mi vida y libros que me ayudan a escribir cuando no consigo escribir. No se paga con dinero que algo apacigüe mi tristeza o que le dé lucidez a mi incertidumbre. Y, desde luego, no se paga con dinero que algo me saque de la tarde infernal en que intento escribir una línea más y la línea no sale, porque escribir me da lucidez y me pone contenta y no escribir lo tumba todo. 

Entonces, en esa tarde infernal en la que hace frío en mi despacho, ya no hay más luz que la del flexo, el día como quien dice se acaba y todo sale mal, cojo Mis documentos, de Alejandro Zambra, y busco el final de «Vida de familia», relato al que yo llamo siempre «Nada – nadie» precisamente por su final, y lo releo y voy para atrás; leo las frases que tengo subrayadas, salto a los otros relatos, a Bonsái, a Formas de volver a casa, y la tarde se vuelve más amable, parece que se me contagia su facilidad para el lenguaje, parece que el mundo se vuelve más comprensible, menos dramático. Siempre sonrío al llegar al diálogo aquel del relato «Camilo»:

Hola, Lorena, habla Camilo –le dijo con voz profunda. 

Ah, cómo estás –era dulce su voz, dulce y un poquito ronca. 

Bien, pero necesito verte. 

Ella se quedó callada cinco segundos antes de soltar esta frase que nunca olvidaré:

Bueno, si ya es una necesidad, lo dejamos hasta aquí –y colgó. 

Pero no solo Zambra, claro. Hay días malos en los que me levanto, tomo un café, me ducho, salgo de casa, camino, entro en el banco, en el supermercado, abro el ordenador, preparo alguna clase, y como una letanía tranquilizadora, como un bálsamo contra la ansiedad o la desesperanza That Love is all there is voy escuchando, rumiando, acaso susurrando is all we know of Love los versos de Emily Dickinson, que se convierten en una canción sanadora it is enough, the freight should be reparadora, feliz proportioned to the groove. 

O pienso en Huye del triste amor, amor pacato / sin peligro, sin venda ni aventura, /que espera del amor prenda segura / porque en amor, locura es lo sensato, en lo facilón y potente del último verso, en que era el único poema que yo entendía de aquella antología de Machado que llegó a mi casa con El País y que me leí de cabo a rabo, sin comprender apenas nada, porque yo era muy pequeña y qué iba yo a saber de palabras como charanga, tarambana, zaragatera, tahúr, ahíto, huero. Pero qué bien sonaban. El del amor lo entendía un poco más, aunque pacato también tuve que buscarlo en el diccionario. 

También me acuerdo recurrentemente de que el hombre es triste, tose y sin embargo, de que luego canta, almuerza, se abotona… La poesía viene conmigo cuando canto, almuerzo, me abotono; cuando toso y estoy triste. A veces me doy cuenta de que la voy musitando, de que la tengo en la cabeza, de que me entrego a ella cuando algo me preocupa igual que mi abuela Concha se entregaba al Padrenuestro, creyendo acaso que le aliviaba el consuelo de Dios –quien habla solo espera hablar a Dios un día–, y dejándose acunar por el consuelo automático de recitar algo que uno se sabe de memoria y que tiene ritmo. 

También, claro, aquel verso subrayado de la Vida nueva de Dante, che ‘ntender no la può chi no la prova, y un pensamiento automático: quien lo probó lo sabe. Y otro pensamiento automático: el profesor Ángel García Galiano, porque de quien nos enseña los textos que nos son queridos no nos olvidamos nunca. Por eso también a veces la literatura nos reconcilia con nosotros mismos: porque descubrimos por nuestra propia mano textos que nos iluminan y nos estamos eternamente agradecidos de nuestra curiosidad. 

Y también por eso no me puedo olvidar del Yo sé quién soy de don Quijote, otra novela a la que vuelvo siempre, que tengo subrayada y anotada al margen según la lectura que hice en primero de bachillerato con mi profesora, Elena Bordons (¡que además me regaló Trilce!). Mi Quijote es ya el suyo para siempre, y en mi primera novela he intentado explorar la identidad en parte porque me quedé enganchada a esa frase de don Quijote, un loco que sabe quién es, que puede ser quien quiera, acaso los doce Pares de Francia o los nueve de la Fama.

Zambra, Cervantes, Machado, Dickinson, Vallejo, Dante. Tienen un altarcito en mi corazón, un lugar de honor entre tantos buenos autores que he leído. Creo que los releo porque me gustan, pero escribiendo este texto me doy cuenta de que los releo porque nunca termino de entenderlos: me entienden ellos a mí. Yo los leo y los vuelvo a leer, obsesionada, reiterativa, y al hacerlo me siento comprendida y no termino de entender por qué, cuál es el acierto, por qué en semejante sencillez 

Al final ella muere y él se queda solo

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme

I’m Nobody! Who are you? /Are you – Nobody – too?

golpes como del odio de Dios

e quindi uscimmo a riveder le stelle

Hay algo que funciona tanto, que me admira tanto. 

Como los buenos amores, los textos me acompañan y me hacen sentirme comprendida, creo que los conozco, me los aprendo –como decíamos en el colegio: ¿esto hay que aprendérselo?– y sin embargo al mismo tiempo vuelvo sobre ellos –mil veces leídos– y me parecen nuevos, no sabidos, indescifrables. Del mismo modo en que una mira a veces al hombre que lleva mucho tiempo a su lado, al que quiere y conoce, y se dice, sorprendida: pero este tipo quién es. 


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Marta Jiménez Serrano

Marta Jiménez Serrano (Madrid, España, 1990). Con su poemario La edad ligera (2021) fue accésit del Premio Adonáis 2020, y ha participado con sus poemas en revistas como Piedra del Molino o Turia. En 2017 colaboró en la letra de la canción Décimas para el Guernica, de Jorge Drexler. En marzo de 2021 publicó su primera novela, Los nombres propios, editada por Sexto Piso, y que se publicará en italiano en 2022. Actualmente colabora con distintas editoriales e imparte talleres de escritura y literatura en Madrid.  

https://twitter.com/martajserrano
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