Pasos para quitar la mesa
Las termitas están devorando el comedor de mi casa. A lo largo de los últimos meses, estos insectos milimétricos de color blanco han carcomido de forma irregular el interior de la madera. Es por eso que este juego de comedor de seis sillas y una mesa de pino debe ser eliminado de nuestro entorno. Pronto.
Vivo en una casa habitada por madera en multitudes, así que el diminuto animal representa un peligro no sólo para este cuarto en particular, sino para todas las habitaciones. Las termitas se comen toda la madera que encuentran —y sus derivados— sin excepción, y no tienen piedad por los muebles viejos que una procura a través de los años. No sabemos por dónde han entrado, pero se han convertido en un problema que hay que contener antes de la catástrofe.
Mi madre y yo hemos buscado mil alternativas para que el comedor se quede. Lo hemos mandado a tratar con carpinteros al menos tres veces. En una de ellas, el olor del insecticida nos causó una migraña que duró semanas y tuvimos que sacarlo al sol para eliminar el hedor. Pero nada ha funcionado. Cuando creemos que el problema ha sido eliminado de raíz, nos sentamos a comer y lo vemos: el vestigio del paso de las termitas; un polvo amarillento que hace unos meses me hizo resbalar y caer sobre mi espalda, y que hoy en día nos obliga a barrer cuatro veces a la semana.
Este comedor insalvable es más viejo que yo. Mi madre les dio la noticia a mis abuelos de que estaba esperándome mientras desayunaban sentados en las sillas que hoy se deshacen, un diminuto hoyo a la vez.
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Algunos de los eventos históricos más importantes han ocurrido en las sobremesas. Entre ellos, la escena bíblica que adorna comedores mexicanos en distintos estilos artísticos; el episodio en el que la figura central del cristianismo les anuncia a sus discípulos que uno de ellos ha de traicionarlo. Durante muchos desayunos me he detenido para observar el cuadro de la Última Cena que cuelga frente a mí. El de mi casa está hecho de latón. Es bastante feo y ni siquiera puedo distinguir los rostros representados en él, son líneas ilegibles sobre el metal. Le he pedido a mi madre que lo saquemos de aquí, pero la respuesta siempre es no, lleva ahí toda la vida. Me gusta más el de la casa de mis abuelos. Ese es una litografía de la pintura de Leonardo da Vinci que mi abuela compró en una tienda de marcos de madera en el centro de la ciudad.
Me fascina la idea de que una escena que desencadenaría hechos tan trágicos esté presente en un momento opuesto a su naturaleza; un momento de compartir, de alegrarse conforme se llena la barriga. Y me fascina también que la única razón por la que me gustaría deshacerme del cuadro de latón de mi comedor no es porque abandoné la religión católica hace más de una década, sino porque considero que afea el espacio, mi espacio. No me explico por qué lo compró en primer lugar quienquiera que haya sido que lo trajo aquí.
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Mi madre y yo amamos los insectos. Hemos albergado, en nuestro pequeño jardín trasero, a abejorros, arañas y grillos que cantan por las noches. Incluso los hemos nombrado (heredé de ella la necesidad de ponerle un nombre a las cosas para asignarles cierto grado de importancia). Pero sospecho que ellos son bienvenidos porque podemos verlos claramente; porque muestran sus intenciones, porque sabemos dónde están, porque, aunque están en nuestra casa, no la invaden. Pero las termitas son algo diferente. ¿Es esto una Casa tomada a lo Cortázar? No podemos verlas, pero sabemos que están ahí, alimentándose de nuestras pertenencias. Tampoco podemos escucharlas, y la única certeza que tenemos de su incómoda estadía es el polvo que dejan a su paso; son como criminales que han perfeccionado su técnica de invasión, dejando un rastro para que advirtamos su presencia, pero no uno lo suficientemente visible para atraparlas. Viven entre nosotros, dentro de las cómodas y las alacenas; se pasean, altaneras, por nuestros muebles. Pero al mismo tiempo son sólo pequeños insectos haciendo lo necesario para sobrevivir, y me siento absurda y no puedo creer que villanizo lo diminuto. Ellas hacen lo mismo que nosotros aquí; comen. No están tan fuera de lugar…