Oración inicial
Llamaba la sombra y se hacía tu propia sangre.
Cantaba todavía mi palabra.
Y estoy cansado. Estoy perdido.
Llama la sed ahora y el grito despierto se funde lúgubre y hacia adentro.
Ciegamente las horas se ensombrecen
y quietas están las cumbres. Y llega aquel silencio
que en el alma nos acoge.
Eternamente podría nombrar tus venas como un río. Tocarte. Ofrecerte.
Y beberte…
Y soñarte…
Señor, quiero seguirte por el día que no cesa
y por las nubes malvas del atardecer.
Señor, quiero de mi soledad resarcirme
porque no estoy solo. Estoy contigo.
Porque en cada hora se vierte tu sombra
sobre el viento y sobre el frío.
A cada hora te siento y me vuelves a llamar
y me miras sin verme. Y soy hombre.
Me aguardas, me buscas, me iluminas la tiniebla;
y te acercas; me fundes contigo
y vas sonando todavía y sin tiempo.
Ya tuyo y tan cerca, despierto,
ebrio en la lluvia desnuda. En el abandono.
En la muerte y en el mundo. Y tú junto a mí, Dios mío.