La ley primera

        La foto es de finales de 1981 y muestra a dos bebés acostados de espaldas en una colchoneta de camping. La luz del sol les da de lleno en las caras y por eso la cámara no alcanza a captar los rasgos idénticos, pero sí el gesto defensivo de brazos entrelazados y manos en puño. Detrás de ellos, fuera de la colchoneta, una nena con bombachudo los observa con la boca apretada y los ojos muy abiertos, en una expresión que condensa perplejidad y recelo. 

        Soy once meses mayor que mis hermanos gemelos. Cada año, hay un período de veintisiete días en el que tenemos la misma edad: un portal en el que es casi posible ser trillizos. Sin embargo, en ese casi está la clave de la exclusión. 

        No me parezco a mis hermanos ni comparto con ellos el código fuente de su vínculo, que es mucho más intenso que el que tienen conmigo o con mis hermanas. De ese gigantesco iceberg, yo solo veo lo que sale a la superficie. Lo poquísimo que muestran. Por ejemplo, la compra de objetos inverosímiles sobre los que después comparten la tenencia (el último fue un pedazo de chatarra al que dedicaron meses de sus vidas para convertirlo de nuevo en un Renault 4, a pesar de que cada uno tiene su auto). 

        Hay algo cercano a la ciencia ficción en la idea de que la división de un óvulo fertilizado se traduzca en la existencia de dos o más seres con la misma apariencia y la misma información genética. Ocurre en humanos y en algunos pocos animales. Caballos. Cerdos. El caso de los armadillos es el más particular: solo se reproducen en camadas de cuatro, cinco o más gemelos idénticos. 

        Sin importar lo común del fenómeno en humanos (cada año nacen 1.6 millones en el mundo), la fascinación con los gemelos es continua y universal. Quienes interactúan con ellos suelen poner un empeño obsesivo en encontrar diferencias, físicas y psíquicas, o en atribuirles cualidades opuestas, como si hubiera algo tranquilizador en el antagonismo en tanto estrategia para escaparle a la fusión, a la confusión. 

        Ese misterio, el de la posibilidad de un doble, hace que la imagen de dos personas idénticas siga siendo llamativa y, en algunos casos, perturbadora. Una sola foto tomada por la fotógrafa Diane Arbus en 1967 bastó para que Stanley Kubrick decidiera, antes del rodaje de El resplandor, que las hermanas Grady (de 8 y 10 años en el libro de Stephen King) debían ser gemelas y aparecerse a Danny no solo vestidas iguales sino hablando al unísono. 

        Hay un pueblo en el sur de Brasil, Cándido Godoy, en el que la tasa de nacimientos múltiples es la más alta del mundo, y nadie se explica por qué. Algunos lo atribuyen a un designio divino, otros a los experimentos de Joseph Mengele, que habría vivido unos años en ese pueblo durante su exilio en Sudamérica. En Twinsburg, Ohio (literalmente ciudad de gemelos, o mellizos), un festival anual reúne a miles de gemelos, mellizos y trillizos de todo el mundo…

Lila Navarro

Lila Navarro (Azul, Argentina, 1980). Publicó el libro de relatos La otra felicidad (Ciudad de lectores, 2012) y participó de las antologías Luces de mercurio (Ediciones Bonaerenses, 2015) y El sol oblicuo (La Balandra, 2022). También escribió guiones para TV y web. Actualmente cursa la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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